Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Abandonar el pasado sin justificación y con el ánimo de venganza corriendo por sus venas, Dante Delgado Rannuaro ha sido y es, hasta ahora por lo menos, la manzana de la discordia –podrida- entre las oposiciones. Como la Chimoltrufia, habla: día dice que sí al otro que es posible y finaliza con a lo mejor no.
Aliado del presidente López durante lustros, rompió la relación o así parece y lo difunde, y como dueño de la franquicia naranja ordena y muestra su aire dictatorial: no permite que nadie le lleva la contraria y simplemente domestica a todos aquellos presuntamente militantes y con cargos de responsabilidad y dirección, para que se haga su voluntad.
Piensa –se presume y se duda- que descubrió el hilo negro y el agua tibia y que representa la “tercera vía para la vida política del país”. Su egocentrismo lo lleva al clímax y se asume como el nuevo mesías.
No es profeta del antaño ni visionario del futuro. Se encuentra atrapado en un profundo pozo que perforó con sus manos. Es su obra, de nadie más.
Se niega a escuchar los planteamientos de la sociedad y rechaza aliarse con los “corruptos” del PRIAN. Tenía dios acólitos en la lista de espera para ser ordenados sacerdotes y más tarde cardenales para terminar como papas. Se quedó sin uno. El que se rebeló, está excomulgado de la iglesia naranja.
Suponer ser propietario de la verdad, sostenerse con alfileres porque sus palabras pasan y se las lleva el viento, además de que sus acciones no sanan a los enfermos arrepentidos de haber profesado otra religió política, es vivir desfasado de la realidad real.
Dante Delgado fue priísta de “hueso colorado” y de pronto renunció y dejó de ser feligrés para inventar su propia iglesia que apenas tiene unas docenas de parroquias en municipios alejados y dos templos en entidades federativas. No tiene con qué convencer a los morenistas. Los priístas lo desprecian. Los panistas no lo toleran. Los perredistas lo ignoran. ¿De dónde saldrán los seguidores de su doctrina?
Orondamente dice que no presentará candidato a Veracruz, la tierra que desgobernó durante cuatro años entre 1988 y 1994, porque las condiciones políticas no lo permiten. Deja el espacio para que otros lo llenen. Confirma que no irá en la alianza opositora que busca quemar en leña verde al brujo disfrazado de mesías. Porque, según su sapiencia, tiene feligreses que darán la batalla en 2024 y que podrían dar la sorpresa de instaurar un nuevo régimen.
Probablemente régimen alimenticio. Porque Dante es un sibarita al que rodean otros similares personajes.
Políticamente no ha hecho nada por el país. Legislador por lustros, su presencia en las cámaras del Congreso de la Unión ha pasado más que de noche. No se recuerda un debate inteligente, menos una iniciativa que aporte elementos para la construcción de un sistema político en el que la desigualdad se reduzca y la educación sea el pivote para mirar al nuevo sol.
Con el abandono y la crítica de su acólito, no tiene más ayudantes que le carguen la charola y le aporten lo necesario. El otro que le queda con ambiciones cardenalicias, apenas se preocupa por su persona y poco le importa lo que le ocurra a su mentor. Las arcas de Nuevo León no estarán abiertas como las de Jalisco.
En su revuelta mente, Dante Delgado supone que de no encontrar una “figura competitiva”, como última alternativa se autopropone.
¿Será en verdad el salvador de la patria?
Porque ya hemos vivido cuatro años y siete meses y 13 días esperando que el mesías tropical –autoría de Enrique Krauze- muestre, aunque sea en un montaje que realice Epigmenio Ibarra, qué es, dónde queda y cuándo llegaremos al paraíso.
El ego traiciona a los inteligentes a los que no lo son los enloquece. Ejemplos hay de sobra.
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