Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Con un resultado “inesperado”, porque todas las encuestas -supongo que patito-declaraban con antelación un “triunfo arrollador” de Luiz Inácio Lula da Silva, cuando se habían contado 98 por ciento de los votos apenas sacó una ventana de 4 puntos lo que obliga a la segunda vuelta el 30 de octubre con la incertidumbre a toda su capacidad.
Quienes apostaron a la victoria del expresidente y líder del Partido de los Trabajadores, quien pesara meses en prisión al ser encontrado culpable de desvíos financieros y descalificaron al actual Jefe de Estado de Brasil, Jair Bolsonaro y jugaron sus restos al regreso del populismo de izquierda para suceder al populismo de derecha, tendrán que esperar 27 días antes de celebrar o admitir triunfo o derrota.
Gobiernos como el de México, Argentina, Perú, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Cuba, Chile y Colombia esperaban la victoria de Lula, porque cerraría más el círculo del populismo de izquierda.
La paradoja que se avecina no deja duda alguna: gane quien ganaré en 27 días, gobernará un país excesivamente dividido.
Un símil de México, Argentina y Chile. En los países la dictadura abierta y la disfrazada, los gobernantes tienen el control total.
Lo que debe llamar la atención es quienes o que, personas y empresas, apostarán por el triunfo de cualquiera.
De todas formas, la polarización estará presente.
Con cualquiera que obtenga el apoyo de la ciudadanía brasileña, nadie podrá sentirse engañado.
A los dos los conoce de sobra. Sabe de qué son capaces ambos y de cuál pierna renguean.
La segunda vuelta es el tamiz más efectivo en los sistemas democráticos. Generan la oportunidad de reflexionar, poner en juego todas las estrategias y triquiñuelas habidas y por haber para que, el candidato de sus preferencias, se entronice.
Porque en ambos casos sucede algo similar: Lula quiere regresar al poder. Bolsonaro aspira a conservarlo. Ninguno es diferente. Los dos son populistas. Uno responde a la vieja estructura socialista y el otro a la nada nueva política del gobierno duro con los marginados.
Brasil, la economía más grande de América Latina seguido por México, muestra enormes desigualdades sociales y prueba de ello son sus favelas, en las cuales habitan millones de personas a las que se les ha negado la oportunidad de abandonarlas e ingresar a los deciles de la medianía para brincar a los de la opulencia.
Hasta ayer, nada quedó escrito.
Excepto la presencia de las dos potencias globales.
¿La Federación Rusa, la de Putin, desviará su atención puesta en Ucrania para mirar al lejano Brasil?
¿Washington, el de Biden, abandonará a su aliado?
En el juego de la geopolítica, ambas potencias tienen intereses por conservar o recuperar los espacios que les generan estabilidad sus políticas injerencistas y expansionistas.
Veremos en las próximas semanas cómo se mueven los intereses locales y mundiales. Nada será peor para los brasileños.
Habrá que seguir de cerca el comportamiento de los presidentes latinoamericanos en los siguientes días. ¿Cómo reaccionará el mexicano? Y cómo lo harán los que apostaron todo y su resto a la victoria de Lula.
Washington está pendiente. Moscú igual. ¿A dónde apunta China?
Un rompecabezas que terminará de ser armado el 30 de este mes. Por lo pronto, el pronóstico de la “avasalladora” victoria de Lula fracasó.
Como muchos otros, los que se hace, entre ellos, lo que viene para México.
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