Lo que Realmente Falla

Antonis Samarakis, El fallo. Editorial Trotamundos (Madrid). 257 páginas, 2023

DAVID MARKLIMO

En una isla de un país indeterminado, un hombre está tomando un café tranquilamente cuando es detenido por una policía secreta. ¿Su crimen? Pisarle un pie a un agente policial, lo cual ha desencadenado un breve intercambio de palabras entre ambos. Mientras se lo llevan a comisaría para interrogarlo, los agentes que lo detiene se muestran cordiales y charlan con el detenido, que se muestra dócil. Esta inquietante escena desencadena una serie de preguntas: ¿es culpable de ser contrario al Régimen o inocente? ¿Por qué los policías lo tratan tan bien? ¿Qué pretenden? ¿A qué se debe la actitud sumisa del detenido? ¿Es auténtica o espera una oportunidad para escapar? ¿Qué hay detrás de cada palabra, cada gesto, cada mirada? 

Ese es el inicio de la célebre novela El Fallo, del griego Antonis Samarakis, que ha sido relanzada por la editorial Trotamundos. Pese a que se trata de un autor muy prestigioso, en México es poco conocida su obra. Quizá por ello el motivo de esta reseña. En la obra, el autor juega constantemente con las expectativas del lector, por lo que poco se puede dar por sentado. De igual forma, podríamos englobar a El fallo dentro de la literatura con crítica política. Y es que Samarakis denuncia a los gobiernos totalitarios y represivos. El Fallo, publicado en 1965 —justo antes de que se impusiera en Grecia la Dictadura de los Coroneles—, mereció el prestigioso Premio de los Doce y la admiración de diversos escritores (entre ellos Agatha Christie y Graham Greene). Estamos ante una novela aparente, que más que nada esconde el grito de la Humanidad contra la represión y la falta de libertad, ese bien tan apreciado por los antiguos griegos. 

Mediante una técnica sobria, escueta, segura y con magistral economía de recursos, Samarakis sabe presentarnos un duelo angustioso que, de un primer plano de novela policíaca, deriva cada vez más a la irrealidad y el absurdo. Digamos que Kafka no le pide nada al buen Sofocles. El fallo se encasilla en el suspense: Samarakis desvela la información poco a poco. Primero son los giros de tuerca -que cambian el contexto de las cosas-, luego desordena cronológicamente los eventos para añadir datos importantes, a continuación juega con la primera y tercera persona para hacer que el narrador de turno dé más o menos explicaciones, seguidamente inicia un capítulo con un párrafo que nos pone en alerta para sólo al cabo de un rato tranquilizarnos. En ese sentido, es una obra donde el autor tiene un control absoluto, pues hasta terminar la historia no sabemos todos los detalles de la misma, y mucho menos las implicaciones que se presentan.

Este control se ve en muchas situaciones de la novela, por ejemplo, en sus personajes, aún rozando la caricatura, nunca se sientan como tal. O su mensaje político, pese a que para algunos podría ser un manual desde la resistencia civil, logre ir más allá y ubicarse en las ramas más hermosas y frondosas del Humanismo. Tiene algo rabiosamente clásico, pese a que es una obra de la Guerra Fría: esa capacidad de abordar la tragedia desde el prisma del absurdo y el humor. Todo podría restar solemnidad al relato, pero no se diría que es una novela ligera.

Se ha dicho que El fallo significa la defensa del hombre: el fallo dentro del sistema, el fallo de la ley y el ajuste de cuentas de la Justicia. Vemos como lo que detiene el funcionamiento de la maquinaria represiva sigue siendo válido. Es aquello que ya nos enseñaron los mitos antiguos: la simple capacidad de reacción humana que, incluso en el momento más desesperado, da posibilidades a la rebeldía y la esperanza. Es decir, por mucho que nos digan que Prometeo está encadenado por voluntad de los dioses; sabemos que Heracles aparecerá, disparará dos flechas y cortará las cadenas y lo liberará, quiéranlo los dioses o no.

 

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