A Propósito de la Nacionalización Petrolera

SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS

El próximo sábado 18 de marzo se cumple un año más del proceso que sobre bases constitucionales (1917), litigios entre diversos gobiernos mexicanos, compañías petroleras estadounidenses y de Inglaterra, presiones diplomáticas del mundo occidental del tiempo de entreguerras, una dosis ideológica de nacionalismo revolucionario mexicano y un gobierno que se atrevió a dar la tarascada, culminó con el decreto que nacionalizaba los terrenos, las instalaciones petrolíferas, los buques y demás vienes alrededor de las compañías que desde el tiempo de la dictadura porfiriana, y bajo un marco jurídico positivo, extraían petróleo del subsuelo mexicano.

El decreto mexicano fue como una campanada boxística en el mundo de las potencias occidentales acostumbrado a lo que los teóricos de la economía bautizaron como el capitalismo imperial, y en sentido opuesto fue llamado y estudiado como acciones propias del proceso descolonizador que se alargó a lo largo del siglo XX, su último capítulo fue la devolución inglesa de Hong Kong al gobierno de la República Popular de China. México, junto con los Estados Unidos fueron los primeros lugares de donde se extrajo cantidades millonarias de petróleo, luego se le unieron los pozos petroleros en el Medio Oriente, en los hoy países de Irak, Kuwait (inventos del colonialismo británico), igual en Irán con su impuesto gobernante el Sha y qué decir del petróleo de primera calidad que ayer y hoy se produce en Arabia Saudita con su multimillonaria y muy eficiente compañía petrolera ARAMCO, que en la contemporaneidad incursiona en diversos campos de tecnología de punta.

En la actualidad muchos países siguen produciendo cantidades nada despreciables de petróleo como las potencias de Rusia, Canadá, Noruega y de refinación como las existentes en la India, China, Nigeria amén un importante etcétera. En nuestra más cercana Latinoamérica Venezuela lideraba en el pasado la industria petrolera de la región, le seguía Brasil, acompañaba México, apareció el oro negro en Ecuador, otro tanto en Argentina y un tanto en Cuba. Sería injusto y una mentira histórica vociferar que en nada sirvió para estos países explotar petróleo; los seis países iberoamericanos señalados siguen perteneciendo al Tercer Mundo o al subdesarrollo, pero estarían peor económica y socialmente si ninguno de los seis tuviera petróleo. Años atrás el recientemente laureado en España, Agustín Carstens, como secretario de Hacienda, subrayó que los gobiernos mexicanos eran “adictos” a los millones de dólares que PEMEX remitía a las arcas públicas. Sin embargo, lo mismo en Caracas que en la Ciudad de México  y un poco menos en Brasilia, el problema de la industria petrolera en cada uno de tales países ha sido el mal manejo administrativo, la corrupción sindical, el ordeñamiento fiscal, la falta de una tecnología propia/de punta petrolera hispanoamericana y las presiones internacionales del mundo globalizado que no quiere –paradójicamente- la libre competencia, sino el empoderamiento de los monopolios, en este caso los cárteles del petróleo, con la carga significativa del adjetivo agregado a “petróleo”.

En el caso de la industria petrolera mexicana, la actual oposición política se le ha olvidado que fueron ellos, cuando estuvieron en el poder político y de la compañía estatal de petróleo, los que durante por lo menos cuatro sexenios se dedicaron a desmantelar PEMEX, a convertirla en un ente atrasado, a ser la vía -como caja no tan chica- para convertirse rápidamente en directivos millonarios. La guerra entre Ucrania y Rusia ha demostrado que, en un santiamén, choros de discursos y políticas medioambientales bajo la bandera del ecologismo, pueden ser cambiados para volver a echar a andar las centrales nucleares, las enormes minas de carbón, el uso masivo del gas y un lindo etcétera. La compañía Tesla de Elon Musk vende sus autos en México y pondrá una fábrica en Nuevo León, pero en este país de Huitzilopochtli los autos eléctricos, los híbridos y los de gasolina tienen asegurados décadas para compartir mercados, clientes ricos y muchos pobres. Si la reconversión de las refinerías ya existentes y la de Dos Bocas ayudan a México a producir productos refinados para el consumo interno, y para exportar un tantito, estaremos como en los años sesenta del siglo pasado, más ricos que cuando López Portillo anunció que nadábamos en oro negro.

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