La Crónica del Feminicidio

Selva Almada. Chicas muertas. Literatura Random House, Buenos Aires, 2015, 192 páginas.

 

DAVID MARKLIMO

Desde hace mucho tiempo, existe un debate sobre si la crónica es o no alta literatura, sobre sus aportes y su valor. Algunos dicen que no pasa de ser mera fotografía, otros que es un ejercicio que reconstruye la experiencia con extrema precisión.

En el caso latinoamericano, más allá de García Márquez y su Relato de un náufrago o de Crónica de una muerte anunciada, habría que señalar a la Argentina como un territorio donde la crónica ha dejado verdaderas obras maestras. Ahí está el caso de Leila Guerrero y Los suicidas del fin del mundo. También es el caso de este libro, Chicas muertas, de Selva Almada. La crónica, que en muchos sentidos para un homenaje a Truman Capote o a Los ejércitos y la noche, arranca con lo que se podría definir como un estado de shock. Mientras la autora tenía trece años y dormía en su cama, plácidamente, en un pueblo cercano al suyo, en la provincia de Entre Ríos, un varón asesinaba a Andrea Danne.

En algún momento, el libro, entonces se convierte en eso que llaman ahora literatura de no ficción y narra los femicidios de Andrea Danne, María Luisa Quevedo y Sara Mundín en las provincias de Entre Ríos, Córdoba y Chaco, respectivamente, en la Argentina durante los años ochenta, en pleno restablecimiento de la democracia. Asimismo, Almada intercala en el texto anécdotas personales respecto a la violencia de género, como la vez en la que su padre intentó atacar a su madre y esta misma le clavó un tenedor en el brazo para defenderse.  No es un libro fácil de leer, aunque no es muy extenso.

La autora estudia los expedientes y la prensa de la época, recoge las declaraciones de posibles testigos, se entrevista con familiares de las víctimas, visita algunos de los lugares donde sucedieron los hechos e incluso consulta a una vidente-tarotista sobre las chicas muertas. Tres casos que llegan desordenados: los anuncia la radio, los conmemora un diario del pueblo, alguien los recuerda en una conversación. Tres crímenes ocurridos en el interior del país, mientras Argentina festejaba el regreso de la democracia. Tres muertes sin culpables, porque la crónica no aporta gran cosa sobre la identidad de los culpables de esas muertes, aunque sí se habla de ciertos sospechosos. 

Se ha dicho de este libro que abre nuevos horizontes a la no ficción latinoamericana por el uso de un lenguaje simple, crudo, que no utiliza más adjetivos que los que necesita. Así, el lenguaje que predomina en el libro, más que remitirnos a la intriga de una investigación detectivesca, tiene que ver con la tristeza y la compasión por las víctimas, con la rabia y la denuncia de todos los crímenes de este tipo que han sucedido desde entonces. Almada va desgranándonos la lista de lo acaecido a muchas otras (secuestradas, violadas, asesinadas). Una lista de víctimas cuyo número no parece reducirse con el tiempo. Lejos de la crónica policial, ésta es una historia íntima, una suerte de negativo de la autobiografía de una mujer joven mirando a otras mujeres jóvenes, y cómo todas son vistas desde una sociedad donde la misoginia y la violencia contra ellas es aún hoy cosa de todos los días.

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