Los Dados de Dios
NIDIA MARIN
La tristeza ocupa en México un lugar preponderante en miles de familias porque, desgraciadamente, continua en aumento el número de desaparecidos (hombres y mujeres) no encontrados. Pareciera que estamos peor que en la guerra contra el crimen organizado ocurrida en el sexenio antepasado.
Y son duras las cifras del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y no Localizadas, de la Secretaría de Gobernación. De los 274.368 desaparecidos desde 1960 a la fecha del 6 de marzo de 2023, suman 160,268 (58.41%) de hombres y 113,229 (41.27%) mujeres y sin determinación del sexo 871 (0.32%).
Los estados con el mayor número de desaparecidos conforme al registro son: Estado de México, Jalisco, Hidalgo, Michoacán, Morelos, Tabasco, Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz, entre otros.
Ahora que las entidades donde menos encontrados hay son: Jalisco (14,451), Ciudad de México (12,014), Estado de México (10,657), Veracruz (7,506), Michoacán (4,708), entre otros.
En cambio, los principales estados de los localizados con vida son: Jalisco, Estado de México, Baja California, Sonora y Veracruz.
Además, los desaparecidos y no localizados suman 112,050 personas (40.84%), mientras que los localizados son 162,318 (59.16%).
Asimismo, los localizados sin vida fueron 11,253; con vida 151,065 (12.66%) mientras que los desaparecidos y no localizados sumaron 97,869 (87.34%).
Todas esas cifras han llevado a nuestro país a ocupar en el mundo un vergonzoso segundo lugar en desapariciones forzadas sólo superado por Irak donde son las mujeres las que mayormente desaparecen.
Ante tal situación la ONU ha señalado:
“La familia y los amigos de las personas desaparecidas sufren una angustia mental lenta, ignorando si la víctima vive aún y, de ser así, dónde se encuentra recluida, en qué condiciones y cuál es su estado de salud. Además, conscientes de que ellos también están amenazados, saben que pueden correr la misma suerte y que el mero hecho de indagar la verdad tal vez los exponga a un peligro aún mayor.
“La angustia de la familia se ve intensificada con frecuencia por las consecuencias materiales que tiene la desaparición. El desaparecido suele ser el principal sostén económico de la familia. También puede ser el único miembro de la familia capaz de cultivar el campo o administrar el negocio familiar. La conmoción emocional resulta pues agudizada por las privaciones materiales, agravadas a su vez por los gastos que hay que afrontar si los familiares deciden emprender la búsqueda. Además, no saben cuándo va a regresar, si es que regresa, el ser querido, lo que dificulta su adaptación a la nueva situación. En algunos casos, la legislación nacional puede hacer imposible recibir pensiones u otras ayudas si no existe un certificado de defunción. El resultado es a menudo la marginación económica y social”.
ACATANDO LAS NORMAS
INTERNACIONALES
Este organismo internacional de cierta manera había llamado la atención a las autoridades de nuestro país, en 2021, por este asunto (en 2022 desaparecían 26 personas diariamente, año en el cual los expertos aseguran que 40,000 personas desaparecieron como consecuencia de los conflictos armados, los abusos de los derechos humanos, entre otras barbaridades).
De tal manera que se creó el Centro Nacional de Identificación Humana, cuya sede es en el estado de Morelos.
Dicho centro ya fue inaugurado y de acuerdo por lo dicho en su momento por la titular de la Comisión Nacional de Búsqueda, Karla Quintana Osuna será el primero en el mundo desde un estado dedicado exclusivamente a la búsqueda forense de personas desaparecidas, con un enfoque masivo y multidisciplinario, y operado por personas profesionales y sensibles.
Además, aludió a que tal esfuerzo fue iniciado, “como proyecto de Estado, con el enfoque masivo en Coahuila y Jalisco, así como con el acompañamiento de las embajadas de Estados Unidos, Alemania y de la Unión Europea”.
Ojalá. México necesitará, además, redoblar los esfuerzos oficiales para que miles de familias afectadas encuentren la paz.
La ONU ha señalado:
“Las víctimas, muchas veces torturadas y siempre temerosas de perder la vida, y para los miembros de la familia, que no saben la suerte corrida por sus seres queridos y cuyas emociones oscilan entre la esperanza y la desesperación, cavilando y esperando, a veces durante años, noticias que acaso nunca lleguen. Las víctimas saben bien que sus familias desconocen su paradero y que son escasas las posibilidades de que alguien venga a ayudarlas. Al habérselas separado del ámbito protector de la ley y al haber «desaparecido» de la sociedad, se encuentran, de hecho, privadas de todos sus derechos y a merced de sus aprehensores.
“Incluso si la muerte no es el desenlace final y tarde o temprano, terminada la pesadilla, quedan libres, las víctimas pueden sufrir durante largo tiempo las cicatrices físicas y psicológicas de esa forma de deshumanización y de la brutalidad y la tortura que con frecuencia la acompañan”.
También aluden a los amigos y familiares de las víctimas:
“La familia y los amigos de las personas desaparecidas sufren una angustia mental lenta, ignorando si la víctima vive aún y, de ser así, dónde se encuentra recluida, en qué condiciones y cuál es su estado de salud. Además, conscientes de que ellos también están amenazados, saben que pueden correr la misma suerte y que el mero hecho de indagar la verdad tal vez les exponga a un peligro aún mayor”.
Expone además la ONU:
“La angustia de la familia se ve intensificada con frecuencia por las consecuencias materiales que tiene la desaparición. El desaparecido suele ser el principal sostén económico de la familia. También puede ser el único miembro de la familia capaz de cultivar el campo o administrar el negocio familiar. La conmoción emocional resulta pues agudizada por las privaciones materiales, agravadas a su vez por los gastos que hay que afrontar si los familiares deciden emprender la búsqueda. Además, no saben cuándo va a regresar, si es que regresa, el ser querido, lo que dificulta su adaptación a la nueva situación. En algunos casos, la legislación nacional puede hacer imposible recibir pensiones u otras ayudas si no existe un certificado de defunción. El resultado es a menudo la marginación económica y social”.
Y también:
“Las graves privaciones económicas que a menudo acompañan a una desaparición afectan con más frecuencia a las mujeres, además, son las mujeres las que están más a menudo al frente de la lucha para solucionar las desapariciones de miembros de su familia. A ese título pueden sufrir intimidación, persecución y represalias. Cuando las mujeres son las víctimas de desapariciones, se hacen particularmente vulnerables a la violencia sexual y de otro tipo”.
Pero hay más afectados:
“Los niños también pueden ser víctimas de las desapariciones, tanto directa como indirectamente. La desaparición de un niño contraviene claramente varias disposiciones de la Convención sobre los Derechos del Niño, incluso su derecho a una identidad personal. Privar al niño de uno de sus padres a causa de una desaparición es también violar gravemente sus derechos”.
Hay más:
“Las comunidades están directamente afectadas por la desaparición de sostén de la familia, y la degradación de la situación de las familias económica y su marginación social.
“La desaparición forzada se ha usado a menudo como estrategia para infundir el terror en los ciudadanos. La sensación de inseguridad que esa práctica genera no se limita a los parientes próximos del desaparecido, sino que afecta a su comunidad y al conjunto de la sociedad”.
Terrible, pero una gran verdad.