*El Límite de la Inteligencia Artificial en el
Arte de Gobernar.
*Una Máquina Decidiría por las Mayorías
sin Mirar Minorías
*En la Política Hecha Gobierno se va más
Allá del “Home Office”,
EZEQUIEL GAYTÁN
La inteligencia artificial es, de acuerdo con la Comisión Mundial de Ética del Conocimiento Científico y Tecnológico (COMEST) de 2019 “la aplicación de algoritmos en una computadora capaz de imitar determinadas actividades de la inteligencia humana tales como la percepción, el aprendizaje, el razonamiento, la resolución de algunos problemas, la interacción lingüística e incluso la producción de trabajos creativos”. De ahí que vemos que la robótica inteligente ya está presente en áreas tales como la salud, las finanzas, el transporte y la educación.
Lo anterior ha provocado que la Unión Europea ya haya desarrollado leyes en la materia, pues la informática ya está desplazando al ser humano en algunas actividades tales como los cajeros a fin de pagar el estacionamiento, máquinas en los bancos que nos permiten retirar o depositar dinero o en los aeropuertos que ya permiten documentar sin el apoyo de personal de la línea aérea.
El avance de la robótica es impresionante y sus alcances positivos son indiscutibles, por ejemplo en elaborar diagnósticos médicos. La ciencia y la tecnología han logrado minimizar el error humano y nuestra confianza en las computadoras es prácticamente ciega. Más aun, algunas operaciones médicas se realizan por computadora al ser poco invasivas del cuerpo humano y la recuperación del paciente tiende a ser rápida. La misma eficacia acontece en la contabilidad o con ciertas áreas del proceso enseñanza-aprendizaje.
Sabemos que la inteligencia artificial tiene muchas ventajas y también desventajas. De ahí que al proceder a evaluar y realizar el análisis de la relación costo/beneficio en el proceso de toma de decisiones en materia política lo hacemos con el apoyo de las máquinas, pero la decisión es nuestra y no de la máquina. Por eso la cuestión es acerca de los límites. Pero no es tan fácil, ya que en muchos casos el asunto recae en el mundo de bioética, de las competencias humanas y de la ética de quienes se dedican al desarrollo político y social. Imaginemos ser gobernados por un robot que está programado para tomar decisiones en favor de las mayorías. El argumento es obvio, es un asunto básico de la democracia, pues ésta es el gobierno de las mayorías, pero la sensibilidad y los derechos humanos me dicen que ese robot no puede, ni debe marginar a las minorías. De hecho, la idea de la mayoría es cuantitativa, pero se compone cualitativamente de grupos diferenciados y lo único que los une es un candidato en una situación coyuntural. El ejemplo que me viene a la cabeza es el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, un candidato que supo canalizar la animadversión social derivada de la corrupta gestión de Enrique Peña Nieto. Sin embargo, la actual administración no puede caer en el reduccionismo de que treinta millones de mexicanos lo apoyan en todo y para todo.
Por lo anterior, la inteligencia artificial en la política hecha gobierno va más allá del “home office”, es un concepto y, a la vez un principio, de atender a la población todos los días del año y las 24 horas en materia de resolver la demanda de bienes y servicios sin recibir “mordidas” o priorizar por “influyentísimo”. Pero las maquinas no pueden tomar decisiones político-administrativas en materia de conformar un gabinete o reasignar partidas presupuestales ante una emergencia. Esa decisión requiere sensibilidad política y comprensión del contexto social. Por eso la Administración pública es un asunto de políticos.
Léase, políticos que entiendan el sentido del orden social y el entendimiento del problema estructural y coyuntural, sin caer en la fría e impersonal tecnocracia, ya que ese es el límite de la inteligencia artificial en el arte de gobernar. Se trata de perfiles de personas servidoras públicas preparadas cuya lealtad sea al país y a las instituciones y no al caudillo. Por eso la inteligencia artificial es y debe ser un instrumento de la política y la Administración pública, pero no el fin.
No veo las ventajas de robotizar a todo el gobierno a fin de prevenir y combatir a la corrupción, tampoco concibo el rechazo a ultranza de evitar sistematizar a las áreas responsables del manejo de los recursos públicos. Cada caso es particular. Pero en la medida de lo posible hay que abrir el campo, con todo cuidado, a la inteligencia artificial. Los límites políticos al uso de la inteligencia artificial saltan a la vista, pues también trastocan las áreas de la comunicación y las redes sociales. Son temas que apenas señalo superficialmente. De ahí que la actual gestión ya debe planear acerca del uso y los límites de la inteligencia artificial, la política y la democracia. Sobre todo, porque el próximo sexenio llegarán a la Administración pública muchos millennials a puestos de toma de decisiones y no pueden basarse única y exclusivamente en la inteligencia artificial.