Negociar

Raúl Mondragón von Bertrab

“Debemos escuchar lo que se dice, pero aún más importante en una negociación, es escuchar todo aquello que no se dice.”

 – Peter Drucker

 

“No podemos negociar con gente que dice lo que es mío es mío y lo que es tuyo es negociable.”

-John F. Kennedy

 

 La reconocida fuente de información financiera Investopedia define el término negotiation como una discusión estratégica que resuelve un asunto de manera que ambas partes lo consideren aceptable. En una negociación, apunta la fuente, cada parte intenta persuadir a la otra para que concuerde con su punto de vista. Las negociaciones involucran algo de toma y daca, lo que significa que una de las partes siempre saldrá avante de la negociación. La otra, no obstante, debe conceder, incluso si esa concesión es nominal.   

 

Siendo papistas e intentando diseccionar tal definición nos topamos con pared en la segunda palabra, la “discusión estratégica” que las consultas sobre el T-MEC pueden estar originando se antoja complicada de nuestro lado, dado el adjetivo, gran ausente de la administración actual.

 

En la víspera de las últimas consultas y en menos de una semana, la secretaria de economía presentó su renuncia en plena “Mañanera”; la flamante ministra sustituta se burló públicamente de las empresas automotrices y pidió la renuncia de la subsecretaria a cargo de las negociaciones de dichas consultas, reconocida académica y funcionaria supuestamente capaz; y la Unión Europea se hartó de las políticas mexicanas.

 

El alto representante de la diplomacia europea, Joseph Borrell, metió a México en el cajón de los llamados swing states (“pendulares, dudosos, indecisos”, precisa Leonardo Curzio, convenencieros pues) y lo equiparó con Turquía, India, Indonesia… Se dice que la mejor política exterior es la interior y las señales que se están enviando confirman dicha incertidumbre.

 

Negociar con el imperio no es una prerrogativa usual. No sucedió nunca en la época del Imperio Romano, ni en la de Genghis Khan, ni con los Califatos o la Armada Española o Portugal, tampoco con Britania, los Países Bajos o con Napoleón o los otomanos. Nuestro país, lo hemos dicho, tiene el privilegio de la vecindad con los Estados Unidos, de una frontera de más de 3,000 kilómetros, de una interacción social y cultural vibrante, de lazos no solo económicos sino familiares. 

 

Ese privilegio se enmarca hoy dentro de un tratado de libre comercio vital para ambas naciones y una sana codependencia positiva que debería explotarse al máximo, en un mundo postpandémico que penaliza las distancias y favorece la cercanía. En agosto pasado, México se posicionó como el primer socio comercial de Estados Unidos, con más de $70 mil millones de dólares entre importaciones y exportaciones, según lo advirtió la Oficina del Censo de ese país. El valor acumulado de las remesas entre enero y julio de 2022 se situó en más de $32 mil millones de dólares (16.4% más que el año pasado).

 

La política bilateral debe reflejar estas prioridades naturales y no otras agendas hemisféricas políticamente incorrectas. Regresando a la economía, se trata de una cuestión de costo beneficio. Los que dirigen hoy los destinos de la nación no han entendido que el dinero no es como la energía, que solo se transforma, el dinero sí se crea, porque si no se acaba. Los programas sociales no pagan sueldos,stupid! Lo hace la actividad económica incentivada, facilitada, regulada pensando en el negocio nacional, no en los negocios personales. Si el gobierno no ayuda, menos debe estorbar.

 

Es momento de ser realistas, de actuar en consecuencia de la circunstancia, de cambiar la idea fatalista del tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos por tan cerca de la Guadalupana y tan… tita madre.

 

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