Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Desde San Lázaro emerge la voz del diputado federal Santiago Torreblanca quien afirma: “López Obrador es un cara dura”.
Se refiere a la postura asumida por el presidente de la República con respecto a la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la nación, a quien le espetó que le debe el cargo a él, porque “hay separación de poderes” y no “metí las manos en el proceso interno”.
Dice el legislador: “miente, porque desde la reforma de Ernesto Zedillo en 1994 -el neoliberal más liberal que ha gobernado México- ningún presidente de la República nombró al presidente de la Corte”.
Y miente, añade, porque si alguien metió las manos y hasta los codos para imponer a Yasmín Esquivel Mossa, se llama Andrés Manuel López.
Y en verdad hago mía la afirmación de “cara dura”. Porque después de lo que dijo y ninguno interpretamos sus palabras, las copiamos textualmente de la versión estenográfica, ahora afirma que «Ayer -miércoles 8 de febrero- hicieron un escándalo, y además con muchísima manipulación en los medios, sobre todo en la radio, conductores de radio mujeres y hombres, es una vergüenza porque antes la radio era la campeona de la libertad y ahora es la campeona de la manipulación, sobre todo en la capital”.
Ahora sí que el comal le dijo a la olla “no tiznes”.
El arte de la manipulación tiene en el huésped temporal a su mejor representante. Es capaz de intentar y a veces lo consigue, cambiar la narrativa y desviar la verdad para que, sus mentiras, se tomen como las “palabras divinas”.
Entenderlo es imposible. De pronto, un hombre que admite no hablar de corridito, lo hace con velocidad sorprendente. ¿Acaso imita a Vicente Fox en la ingesta de Prozac?
Como lo ha reconocido: toma un coctel de medicamentos. Lo dice en público: tiene diabetes, hipertensión, angina de pecho inestable de alto riesgo, gota y males estomacales… entre otros. Ha sido sometido a cateterismos y a otras intervenciones que no se han hecho públicas. Cuando se contagió de Covid-19 la primera ocasión, apareció en un video grabado en los pasillos de Palacio Nacional, abrigado y se advertía que bajo su brazo izquierdo había un volumen que nadie explicó.
Más allá de su precario estado de salud, aunque diga que está “bateando arroba 300” -a lo mejor en la Liga Maya o en donde macanea y sus compañeros le dejan creer que es el Beto Ávila de Tabasco-, su rostro muestra descomposición. Los gestos son de enfermo y cuando se irrita más se marcan los desperfectos.
Para quien debería entregar un informe completo de su estado de salud y no lo hace con la responsabilidad que recae en su encorvada espalda y su abultado abdomen, habría que obligarlo a hacerlo público.
Si, con todo respeto a los vecinos, uno de ellos se muere por diversas causas de salud, el país se mantiene en rumo -aunque esté equivocado- y solamente la familia y los muy cercanos lo sentirán. Por el contrario, si una persona que ocupa el máximo cargo de responsabilidad en un país como México llegase a fallecer, y más en estos tiempos, la crisis política no se haría esperar.
Por ello, parafraseando sus malas comparaciones -porque para eso no sirve- sería bueno para su salud untarse vitacilina ¡ah que buena medicina!
Y, por supuesto, que abandone sus dislates y acepte que los periodistas no somos sus empleados, y entienda que sus palabras no las tergiversamos. Solamente las repetimos.
De que es cara dura, no queda la menor duda. Sin embargo, a tanto repetir los engaños y mentiras y por más que las pronuncie en mi ocasiones -se ha pasado del número y multiplicado por centenares de ocasiones- no las hará verdad.
Pareciera y quizá sea cierto, ya advirtió que la cuarta transformación será de cuarta y no avanzará más allá de sus “logros incuestionables”: violencia, desempleo, despilfarro de recursos públicos, engaño permanente, fracasos constantes y contantes y, de plano, el desgaste de un bono democrático que no le alcanzará a ninguna de sus corcholatas para repetir la hazaña de 2018.
Y, por tanto, la manipulación prevalecerá para darle vuelta a la tortilla, aunque el comal la tizne.
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