El Gran Capital de la Novela

Hernán Díaz, Fortuna. Editorial Anagrama (Barcelona, España). 440 páginas, 2023


DAVID MARKLIMO

Hay veces, unas pocas, en donde el escritor decide renunciar a su lengua materna y escribir en alguna que ha aprendido. Es un ejercicio sumamente difícil, porque conlleva una pérdida de naturalidad, cierta blancura en la voz y un poco de tecnicismos que se hacen notar en el lenguaje. Digamos que, por eso pocas veces sucede. Pero ahí está el caso de Jonathan Littell, que siendo estadounidense, decidió escribir en francés, ganando el Goncourt por Las Benévolas. También es célebre el caso de Theodor Kallifatides, que siendo griego escribió en sueco casi toda su obra, empezando nada más y nada menos que por El asedio de Troya y, después en griego, Otra vida por vivir.

En este pequeño grupo debemos agregar al argentino Hernán Díaz, que se alejado del castellano para escribir sus novelas en inglés. Es el caso de Fortuna, una narrativa a cuatro versiones distintas, y en ocasiones opuestas, de una misma historia, el retrato de un poderoso magnate de las finanzas que supo capear y lucrarse con el Crack del 29. Se nos presenta la historia de Benjamin Rask (un magnate legendario de esos que brillaron, hace un siglo, en Estados Unidos) que se enoja por cómo lo muestran a él y a su esposa (dicen que su riqueza es de origen dudoso y que su esposa está recluida) y decide pedirle a su secretaria que sea la escritora fantasma de sus memorias para revertir esa imagen indeleble que todo Nueva York parece haberse hecho sobre él.

La novela lleva al lector a reflexionar sobre el capitalismo omnipresente y omnipotente. El texto rompe el pudor en torno al dinero. Pocas veces es bien visto hablar de dinero, de cómo se gana, cómo se gasta y por qué alguien tiene y otro no. Se puede decir que erige en una profunda reflexión sobre la naturaleza económica de la literatura. Es decir, mientras que el dinero sea la representación de la riqueza, la literatura es una representación de la realidad a través de ilusiones o mitos. Y esa asimilación de los conceptos como representación, es lo que hace esta novela en algo único.

El tema de fondo, en lo que deberíamos poner el foco, es quién tiene la verdad. En un contexto tan complejo como el crack del 29, en la Nueva York de los años 20, quién fue responsable del hundimiento bursátil. En ese sentido, la novela nos va mostrando que la verdad es una construcción y es mutable. La pregunta sobre aquello que parecía una versión consolidada de la historia se multiplicará hacia el infinito, el lector se desconcierta. Y se replegarán también hacia adentro, para llevar a cuestionarse cuánto de eso que se lee como algo cerrado o definitivo no es más que una versión, entre muchas. ¿Miente la novela? Los historiadores nos enseñan esto todo el tiempo, hechos que parecían ser absolutamente verdaderos e indisputables resultan, tras un trabajo crítico, puros puntos discursivos o puras maquinaciones políticas. Lo que importa aquí no es el descubrimiento de quién es el personaje relevante sino la estructura de idas y venidas, de versiones y perversiones que siguen una sucesión de cajas dentro de cajas, de máscaras que se superponen, como si la Historia fuese una cebolla que hay que ir pelando.

En esta majestuosa novela aparecen el colonialismo, el crack del 29, el anarquismo, los primeros tratamientos psiquiátricos, la cultura de las élites, la poesía de la resistencia, la locura como manifestación definitiva de la lucidez. Se nos muestra es que lo mutable no es el dinero, sino algo mucho más complejo y seductor, harto más complejo y complicado, también: la ficción acerca del dinero, el capitalismo y la resbaladiza pretensión de configurar la biografía y memoria de una vida. Vemos, al fin, la búsqueda de humanidad detrás de la consolidación de un sistema financiero sin piedad. 

La obra fue galardonada con el Premio Pulitzer, lo que convierte a Díaz al nivel del Littell, seres capaces de escribir una obra maestra en un idioma que no es el suyo.

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