Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Arnaldo Córdova falleció en junio de 2014. Para estas fechas tendría 86 años. Un izquierdista de hueso colorado a quien el Partido Comunista Mexicano, que lo envió a una escuela de formación de cuadros comunistas en China, en 1966 abandonó la militancia en el partido. En la UNAM fue maestro de Andrés Manuel López y antes, coadyuvó a la formación del PRD, junto con Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Rodolfo González Guevara, entre otros, que abandonaron el PRI por, presuntamente, habérsele negado a Cárdenas la dirección de Pemex. En 2014, colaboró con AMLO en la fundación de Morena y lo hizo escasos meses.
Podría ser verdad a medias o mentira completa la afirmación del huésped temporal de Palacio Nacional cuando afirma que fue su amigo, su compañero. La diferencia de edades, de conocimientos, de solidez ideológica, pondrían poner en tela de duda las palabras, utilizadas para denostar al hijo de Arnaldo, el todavía consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova a quien llamó “farsante, sin ideales, un mal servidor público”.
Arnaldo, sin duda fue su maestro. No su amigo ni su compañero. Estar en la fundación del partido oficialista, no lo orilla a brindar la amistad. Un hombre preparado, un académico de la UNAM, un investigador del Sistema Nacional, un escritor de a de veras con cerca de 50 libros de lectura obligada, un politólogo con bases sólidas y político activo, radical, cuyas virtudes se reconocen hoy en día.
Leyendo y escuchando las mañaneras como pago a los pecados cometidos, y explorando las palabras y la ignorancia supina del presidente, se antoja algo menos que imposible que haya trabajado amistad. Y lo hizo, también lo traicionó como a Cárdenas quien lo llevó al PRD y lo impulso para ser integrante del Consejo sin cubrir los requisitos. Lo condujo de la mano hasta convertirlo en su sucesor y llevarlo a la Jefatura de Gobierno del entonces Distrito Federal sin tener la residencia de 5 años en la capital del país para ocupar el cargo.
El ensoberbecido presidente, quien siente cómo la lumbre le llega a los aparejos -aunque no sepa subirse a un corcel-, saca todas sus amarguras cada mañana y la de ayer no fue la excepción.
Demostrar que su interés es el de reducir el salario de los consejeros, no es sino una acción distractora porque, sabe desde ahora, que su mal llamada reforma electoral, no pasará la prueba ácida de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Mostrar su desconocimiento o presentarse como el ignorante de la función de la Corte, no es sino la trampa para decirle a la gente que los y las fifís que la integran no respetan al pueblo y no hacen justicia para los débiles. Sabe y muy bien que la garante de la constitucionalidad en el país tiene nombre y apellidos: Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Al colocar como primigenia necesidad para que los ministros y ministras no declaren inconstitucional sus reformas, avaladas por los sumisos legisladores de Morena, el salario, porque nadie debe ganar más que él, se echó la soga al cuello. Los integrantes de la Corte superan y con mucho el sueldo neto, no el bruto y las prestaciones.
Por eso eleva el tono de sus amenazas en contra del Máximo Tribunal del país. Y respecto de los salarios, hay cómo demostrar que sus prestaciones representan mucho más de lo que ganan los consejeros y los ministros y ministras-
El de Tabasco no paga renta, no compra comida, no cubre el consumo de energía, de agua y, además, tiene personal para atenderlo sin que le cueste de su bolsa, como tampoco paga predial. No compra su ropa ni sus zapatos con su salario. Hasta los jabones de baño, las lociones, el peluquero, los cocineros, choferes para él y su familia, la limpieza de su calzado -caro, por cierto- corren por cuenta del erario público. Si las prestaciones se suman, su salario es el más elevado de todos los servidores públicos.
Presidente: ¡Deje de manipular, de mentir, de engañar y lo otro, usted lo sabe!
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