*Votar en Contra de un Gobierno no
Implica Ingratitud
*Los Funcionarios no le Hacen Favor
Alguno a la Sociedad
*El Maniqueísmo que Amenaza con
Revertirse, a la Vista
EZEQUIEL GAYTÁN
Dos tópicos me llaman la atención desde hace algunas semanas y tienen que ver con las categorías de la gratitud/ingratitud y la traición. Son ideas abstractas y en la Teoría Social asumen características de relatividad. De entrada, la gratitud se divide en individual y social. La gratitud individual consiste en una carga valorativa que se define como un sentimiento, emoción y actitud de reconocimiento de una persona a otra y le impregnamos valores éticos y de ahí las partes se sienten más o menos obligadas e incluso eso puede conducir a acciones de deuda moral y por lo mismo de mejora de la relación. Por su parte, la gratitud social es la empatía de la sociedad hacia un gobierno debido al ejercicio pulcro y eficaz de las políticas públicas y, consecuentemente, se le ratifica con el voto popular. Empero, si ese gobierno no es de resultados y aunque nos beneficiemos relativamente de sus decisiones, la sociedad tiene plena libertad para emitir su voto de castigo. Más aún, cuando nos llegamos a beneficiar de los servicios de las instituciones públicas gubernamentales cabe destacar que en ese caso no se trata de favores, sino de responsabilidades, obligaciones y deberes jurídicamente tipificadas. En otras palabras, la gratitud o ingratitud social es a la vez política pues al tener varias interpretaciones sociales cae en el mundo de la subjetividad y la lucha por el poder.
Por lo anterior, en el caso específico del gobierno, hay políticos que piensan que por hacer su trabajo nos hacen un favor a la ciudadanía y esperan en reciprocidad que votemos por su partido político y mostremos gratitud por los servicios recibidos. Cuando no lo hacemos califican al pueblo de ingrato. Pero eso no es ingratitud porque les pagamos con nuestros impuestos. Un pueblo no es ingrato porque vota por el cambio y desea manifestar su pretensión de que sea otro partido político quien conduzca el destino nacional. Lo cual parece una perogrullada, pero no lo es, ya que no es lo mismo ser prestador de bienes y servicios que receptor y, por lo mismo, cambian los puntos de vista. A la sociedad nos queda claro que si un servidor público hace bien su trabajo simplemente cumple con su obligación y, en el caso de que lo haga deficientemente, es su responsabilidad. Por eso no nos vemos moralmente obligados a pagar con nuestro voto la ratificación del partido en el poder.
No hay que confundir gratitud individual, gratitud social e ingratitud. Pues de hacerlo, como acontece en la persona del presidente López Obrador, se yuxtaponen esos conceptos y en su vanidad política los embrolla, los filtra desde su ego y acaba por concluir que quien no está con él y con su proyecto es, además de mal agradecido, un traidor a la patria.
La traición también es un concepto individual y social, por lo que sus acepciones caen también en el relativismo desde el punto de vista de quien la evalúa. Además, la traición tiene niveles o estratos. No es lo mismo traicionar a una amistad, a un grupo social, a una organización o a una nación. Tampoco es lo mismo traicionar a un país que a un régimen de gobierno; por ejemplo; Hidalgo y Morelos fueron a los ojos de la monarquía española y de la iglesia unos traidores a la patria y a Dios. Pero ellos consideraban que proclamaban la libertad en nombre de un pueblo, de la razón y eran fieles a Dios. Más aún, al leer el pensamiento político de Morelos quien pertenecía al clero bajo, nos damos cuenta de que él veía a las autoridades eclesiásticas como una alta burocracia que había traicionado el compromiso con los pobres y con los humildes.
La traición es tan subjetiva y debatible en términos políticos que es fácil encontrar pasajes en la historia de la humanidad acerca de la dualidad del concepto. De ahí que ingratitud y traición son un binomio inacabado y así continuará. Mi conclusión, en este caso, es que quienes pensamos diferente al presidente López Obrador ni somos ingratos hacia él o hacia lo que él llama el pueblo bueno y sabio, ni somos traidores a la patria porque políticamente tenemos otras ideas. El problema está en los prejuicios de un líder que se asume moralmente como el justiciero del bien y del mal y sentencia de ingratos y traidores a quienes no lo seguimos ciega e incondicionalmente. Sin embargo, ese maniqueísmo puede revertírsele y ser él quien resulte acusado de ingrato y traidor por no cumplir sus compromisos de campaña. La historia nos juzgará.