La Transformación Inconclusa

 

*Se Inclinará por el o la que Mejor lo Engañe 

de Continuar con el Proyecto

 

*La 4T Creó un Frankenstein Esclerotizado y

Torpe Compuesto de Cadáveres

 

*Se Desvió de sus Objetivos por Disperso, 

Pendenciero y Calenturiento 

 

*Quien Gane Tendrá que Retomar y Refrendar 

la Vida Institucional y la Democracia

 

POR EZEQUIEL GAYTÁN 

 

Es cierto que aún no acaba el gobierno del presidente López Obrador. También es cierto que su propuesta de transformación es poco conceptual, tal vez su expresión más aproximativa la encontramos en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 y deja mucho que desear. Más aún, el primer mandatario habla y habla de una revolución de las consciencias, pero para variar, tampoco ha desplegado ese y otros conceptos básicos que nos orienten cualitativa y cuantitativamente respecto al país que quiere entregar el próximo año. De ahí que es difícil condensar y en mi caso comprender el proyecto transformador que tanto malabarea. A menos de que sólo se trate de la apropiación de la palabra “transformación” de eso que hoy los publicistas llaman “marketing político” y en esencia su proyecto se reduce a algunos ofrecimientos de su campaña electoral tales como alcanzar la justicia social, poner fin al modelo económico neoliberal, acabar con la corrupción, fortalecer al Estado de Derecho, restaurar la seguridad pública y priorizar la atención a los pobres. Lo cual no lo logrará y lo sabe. Más aún, ahora ya habla de la primera etapa de la transformación y desde ahí desea encadenar a su sucesor a seguir con sus políticas de gobierno que en los hechos ya demostraron ser de deficientes resultados.

 

Por eso su intención es orillar a la oposición, deshabilitar al Instituto Nacional Electoral y organizar a la aplanadora del Estado con el firme propósito de que su partido Morena continúe en el poder. Ya sabe que seis años son pocos en materia de gobierno y por eso insistió en la prolongación del mandato que afortunadamente no prosperó. También está consciente de que sus cuatro posibles sucesores o corcholatas como él les llama despectivamente, lo mimetizan y de ahí que no se salen de la línea discursiva, plana y monotemática de hacer eco a las palabras presidenciales. Por lo mismo se inclinará por el que mejor lo engañe respecto a continuar con esa ambigüedad denominada transformación.  

 

EN LA BÚSQUEDA

DEL CONTINUISMO

El fenómeno de que los presidentes quieran extender su mandato es algo que encontramos en Plutarco Elías Calles, Miguel Alemán, Luis Echeverría y Carlos Salinas. Todos ellos lo intentaron de alguna manera. Tal vez Elías Calles fue quien mejor lo logró hasta que Lázaro Cárdenas le puso fin al Maximato. De ahí que es fundado el temor del presidente López Obrador de que a la hora de que su sucesor o sucesora se ponga la banda presidencial lo incluyan en la lista de los indeseables del pasado.

 

La transformación lopezobradorista es un intento, en muchos sentidos plausible, de corregir algunas de las fallas de neoliberalismo tales como los extremos de opulencia y miseria, la corrupción en la Administración pública y la indefinición del Estado respecto a sus obligaciones y redefiniciones acerca de lo que se debe proyectar como áreas estratégicas y prioritarias de la economía. Empero, su dispersión de ideas, la falta de un equipo competente, su incomprensión respecto a la globalización y su obsesión por aferrarse a ideas del pasado en materia de desarrollo terminaron por enredar su proyecto y creó un Frankenstein torpe y esclerotizado que, en efecto, por momentos late su corazón y medio camina, pero se trata de un monstruo compuesto de cadáveres. 

 

El presidente López Obrador fue otro iluso convencido de que gobernar este país es cuestión de voluntad política y dar órdenes desde la silla del águila. Otro más que pensó que en el cajón del escritorio presidencial existe una varita mágica y que bastaba con agitarla a fin de que su calabaza se convirtiera en carrosa, como princesita de cuentos de hadas. No se preparó formativamente para ser presidente, se preparó para tener el poder y supuso que transformar era cambiar de forma en el estilo personal de gobernar. Ahora ya sabe que la forma sólo es el producto o rostro de lo que hay en el trasfondo o raíces de los hechos económicos, políticos, sociales, jurídicos y administrativos de la realidad nacional y de un sistema político dialéctico complejo, cambiante, mucho muy sensible y atento a las buenas maneras y modales.

 

RECORRER EL PAÍS

NO LE ALCANZÓ

Andrés Manuel López Obrador recorrió el país y lo que vio lo sensibilizó emotivamente, pero no lo comprendió porque no lo analizó. No alcanzó a entender que ante las terribles desigualdades sociales no basta con comprometerse con el dolor humano, regalar el dinero y que llegue el Estado con políticas asistenciales. Fue y es incapaz de comprender que para ver el trasfondo de la realidad es necesario hacer de lado las apariencias visibles y escudriñar en la historia, así como en las invisibles demandas y necesidades sociales que de suyo son discordantes y muy dadas a las divagaciones. Forma y fondo – en este caso – son complementos y, a la vez, oposición entre cultura y estructura burocrática. La coacción del fondo es lo que mostrará la forma y el tratamiento de la relación. Por eso transformar puede ser superficial y bastará con maquillar o enmascarar o, por el contrario, hacerla desde el fondo mediante el atributo a los valores conciliables e inconciliables de las miles de formas en las que los mexicanos concebimos la vida. 

 

La función del trasfondo es moldear y darle forma y sentido a una imagen que puede resultar una atracción o una deyección. Mucho depende del trato y del tratamiento que condense la transición del fondo a la forma. De ahí que la actual administración, al habernos propuesto una transformación, debió antes resolver el enigma de la dualidad forma y fondo.   

 

No terminar un proyecto resulta frustrante para cualquier ser humano. Iniciar algo en la vida y saber que no podremos cosechar los frutos es difícil de digerir. También sabemos que sembrar no es sinónimo de espigar, pero un estadista, cuando es estadista, sabe y se siente seguro de que las generaciones del mañana se beneficiarán de lo plantado. El problema surge porque el presidente López Obrador no supo hacer su trabajo con método, sistema y perdió de vista sus objetivos. De hecho, se desvió de los mismos por disperso, pendenciero y caliente. Por eso ahora su estrategia, así lo indican sus discursos, es extender su proyecto transformador en alguno de sus cuatro seleccionados. Lo cual levanta sospechas de un intento de Maximato y de que no se va a retirar a la vida privada en su rancho en Tabasco.

 

Lo inconcluso significa que algo no tiene desenlace, pero en política es sinónimo de oportunidad. Es aprovechar la coyuntura, redefinir el proyecto y terminarlo exitosamente. Pero esa oportunidad puede ser desaprovechada y de ahí que la historia registre las frustraciones de intenciones inconclusas en numerosos pasajes. No sabemos en qué, cómo y cuándo terminará el actual plan gubernamental. Su intentona de vincular su transformación a la Guerra de Independencia, a la Reforma y a la Revolución le quedó demasiado grande. Esos fueron movimientos populares significativos por haber luchado contra las prohibiciones de libertad, soberanía, independencia, laicismo y democracia con justicia social. Esas transformaciones vinieron de las raíces o trasfondo del ánimo popular. La diferencia cualitativa de esos tres movimientos con la propuesta de la cuarta es que esas luchas confrontaron los orígenes de la heterogeneidad de la vida nacional y encarnaron la pluralidad de las asimetrías sociales en favor del pensamiento incluyente de la ilustración y la razón. En efecto, tuvieron contrarios que los llevaron a confrontaciones violentas y fratricidas, fueron circunstancias que desataron emociones confusas dentro de tres momentos lúcidos por sus ideas claras. En el caso actual, son ideas confusas que desatan pasiones carentes de lógica y de comprensión del mundo.    

ABSTRACTA Y SURREALISTA

4T QUE NO SERÁ COMPLETA

Por lo anterior sostengo que esta administración no terminará su abstracta y por momentos surrealista transformación. Tampoco sabemos si el sucesor o sucesora, en caso de que el partido Morena gane las elecciones, continúe por el mismo sendero que inició López Obrador. Aunque quien llegue se verá obligado, si quiere   un país en paz, próspero y sobre todo democrático, a realizar algunos cambios: tendrá que retomar y refrendar la vida institucional, respetar y fortalecer la democracia, reorganizar y realinear a la Administración pública, promover el desarrollo mediante la concurrencia responsable de los sectores público, privado y social, dejar de amagar y hostigar a periodistas y medios de comunicación, garantizar el servicio eficaz de la seguridad pública y por supuesto rearticular el tejido social hoy fragmentado.

 

El significado de transformar sin ser acotado y estructurado desde sus raíces es una desmesura que puede ser exagerada o minimizada. Ya no importa mucho, el sexenio se acaba y la herencia amorfa se reduce a unos cuantos renglones que propusieron una reconstrucción de la vida nacional y acaba como una destrucción conflictiva de instituciones, así como de negaciones y afirmaciones en el ámbito de las creencias y las especulaciones. La cuarta transformación es un espectáculo opaco de maquinaciones mentales e incoherencias gubernamentales frente a la realidad de una nación que por estar harta del gobierno de corrupción de Peña Nieto le dio la confianza a alguien que sólo repitió el fragmento emotivo de un discurso conmovedor, pero en los hechos, bastante hueco.   

 

La transformación 2018-2024 es ya un proyecto inconcluso. No digo que es un mortinato, pero hay algo de cierto en ese diagnóstico. Tal vez porque no se puede hacer política con resentimientos, venganzas y odios. 

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