Las puertas del Palacio Nacional

Por Ezequiel Gaytán

Las puertas son tan comunes que rara vez nos dedicamos a reflexionar en torno a ellas. Los romanos tenían al dios de las puertas “Jano” y acostumbraban venerarlo porque significaba el principio y el final. De ahí que por esa razón las puertas de las casas de los romanos tenían grandes medallones con la representación de dicho dios. De hecho, a esa deidad se le consagró el primer mes del año (januarus) que derivó en janeiro y después en enero. Era respetado pues representaba la dualidad de adentro y de afuera por lo que se le simbolizaba con dos rostros de perfil; uno miraba al interior de la casa y el otro al exterior. La idea era que las enseñanzas y los valores que prevalecían en el hogar fueran congruentes con el comportamiento cívico al exterior. 

Por su parte, el poeta inglés, William Blake, en su obra “El matrimonio entre el cielo y el infierno” tiene una serie de proverbios paradójicos y provocativos entre lo que destaca aquel que dice “si las puertas de la percepción se purificaran todo se le aparecería al hombre como es: infinito. Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta ver todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna”. De ahí que siglo y medio después Aldous Huxley se inspiró y así intituló una de sus obras más famosas “Las puertas de la percepción” y que, por cierto, en la década de los años sesenta del siglo pasado el vocalista y poeta del grupo de “The doors” Jim Morrison bautizó así a su banda.

Las puertas son por lo tanto aquello que nos separan de lo exterior y paradójicamente nos unen con lo interior. Son una realidad y, a la vez, una metáfora que en política desprenden la imaginación. Si vemos de frente la fachada del Palacio Nacional apreciamos tres puertas, la norte llamada Puerta Mariana en honor del presidente y general Mariano Arista, quien remodeló esa parte del inmueble en 1850. Luego la Puerta Central sobre la cual está el balcón y más arriba la campana de Dolores y, finalmente, la Puerta de Honor porque sólo puede ser traspasada por el presidente y destacados invitados. La puerta significativa y tal vez más emblemática es la de Honor porque detrás de ella se toman las decisiones políticas que nos impactan positiva o negativamente. 

Esas puertas nos impiden ver, oír y saber que acontece en los pasillos, oficinas y patios del Palacio Nacional. Es cierto que por las mañanas se abren las puertas Mariana y Central a la prensa y a los turistas. Pero la de Honor permanece cerrada. Tal vez más cerrada de lo que pareciera ya que la agenda presidencial no es del dominio público, sino hasta que acontecieron los hechos. Es una puerta que alegóricamente enclaustra y enrarece el aire. Ahí adentro, en el ala sur todo es sigilo, arcano y obscuro. Se toman decisiones en la opacidad y no se rinden cuentas de lo que ahí acontece. En el Palacio Nacional hoy vive el presidente y su familia. Sus oficinas, pasillos y alcobas son el microcosmos mediante el cual se proyecta el devenir nacional. Es una residencia en la cual, desde la época de la Colonia, se emitían leyes y decretos. De ahí que surgiera la frase desde el siglo XVI: “si la orden viene del palacio, ejecútese despacio”. La cual parece una consigna tristemente aun actual.  

La presente gestión, específicamente el presidente López Obrador, decidió trasladarse a fin de vivir ahí y despachar desde la oficina presidencial. Ahí acuerda y da audiencias. Recibe embajadores y da el histórico grito del 15 de septiembre. Y sin embargo, con todo el poder que concentra se le esfumará el próximo año, aunque intentase algún tipo de Maximato. Su paso por ese recinto será juzgado por la historia. Los investigadores del futuro escudriñarán y leerán que quienes ahí vivieron fueron personajes que hicieron y deshicieron. Pero que finalmente fueron humanos y que toda gloria es pasajera.   

Las puertas del Palacio Nacional son históricas, pues por ahí pasaron y vivieron virreyes, dictadores y presidentes; también por ahí salieron. Son puertas que son objeto del deseo. Más aún, son testigos que en sus ranuras, rajadas y cicatrices vivieron los episodios nacionales, de hecho también han sido baleadas y quemadas. Son imponentes, de madera y testigos de la historia. Custodian la esencia política del derrotero del país y hoy a un huésped temporal.     

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