*En 1987 se Reconfiguró la Clase Gobernante y se
Formó el Partido de la Revolución Democrática
*Se Envolvió en la Bandera de la Honestidad Valiente,
Combatir la Corrupción y Desaparecer la Oligarquía
*Toda Promesa de Cambiar Para Seguir Igual, es una
Realidad en el México del Siglo XXI
POR EZEQUIEL GAYTÁN
Las mafias del poder o élites del poder o clase política son una expresión que utilizamos a fin de señalar y describir algunas relaciones de dominio dentro de la sociedad. Es un tema analizado desde muy diversos puntos de vista, pues se refiere a un aspecto de la realpolitik o realismo político. Léase, es la explicación de que en todas las sociedades y en todas las épocas, independientemente del tipo de régimen, ya sea una democracia presidencial o parlamentaria, una monarquía constitucional, una dictadura o una monarquía absolutista, es claro identificar a un grupo o unas cuantas minorías, ya sean religiosas, de interés económico, militares, aristocracias, dueños de medios de comunicación o de facciones dentro de los partidos políticos, por citar algunos ejemplos, que son quienes toman las decisiones y señalan el rumbo de una nación o del mundo. En algunos casos se les llama oligarquía, en otros se les nombra nomenclatura y en distintas ocasiones mafia del poder o clase dirigente.
En cualquier gobierno es relativamente fácil identificar a personajes que pertenecen a ese grupo o grupos de poder. De ahí que pareciera una contradicción que, en una democracia, entendida como el poder del pueblo por el pueblo y para el pueblo, se distingan esas clases o élites del poder. Más aún, se les señala y, en ocasiones se les acusa de ser una minoría que antepone sus intereses en contra de las mayorías. Lo cual en algunas ocasiones es cierto, pues son grupos más o menos definidos por los intereses que protegen.
En el caso mexicano muchas de esas élites se formaron en el siglo XX al amparo del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y se le llamaba “la familia revolucionaria”. Pero no eran las únicas, también se configuraron grupos económicos industriales, comerciales y dueños de medios de comunicación en diversas regiones del país. De ahí que en 1977 con la reforma política emprendida por José López Portillo también se fueron incubando dentro de las nuevas organizaciones partidistas, nuevas élites. Algunas desde las izquierdas, otras desde la derecha. Posteriormente con la escisión del PRI en 1987 se reconfiguró la clase gobernante y se formó el Partido de la Revolución Democrática (PRD) de donde empezó a destacar la figura de Andrés Manuel López Obrador quien finalmente, años después, organizó su propio partido político y propuso acabar con la “mafia del poder” del prian o llamado amasiato entre el PRI y el Partido Acción Nacional.
Fue una llamada interesante y atractiva, pues él se envolvió en la bandera de la honestidad valiente, en contra de la corrupción y sobre todo hizo creer con sus discursos que además de que desmembraría a esa oligarquía mafiosa y apátrida, él abriría las posibilidades de la movilidad social, el acceso a una muy superior calidad de vida y repartiría los frutos que los miembros de las élites monopolizaban sólo para ellos.
Pero no ha resultado así, con la llegada de Morena al poder arribó otra banda o pandilla o mafia a los cargos de elección popular y a las estructuras de la Administración pública centralizada y paraestatal. Más aún, el presidente también designó, para fines prácticos a ministros en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en la Fiscalía General de la República y en prácticamente la mayorá de los órganos constitucionales autónomos. Además de gobernaturas y presidencias municipales. En otras palabras, no mintió, desplazó a la “mafia del poder” y la arrinconó. Tan la tiene entre las cuerdas que, a grupos de empresarios, líderes de iglesias, dueños de medios y algunos intelectuales los tiene señalados y amagados.
Ahora, dirían los clásicos, llegó una nueva clase política que ya es señalada como “la nueva mafia del poder” o “la mafia del poder guinda”. No hay nada nuevo bajo el sol. Hoy nos gobierna un grupo que en la práctica se reduce a un ¡Quítate tú, para ponerme yo! No son mejores que los anteriores y, de hecho, su curva de aprendizaje ha sido muy lenta y con demasiados hierros que nos cuestan muy caros en la cuantitativo y en lo cualitativo. Es una mafia desaseada en las formas políticas, brabucona, pendenciera y con una falta total de autocrítica. Sus líderes, empezando por el principal, son intolerantes, desprecian el Estado de Derecho, forman un grupo compacto y están decididos a mantenerse en el poder por sobre todas las irregularidades de ser necesario. Actúan como mafia o pandilla en la medida en que son un círculo cerrado, íntimo y sus interacciones suelen ser desdoblamientos e imitaciones lingüísticas y corporales de su jefe.
Las élites del poder en toda sociedad, nos guste o no, siempre han existido y perdurarán. Cambiarán los personajes, las formas políticas y, en un momento dado, las ideologías, pero acaban siendo clases o mafias del poder y harán todo lo que esté a su alcance para mantenerlo, ya sea en la política, en los sindicatos o en cualquier organización.