Otra modesta propuesta:
CARLOS BORTONI
@_bortoni
El discurso político de los precandidatos a las precandidaturas para dirigir los destinos de los dos principales bloques políticos que habrán de disputarse la dirección del destino de la nación está dominado por un barniz de izquierda, progresismo, buena ondismo y preocupación por el otro. Escuchándolo, no es difícil pensar que la ventana política mexicana se ha deslizado significativamente a la izquierda. Y, sin embargo, a pesar de las aparentes apariencias, las preocupaciones de la gente de bien por un futuro trotskista, cuasi comunista, de una izquierda que verdaderamente amenace con socializar los medios de producción, o cuando menos con redistribuir la riqueza, son –Dios bendito– absolutamente infundadas. La virtud de un discurso que casi de manera homogénea se inclina a la izquierda, radica en que se trata de un discurso cuyo trasfondo garantiza que nada cambie, que todo se mantenga en su sitio y –si es posible– se desplace un poco, un poquito más de lo que se encontraba antes de la salvaje irrupción de las salvajes huestes que salvajemente votaron por Andrés Manuel López Obrador, a la derecha. Un discurso que sostiene que la derecha, sin dejar de ser la derecha, es la nueva izquierda para que surja una izquierda que sea la derecha de siempre.
Por un lado, quienes encabezan las preferencias de quienes nadie prefiere –los precandidatos del Frente Amplio por México– y ese pequeño gran ser humano que es Claudio X, defensor de la defensa de los privilegios de los privilegiados y baluarte del progresismo conservador incluyente de la exclusión como derecho fundamental de quienes asignan valor tanto a las cosas como a las personas, se han declarado como la izquierda más izquierdista de la derecha más recalcitrante –signifique ello lo que signifique. Una izquierda que pugna por que la gente que vive por debajo de la línea de pobreza haga lo que tenga que hacer para ganar su comida, porque nada es más izquierdista que brindar al otro la libertad de morir de hambre; una izquierda que reconozca la dignidad del sujeto si, y solo si, el sujeto es un sujeto asalariado; una izquierda echaleganista y meritocrática; tan de izquierda que no le preocupe la división entre derecha e izquierda ¿Qué cosa tan fea es esa de dividir cuando en un caldo homogéneo podemos diluir mejor a la ciudadanía?; una izquierda que deje la responsabilidad del aumento del salario mínimo a la mano invisible del mercado. Una izquierda ideal y al servicio de las clases privilegiadas.
La derecha de izquierda de los Creel, Gálvez, PRIistas, PANistas, PRDistas, y todo aquel que entre bajo la noble sombrilla de Va por México, es tan de izquierda que finca sus reales políticos en la inmutable naturaleza humana que necesariamente necesita un orden y una jerarquía social; tan de izquierda que propone la competencia entre los individuos y la propiedad privada como camino a la fraternidad universal donde todos seamos uno mismo a partir de las diferencias que permiten a unos oprimir a otros; tan de izquierda que sostiene que la resistencia al cambio político y social es la principal forma de garantizar la renovación del orden político y social a través de la preservación de orden político y social; tan de izquierda que permita que lo que pasa en el mercado trascienda a la sociedad sin que nadie regule al mercado. En pocas palabras, la derecha de izquierda sabe que sólo a través de la concentración de la riqueza los sujetos serán capaces de emanciparse del yugo de pensar que pueden pensar por sí mismos. Estamos hablando de la izquierda de la COPARMEX, el CCE, CANACINTRA, los Legionarios de Cristo, provida y –por supuesto– los marxistas del Yunque.
Por otro lado, en pos de un sano equilibrio político camaleónico chabacano y maniqueísta, desde la izquierda se proyectan tintes de derecha que aniquilan la esperanza de que sigua en pie el proceso transformador, una izquierda inclinada tanto a la derecha que resulta completamente de derecha y pugna por una serie de avanzadas normas de geolocalización y seguridad que aprovechando la escasa inteligencia de la inteligencia artificial, imponga una vigilancia masiva de la cual nadie escape, que sea capaz de vigilar a propios y extraños, a víctimas y victimarios, a quienes cometen un crimen y quienes podrían estar pensando en la posibilidad de pensar en que quisa podrían cometer un crimen. Un mundo izquierdistamente feliz en el Plan ÁNGEL de Marcelo Ebrard, un mundo en el que los cuerpos de seguridad tengan la capacidad de declarar un crimen y juzgar a un delincuente por su forma de caminar –el debate decimonónico desempolvado por la habilidad de la inteligencia artificial para condenar a los sujetos a partir de sesgos raciales. Una izquierda de derecha que permita al gobierno identificar a todos en la vía pública, tener un seguimiento de los movimientos de la ciudadanía y revictimizar a los grupos sociales menos favorecidos con prejuicios “tecnológicamente” justificados. Una izquierda tecnocrática que cuide a los sujetos de los sujetos mismos, y sepa –anques que nosotros– cuando nos hemos convertido en criminales.
Entrados en gastos: Superadas las diferencias entre derecha e izquierda, permitiendo que como se dice una cosa se diga otra en los discursos políticos, el futuro mexicano se antoja abierto a un abanico de posibilidades tan amplias como reducidas, donde potenciando la posibilidad de todo, se reduzca la realidad a su mínima expresión. De tal suerte que nadie pierda, al menos nadie de entre quienes tienen algo que perder. Los demás, los demás no importan, nunca han importado y sólo son necesarios en la medida en el que salir a votar sea un acto legitimador y no uno fundacional. Afortunadamente, las clases privilegiadas cuentan con representantes en ambos polos del espectro político mexicano que jugando a la polarización se acerca al círculo hermenéutico, representantes en la derecha de izquierda y en la izquierda de derecha y en cualquier otra contradicción estructural de las estructuras liquidas de ideologías que deliberadamente se venden como laxas para ocultamente preservar la posibilidad de cimentar una ideología tan profunda como invisible que permita a los ciudadanos conservar la fantasía de no ser súbditos.
Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.