Thomas Ligotti, La conspiración contra la especie humana. Ed. Valdemar, Madrid, España. 312 páginas. 2015
DAVID MARKLIMO
En una serie de artículos recientes, el diario The New York Times ha abordado al Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria (MEHV), fundado en 1991 por Les U. Knight en Oregon, Estados Unidos. La premisa de este movimiento es sencilla: la población humana es mucho más grande de lo que la Tierra puede soportar, y dejar que los seres humanos se mueran gradualmente es lo mejor que se puede hacer para la biósfera terrestre. La solución, radical, tiene que ver con no procrear, olvidarse de esa máxima que los hijos son le herencia. Sin duda, es una declaración basada en el pesimismo, que identifica a los seres humanos como fuente de todos los problemas que aquejan al planeta.
Aunque no es exactamente la premisa de la que parte, Thomas Ligotti llegó, en 2010, a la misma conclusión. Por primera vez en su vida se alejó del universo del terror (se ha hablado de él como el sucesor de Edgar Allan Poe) y publicó un ensayo titulado La conspiración contra la especie humana.
En él, Ligotti propone un catálogo de razones para el pesimismo que pretende ser una monumental refutación de la consoladora idea de que “estar vivo es genial y es lo que mejor que nos podía pasar”. La Conspiración parece una obra concebida en un periodo en que el autor hace frente a una depresión. En muchos momentos, la obra parece irritada contra los manuales de autoayuda. Aunque probablemente no sea del todo cierto: Ligotti parte de la argucia literaria de denunciar lo que en realidad se defiende. Se adhiere así al pensamiento de Schopenhauer y, en algunas cosas, al budismo.
El libro, y he aquí lo que se asemeja al Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria, rescata al pensador noruego Peter Wessel Zapffe (1899-1990), y su obra El último Mesías (1933). Zapffe parte de la consideración de que el hombre es la víctima de un regalo no deseado de la naturaleza: la consciencia, que nos conduce a la lúcida convicción de que la existencia es indeseable, una tragedia que desnuda nuestra profunda impotencia frente al mundo y el dolor que éste produce. Somos marionetas que no somos conscientes de serlo, seres sin verdadera capacidad ejecutiva, manejados por hilos invisibles. Esta imagen es muy poderosa: enlaza el pensamiento pesimista con la mitología clásica, por ejemplo. Así, la única solución para acabar con esa “conspiración” contra la libertad del ser humano es la no procreación (no el suicidio, es conveniente subrayar), lo que Ligotti llama desaparición autoprogramada. Uno podría pensar que, servido este argumento, Ligotti se abrazaría al ecologismo, tal cual sucede con el MEHV. Sin embargo, en este punto, parece despreciar todo aquello que huela al medio ambiente, pues la evolución natural es la responsable de la especie humana.
Puede decirse ante todo que ese pesimismo antropológico que expresa la Conspiración…, el reproche a la conciencia, se debe a que ésta nos permite, al contrario que al resto de especies animales, ser capaces de advertir que el cambio, la transformación (sea tarde o temprano) es la característica fundamental de nuestra especie. Podemos cambiar y dejar de ser marionetas, pero casi nunca queremos hacerlo. Estamos demasiado cómodos. Ese miedo a la transformación, primero del mismo ser humano, después de la realidad que lo rodea, constituye el gran tema de fondo. Decadentismo, le llaman. Por supuesto, la pregunta a responder es si la Humanidad está, en verdad, en decadencia.