SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS
No cabe duda que una urbe casi milenaria como es el caso de Tenochtitlan-Ciudad de México tiene una existencia de larga data si se le compara con Las Vegas en los Estados Unidos y es una señora de mediana edad respecto a su colega, la Roma de los tiempos antiguos que hoy sigue siendo imán para millones de turistas. Dicho lo anterior, unas y otras han pasado por toda una serie de vicisitudes que históricamente han definido su aspecto urbano, enfrentan toda una serie de retos como es el caso del abastecimiento-uso responsable de agua. Las ciudades, como conglomerados de millones de personas, necesitan de autoridades eficientes que manejen con acierto políticas, éstas se materializan con mejores resultados que otras, cuya única meta debería ser mejorar la vida de sus habitantes y proveer de oportunidades a las entidades económicas como culturales que les dan a las ciudades ese plus que eleva los niveles de bienestar de la comunidad citadina. Por todo lo señalado lamento profundamente que la Jefa de Gobierno de nuestra capital, Claudia Sheinbaum, haya renunciado a su cargo; los vericuetos de la política mexicana que vienen desde el callismo y están presentes en la contemporaneidad desnaturalizan cualquier proyecto urbano, aunque éste se encuentre funcionando de manera positiva.
Vamos primero con las bondades, desde la Crónica de la peregrinación, el códice mexica relató que cuando las huestes de Huitzilopochtli llegaron al hoy Valle de México, la feracidad lacustre de la zona era inmensa, los enormes bosques de la meseta central mesoamericana brindaban sombras, olores, maderas y hogar para miles de animales haciéndolo un vergel florido por su clima TEMPLADO que fue ponderado por las crónicas de los frailes españoles y en las cartas personales que la emperatriz Carlota le escribía a su “hermana” la también emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo. La oriunda de Bélgica señalaba que había un par de días calurosos pero luego venía la estación de lluvias con sus precipitaciones diarias por la tarde; advertía, no eran como las de Europa que podían durar días sino que las lluvias en México eran violentas, cortas y luego se producían un ocaso esplendoroso. Décadas después llegaron las preocupaciones arbóreas de Miguel Ángel de Quevedo y hoy, cuando se escriben estas líneas llevamos días de 30 grados en promedio de temperatura. La antigua y actual tala de árboles en el Valle de México y en la República Mexicana, aunado al calentamiento del planeta y la existencia de millones de personas desde Toluca hasta Ixtapaluca, han convertido a nuestra zona metropolitana en una olla de presión con gases mortíferos; a pesar de ello, como el otro día me dijeron un sinaloense y otra veracruzana: “ustedes tienen en la ciudad el aire acondicionado natural prácticamente todo el año”.
Pero no todo ha sido miel sobre hojuelas, en el pasado como en la actualidad la Ciudad de México se inunda por la simple y sencilla razón de que está encima de un lecho lacustre y porque desde el siglo XIX se ha ido hundiendo; es una de las urbes contemporáneas que más sufre de este fenómeno y los especialistas han señalado meridianamente que ello se debe a dos cosas: la extracción inmisericorde de agua de los mantos freáticos y el peso que significan las enormes construcciones que de décadas atrás y año con año se acumulan en las alcaldías; cualquiera que haya vivido en la Delegación/Alcaldía Benito Juárez puede dar fe de los enormes negocios del cartel inmobiliario panista en dicha demarcación. Pero hay que ser objetivo y puntualizar que semejantes construcciones han obtenido semejantes permisos en las también alcaldías de Cuauhtémoc, Coyoacán, Álvaro Obregón y otras más.
La pandemia del Covid 19 permitió revivir a los habitantes de la Ciudad de México un tipo de tráfico automovilístico parecido al de los años sesenta -vea estimado lector en la Web las fotografías de esos años en las principales calles y avenidas de la ciudad-. El tiempo de los trayectos llegó a reducirse en dos tercios de lo que usualmente se hacía antes de marzo del 2020 y desafortunadamente hoy está igual o peor que antes, porque la gente siguió comprando autos y más popularmente adquirió miles de motos; porque de sexenios atrás las autoridades delegacionales, que yo también las llamo banqueteras porque al construir banquetas inútiles roban al erario, se han dedicado a destruir el diseño vial poniendo obstáculos en esquinas más que cuadradas, reducción de carriles para la circulación de muy pocas bicicletas y demás lindezas, que no han disminuido el uso del automóvil y en cambio sí han obstruido el fluido vehicular.
Lo único realmente positivo es y será hacer eficiente, moderno, limpio y extensiva la red de transporte público que incluye camiones, metrobus, las verdes “peseras” y el sistema de Metro. Aunque suene sangrón, hacía mucho tiempo que no me subía diariamente a dicho sistema; ello porque tuve que llevar “mi nave” al taller de hojalatería, hoy se dice “body repair”. La experiencia no fue mala, caminar de punto a punto y el viaje consumió dos terceras partes en tiempo de mi trayecto a Ciudad Universitaria realizado en automóvil. Eso sí, un tanto lleno los vagones del Metro, sucios y viejos. Los habitantes de la capital del país como del puerto de Veracruz, León, Guadalajara o Morelia, de décadas atrás se han quejado que, por igual, las unidades de los permisionarios como el transporte público se encuentran en mal estado. Es una obligación de los particulares como de las autoridades gubernamentales en tener un eficiente sistema de transporte colectivo, y de la ciudadanía es una obligación no rayar los vidrios, en no tirar comida adentro de las unidades, etcétera. El paraíso sería el sistema Metro de Tokio o alguna otra ciudad oriental como Shanghái, donde yo le dije a mi esposa: cuenta bien el número de estaciones y trasbordos, porque en caso contrario llegaremos a Vietnam. Más cercanos culturalmente, los metros de Madrid, Chile o Berlín, los dos europeos tienen líneas de antigüedad anterior al de la Ciudad de México, pero su mantenimiento, limpieza y civismo de sus usuarios los hacen un medio de transporte confortable y rápido. En cuanto al chileno, también setentero, cuando fui por allá hace un poco menos de una década, me sorprendió lo ordenado y limpio de estaciones y convoyes: eso sí, el boleto por viaje costaba un dólar, o sea 20 pesos actuales. ¡¡Qué autoridad mexicana se echa semejante medida impopular!! Hasta aquí le dejamos y luego volveremos con otras reflexiones.