*Las Mañaneras no son la Agenda del Trabajo Presidencial
*Del Histórico y Repetido día del Relevo a la Pérdida de Esperanza
*El Misterio que la Historia Desvelará en Algún Momento
POR EZEQUIEL GAYTÁN
El irreparable tiempo avanza paso a paso, día a día hasta que después nos damos cuenta de que su relatividad es absoluta y que aquel primer día de diciembre de 2018 se aleja y diluye en fugitivas memorias algo de lo que pudo haber sido y no fue.
Fue un día histórico porque los relevos presidenciales son un rito de fin y principio. Significa la oportunidad de cambiar y la renovación de las esperanzas. Son síntesis de la democracia y expansión de la voluntad popular que recibe a quien llega con alabanzas y despide al que se va con acusaciones y señalamientos de falso, mentiroso e incompetente. Los nombres los conocemos porque son parte de esa subjetividad del mundo post omégico y pre alfático. Léase, cuando se da el relevo de la estafeta festejamos al que llega con loas y a esa misma persona, seis años después, la despedimos con abucheos. No importan los nombres. El rito es el mismo y el sacrificio ineludible.
El presidente López Obrador ha hecho un festín glorícula de su cuarto año de gobierno. Mis colegas de Misión Política y otros medios han interpretado con serios análisis pormenorizados la oquedad de la marcha, su gasto grosero y el dispendio de recursos. También han señalado algunas de las inconsistencias del informe y queda claro que fue dentro de un escenario de opereta que será recordada durante mucho tiempo como la orgía de fanatismo porque dentro de poco menos de dos años el tiempo nos dirá que el turno se acabó y ahora viene el relevo de la investidura presidencial.
Surgen muchas preguntas después de esa marcha y luego de oír el informe. Una de ellas es ¿cómo distribuye su tiempo nuestro primer mandatario? Cabe destacar que la administración del presidente Peña Nieto publicaba todas las mañanas su agenda de trabajo. Teníamos acceso a la información y nos quedaba claro que, en principio, acordaría con tal secretario de Estado, luego daría audiencia al gobernador fulano y después sostendría una reunión de trabajo con los integrantes del gabinete económico, por decir un ejemplo. Pero no sabemos los ciudadanos qué hace el presidente después de su reunión de trabajo con el Gabinete de Seguridad y de las conferencias mañaneras. A veces nos enteramos de que desayuna en la oficina presidencial y después todo es opacidad.
El tiempo de un presidente es sagrado, cada minuto que pasa es un minuto precioso debido a que el inevitable y fugitivo tiempo sigue su marcha y el desarrollo nacional es un imperativo de la Administración pública. Es cierto que la agenda pública, de acuerdo con la ley de Transparencia tiene reservados algunos apartados debido a que existen temas catalogados como clasificados, confidenciales y reservados. Pero dicha ley indica que esa clasificación es temporal. No obstante, el presidente insiste en no hacer pública su agenda con lo cual no respeta el espíritu de la legalidad.
El caso es que ya pasaron cuatro años de gobierno, el cenit del sexenio ya pasó y el tiempo se le va de las manos al presidente, como a todos, y es irreversible. De ahí que uno recuerda a expresidentes ávidos de hacer obras e inaugurarlas, como fue el caso de Luis Echeverría. Otros prefirieron atender prioritariamente la cuestión económica como fue el caso de Ernesto Zedillo. Pero con la actual gestión no sabemos acerca de la distribución del tiempo laboral del presidente ni de sus prioridades gubernamentales. Por supuesto alguien me dirá que lo primero son los pobres y yo me atrevo a poner en duda esa afirmación, pues las cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) me dicen que se ha incrementado el número de pobres. La economía no logra despegar y la inflación, aunque bajó unas décimas de punto, sigue galopante. Las obras de mantenimiento preventivo de la infraestructura de las carreteras y presas se han mermado debido a la política de austeridad republicana.
Es por lo anterior que me surge la inquietud del uso del tiempo presidencial. Habrá quien argumente que las conferencias mañaneras son el parteaguas de la agenda laboral del aparato administrativo y desde ahí se gobierna y se marcan las pautas de la orientación y rumbo que debe asumir el gabinete. Argumentación que no comparto porque así no se precisan las políticas públicas, ni se logra retroinformación, ni se pormenorizan detalles presupuestales, por citar algunos ejemplos.
El caso es que el presidente no puede ganar más tiempo que el marcado por la Constitución. Tampoco lo puede mal gastar y si lo puede hacer elástico y multiplicar con un gabinete eficaz. Todo eso es un misterio que la historia se encargará de revelar.