Violencia en la Frontera y Fuerzas Armadas

SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS

Entre 1878 y 1879, el gobierno federal de los Estados Unidos, las autoridades del estado de Texas,  las autoridades de los condados fronterizos texanos colindantes con Tamaulipas y Coahuila, los reportes de particulares estadounidenses avecindados en la zona fronteriza y en particular, peticiones de ganaderos dueños de miles de reses llegaron a un diagnóstico sobre la situación de inseguridad que privaba en la zona colindante entre los dos países: en México existía un sistema de bandidaje que, con y sin la anuencia de las autoridades mexicanas, permitía el robo sistemático de propiedades inmuebles de estadounidenses, el constante abigeato cuyo resultado era la pérdida de miles de dólares y el asesinato de ciudadanos estadounidenses que por defender sus propiedades terminaban siendo víctimas de una cultura del robo, innata entre los mexicanos. La solución considerada en las ciudades de Washington y Austin fue que el ejército de los Estados Unidos, acompañado de los Texas Rangers y minutemen conocedores de la geografía humana de la frontera, llevaran a cabo una invasión en el territorio mexicano con el objetivo de combatir, apresar y liquidar a todos aquellos ladrones que se habían cebado en las propiedades y vida de ciudadanos americanos.

Fue tan serio el reclamo estadounidense y tan importante la presencia del ejército federal en la zona fronteriza texana, que el primer gobierno de Porfirio Díaz (1877-1880) buscó el apoyo de los caciques tamaulipecos y de Coahuila, pertrechó al ejército mexicano que fue enviado al noreste y estudió el problema del abigeato/inseguridad fronteriza; a lo anterior sumó el pago semestral y de forma puntual, de la deuda que el país tenía con acreedores estadounidenses. Lo antedicho quiere decir que las amenazas de los Estados Unidos surtieron efecto para defender sus intereses y reclamos. Del lado mexicano el gobierno de Porfirio se asentó en el noreste, resolvió un problema de criminalidad regional con aristas internacionales, plantó cara a los informes de Washington subrayando que también existían empresarios estadounidenses quienes se beneficiaban millonariamente al robar reses a sus vecinos texanos y mexicanos; y como en buena negociación, a la mala trajo al general Juan Nepomuceno Cortina, acusado de liderar las bandas que robaban ganado texano. Lo alejó de su zona de poder, pero lo instaló en una casa señorial, en el entonces buen barrio de Azcapotzalco. Vale la pena apuntar que Cortina ha sido para la historiografía mexicano-americana, uno de los pocos héroes que combatió con éxito el racismo que los anglos perpetraban contra los hispanos.   

Vale la pena recapitular. Sucesos violentos en la frontera desencadenaron la guerra que “Estados Unidos le hizo a México” entre 1846 y 1848; la criminalidad fronteriza a finales de los años de 1870 estuvo a punto de provocar una segunda guerra entre los dos países; durante los años de la Revolución Mexicana, los diversos y violentos sucesos que surgidos en México traspasaban la frontera provocaron reclamaciones estadounidenses y luego la invasión del general Pershing en busca de Francisco Villa, ello olvidándonos de los sucesos de Veracruz y Tampico. Hoy, y como se ha repetido de sexenios atrás: el clima de violencia en la frontera, provocado por el crimen organizado, cuyo accionar, tentáculos, depósitos millonarios y recursos humanos se encuentran al norte y sur de la frontera, se está materializando en propuestas de legisladores estatales americanos que buscan una invasión a México, dado que los gobiernos mexicanos han sido incapaces de resolver el problema de seguridad que afecta los intereses de ciudadanos estadounidenses; ello es un proceder estadounidense/texano, discurso, visión y amenaza con hondas raíces históricas. El único recurso que debe materializar México es, como en tiempos de Porfirio Díaz, resolver con la fuerza el problema de la rampante inseguridad, pero también, y como en el porfiriato, subrayar la corresponsabilidad que tienen los estadounidenses en este peliagudo asunto binacional.      

Ligado a la anterior exposición, se suma las marchas de la semana pasada que, en la Ciudad de México y otros puntos de la república llevaron a cabo integrantes, exintegrantes, familiares y amigos de personal que trabaja en las fuerzas armadas del país. Primero, los que marcharon tuvieron la venia de generales en activo; segundo, fueron respaldados moralmente por tropa y oficialidad; tercero, de ellas quisieron o sacaron provecho intereses contrarios a las fuerzas armadas mexicanas, lo mismo que los malquerientes de la 4T; cuarto, fue un suceso que ha motivado reflexiones entre políticos, académicos y analistas del acontecer nacional. El problema de la inseguridad en el país, que va más allá del tema del fentanilo, pero cuya terrible realidad y consecuencia cruza diagonalmente a la sociedad mexicana, es la mayor asignatura pendiente de los sexenios posteriores a Miguel de la Madrid. Su hijo Enrique, que quiere ser presidente de la república, públicamente no ha expresado un mea culpa de lo que hizo y dejo de hacer el priismo hasta el muy reciente 2018. Ello lo coloca en una posición falsa, de mentira calculada y de antemano en una persona poco confiable. Se ha llegado hoy a tales grados de criminalidad que, como lo expresó en 1857 el presidente y general Ignacio Comonfort sobre los pródromos una guerra civil en el país: “quien logre resolver la cuestión y devolver la tranquilidad a la patria, recibirá las bendiciones de la posteridad”.          

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