* Oposición y Mediación, en el Mundo de
la Política, son una Dicotomía
* La Lucha por el Poder es la Lucha Entre
Contrarios; la Dialéctica Presente
*Hegel Sintetizó: Tesis, Síntesis, Antítesis; los
Tres Pasos de Marx, Superados
*La Transformación Focaliza a las Oposiciones
Bajo el Estigma de Conservadores
EZEQUIEL GAYTÁN
La oposición, en política, es lo contrario legal y legítimamente al poder formal establecido. En una democracia la oposición se refiere a los partidos políticos minoritarios o a los perdedores en una contienda electoral al poder ejecutivo y, por lo mismo, queda representada en el poder legislativo. De ahí que es el contrapeso, contrariedad y antagonismo entre fuerzas políticas. Consecuentemente así surge el pensamiento dialéctico interminable e ineludible. Sin la oposición no hubiésemos avanzado ni en filosofía, ni en ciencia, ni en tecnología, ni en humanidades.
Cabe destacar cuanto antes que la oposición a la que me refiero es a la pacífica, pues la historia registra miles de casos en los cuales la oposición es violenta. En algunos casos ha triunfado y en otros ha sido derrotada. Pero incluso en casos de conflicto vehemente la mediación, al final, ha sido la solución a ese tipo de confrontaciones.
Mediar es una de las formas más inteligentes de conciliar las diferencias y de mitigar el conflicto. Es la reconstrucción del camino en la tormenta y la paciencia inteligente del manejo de los tiempos y las formas. Nuestros ancestros encontraron en la mediación la relevancia que distingue lo importante de lo secundario, lo estratégico de lo prioritario, lo urgente de lo necesario.
Oposición y mediación, en el mundo de la política, son una dicotomía de la lucha entre el poder y la resistencia. Más aún, en dicha dicotomía siempre gana el poder, ya que, si la resistencia se afirma y crece, el poder transmuta y lo que era resistencia se vuelve poder y viceversa.
La lucha por el poder es la lucha de contrarios, lo cual fue sistematizado por los antiguos griegos y denominaron pensamiento dialéctico y que, siglos después, el filósofo Jorge Federico Hegel sintetizó en tesis, síntesis, antítesis. Posteriormente Carlos Marx lo resumiría en las tres leyes de la dialéctica: a) la del paso de la cantidad a la calidad; b) la interpretación de los contrarios y, c) la negación de la negación. Es importante la cita debido a que Marx explica en el Manifiesto Comunista que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases y que las contradicciones del capitalismo serán superadas debido a la confrontación entre burgueses y proletarios y que la violencia será la partera de la nueva sociedad. Sentencia que ya ha sido superada y que muchas de las izquierdas marxistas la consideran innecesaria. Hoy la democracia permite el triunfo de las izquierdas y las derechas sin violencia. En otras palabras, la oposición o confrontación política entre contrarios encuentra una salida política en la mediación o diálogo.
La triada oposición-mediación-transformación es un reclamo de pluralidad y un esfuerzo de interpretación de la historia. Es comprender que las oposiciones y las contradicciones fecundan el valor agregado del pensamiento crítico y, en la medida de lo posible, hace de la relación coherencia e incoherencia una de las formas más acabadas del arte de la política y, por lo tanto, de la transformación.
Hablar de ese tipo de transformación es aceptar que es posible cuando se reconoce el valor legítimo de la oposición, de la importancia política del diálogo, la búsqueda del consenso y el acuerdo pacífico de la mediación política.
Por lo anterior, la transformación como un programa de partido y como una expresión de gobierno es articular el conocimiento acerca de los sentimientos de la nación, interpretarlos en la pluralidad de ideas, reconocerlos multi e interdisciplinariamente y darles identidad no sólo en la forma, sino también en el fondo. De ahí que transformar va más allá de cambiar la forma, es entender que las oposiciones los enriquecen y, consecuentemente, la familiaridad y la extrañeza converjan en cultura y tradición. Pero al parecer esa no es la idea de transformación de Andrés Manuel López Obrador. Todo indica que él la concibe como un cambio desde el gobierno en el cual lo único válido es su pensamiento maniqueísta, excluyente e intolerante.
Hasta el momento su forma de concebir la transformación es focalizar a las oposiciones bajo el estigma de conservadores y desde ahí atacarlos y señalarlos de corruptos y aspiracionistas, pero no ha logrado condensar institucionalmente el rumbo y sentido del cambio que desea. No más allá de buenas ideas que pretenden materializar las políticas públicas en actos asistencialistas y libres de corrupción sin resolver los conflictos, demandas y necesidades sociales.
De ahí que es una transformación inconclusa y, por lo mismo, la insistencia lopezobradorista de continuismo en su sucesor o sucesora despierta sospechas de un intento de Maximato. Lo cual se sostiene, al menos en tres vectores, el primero mediante la cantidad de espacios abiertos a las fuerzas armadas en la Administración pública; el segundo en la estructura piramidal de Morena en el poder del tabasqueño que es omnímodo, y el tercero en que ya decidió que los perdedores de la encuesta ocupen cargos en el gabinete y en las cámaras de senadores y de diputados.
Las actuales campañas ilegales de sus despectivamente apodados “corcholatas”, por su parte, tratan de discursos monotemáticos y aburridos que remachan sistemáticamente con la palabra transformación. Lo interesante es que ellos tampoco logran condensar el concepto y lo utilizan una y otra vez sin explicarnos en qué consiste dicha transformación.
He escuchado a morenistas convencidos de que la transformación consiste en acabar con la corrupción, otros sostienen que es el desarrollo del país mediante la justicia social y una mejor distribución de la riqueza. También me han dicho que su fin es acabar con el neoliberalismo. En pocas palabras, ni el presidente, ni las autoridades del partido Morena, ni los ahora intelectuales orgánicos, ni las corcholatas han sido capaces de estructurar ese concepto subjetivo en algo formado, condensado y estructurado. O, en su caso, la idea de 4t se asemeja por los discursos oficiales y con toda proporción guardada, a la idea de la socialdemocracia europea, pero tropicalizada.
Estoy de acuerdo con la impostergable lucha en contra de la corrupción, también condeno los extremos de opulencia y de miseria en los que viven muchos mexicanos, apoyo la necesidad de fomentar la cultura de la legalidad y el fortalecimiento del Estado de Derecho. Por supuesto respaldo la prioridad de atención a los grupos marginados carentes de bienes y servicios. Más aún, estoy
convencido de que impulsar con mayor esfuerzo la transparencia, la rendición de cuentas, el respeto a los derechos humanos y de priorizar la seguridad pública es impostergable.
Muy difícilmente se puede disentir de lo escrito en el párrafo anterior. El problema, por lo tanto, no está en el qué hacer, sino en el cómo hacer. De ahí el origen de los debates y también las marcadas diferencias entre los seguidores y los opositores a la actual gestión. Léase, el meollo del asunto no está en la atención a las prioridades nacionales, sino a que el presidente ideologiza permanentemente el quehacer gubernamental al enmarcar las políticas públicas con planteamientos radicales en los cuales divide a la sociedad, confronta a sus críticos, ofende gratuitamente como pendenciero y sostiene que antes de él no había nada o casi nada. Con lo cual levanta tolvaneras y no logra el consenso social de apertura, inclusión y tolerancia.
Para el presidente la oposición y sus críticos son los enemigos por vencer sin miramientos. Lo cual como político del siglo XXI en una democracia lo convierte en un hombre intolerante y con centellas de autoritario. Tal vez dos de sus peores defectos son su vanidad y su soberbia que le impiden ver que ante la oposición lo políticamente procedente es la mediación.
Me preocupa el regreso, grosso modo, del bipartidismo confrontado radicalmente. El siglo XIX mexicano es una prueba de que la intolerancia, la falta de respeto a los acuerdos políticos y las obsesiones por el poder absoluto fueron catastróficas.
La oposición organizada o desorganizada no va a desaparecer. Los partidos políticos permanecerán en la legalidad y eso conviene a México. En una democracia no se gana siempre, ni se pierde siempre. Por eso el diálogo y la mediación hacen de esa forma de gobierno la mejor o la menos mala. Las dictaduras, así sean del proletariado, acaban por menospreciar la mediación en el espacio público y ese es el principio de su fin.
La tríada oposición-mediación-transformación es una fórmula política eficaz debido a que reconoce a los contrarios, los incluye en el debate, escucha argumentos y, en su caso, los asimila con la cual transmutan las ideas y se enriquecen. Mayorías y minorías quedan representadas y en el concierto de las múltiples y diferentes posturas las voces la democracia fructifican para todos.
Un régimen democrático no trata de anular, ni de marginar a quienes piensan diferente al grupo gobernante. De hecho, cuando no hay mediación surge la represión y con ella el autoritarismo. Por eso la actual propuesta de transformación tiende a ser una invención esotérica y un telón de retazos que intenta tapar y anular la acción política de los partidos de oposición y algo más, la participación
ciudadana organizada.
Estoy convencido de que, si la próxima administración sigue siendo del partido Morena y desea conservar y dar continuidad a la hasta ahora surrealista transformación, lo que debe de hacer es conceptualizarla, condensarla, respetar las autonomías de los partidos y de las organizaciones civiles e invitarlas institucionalmente sin burocratismos, ni actitudes arrogantes y soberbias al cambio.
Que quede claro, toda transformación reconoce el valor del conflicto, de la oposición y del significado de dialogar y platicar en el espacio político de la mediación.