POR SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS
El inicio del mes de septiembre coincide escolarmente con el primer tramo de los cursos desde el nivel de educación primaria hasta los postgrados universitarios. Cuando se cursan las asignaturas de Historia de México, especialmente los dedicados a la etapa republicana, estas fechas coinciden curricularmente con el análisis del movimiento de independencia, y por lo tanto surge la pregunta básica que por igual se les hace a los pupilos de sexto año de primaria como a los “suficientes” doctorandos: ¿qué razones se conjuntaron para que en septiembre de 1810 un grupo de ilustrados novohispanos se lanzaran a luchar contra el imperio español?
Las respuestas, dependiendo del nivel educativo y de lo que los alumnos saben, porque se lo han enseñado en sus respectivas escuelas o porque se lo han relatado sus progenitores, es que existía un malestar entre los criollos novohispanos por las acciones del gobierno virreinal que se resumían en una censura total acerca de las opiniones políticas, por el cobro de altos impuestos que contrastaban con los malos servicios que ofrecía la burocracia colonial española y por una crisis de la producción agrícola que provocó la subida de precios en alimentos como el maíz, trigo, cacao. Aunado a lo anterior que era muy local y de asuntos precisos, se agregaban las influencias del mundo exterior, esto es, los cambios revolucionarios que seguía generando la Revolución Francesa a través de la etapa napoleónica y que en el caso concreto de España resultaba en la existencia de José Bonaparte como rey que no era querido por los españoles, ni por los americanos (léase desde la Nueva España hasta la capitanía general de Chile). Asimismo, los novohispanos habían leído acerca de los cambios que se estaban experimentando en los Estados Unidos, país que era para el momento de inicios del siglo XIX la única república del mundo moderno con un gobierno electo por la ciudadanía, con una división de poderes donde el Legislativo vigilaba al Ejecutivo y el Judicial intentaba mantener a raya a los otros dos; donde los estados de la federación tenían sus propios gobiernos locales, votaban sus propios impuestos y existía la libertad para que desde los puertos de Maryland o de Carolina del sur existiera un comercio libre que por igual se mantenía con la ciudad de Nueva York que con los puertos en Francia, Inglaterra, Holanda y las ciudades hanseáticas. Finalmente, en la Unión Americana existía una libertad religiosa donde coexistían católicos en Baltimore, anglicanos en Atlanta, presbiterianos en Boston; una libertad de expresión que ya para 1800 permitía la circulación de decenas de periódicos con miles de ejemplares, y la paulatina conformación de un sistema educativo que lo mismo construía escuelas de primeras letras que las grandes escuelas superiores que hoy siguen estando en los primeros lugares del índice internacional de universidades. ¡¡¡Ello quería ser alcanzado por los ilustrados novohispanos!!! cuya realidad era la contraria: caracterizada por la intolerancia religiosa, monopolio comercial, censura en las publicaciones, monarquía cuyas decisiones políticas/burocráticas/económicas afectaban a los americanos y se tomaban, unilateralmente a miles de kilómetros de distancia. En quinientos años de historia americana (1521), ningún monarca español ha mostrado una afinidad real, que no protocolaria, con sus súbditos hispanoamericanos luego ciudadanos latinoamericanos. El actual porte del rey Felipe VI es la prueba más palpable de la lejanía real de la monarquía española que no ha sabido construir una cotidiana afinidad como la Commonwealth británica. En este sentido, desde las declaratorias de los años 1820 hasta la actualidad, los procesos independentistas en México, Argentina y otros países del subcontinente, han marcado una separación y ruptura que va desde el cambio de nombre como Nueva Galicia hoy estados de Jalisco, Nayarit y Colima o la sustitución en el caso de Valladolid hoy Morelia que no la yucateca, en homenaje al caudillo José María Morelos, a las conflictivas relaciones diplomáticas durante los años de 1820, 1860, 1913, 1940-76 y de 2018 a la fecha. Lo anterior no quiere decir que a nivel de ciertas instituciones como las universidades de aquí y allá, en lo individual o familiar, desde el siglo XIX hasta la actualidad, los intercambios hayan sido cordiales, fructíferos, culturalmente afines y más intensos que las frialdades gubernamentales.
Para redondear, debemos recordarle a nuestros estimados lectores que la fiesta de la noche del 15 de septiembre es una modificación porfiriana, dado que tal día era el cumpleaños del general Díaz; anteriormente las celebraciones oficiales como la fiesta popular eran durante el transcurso del día 16, porque en dicha mañana Hidalgo arengó a la población de Dolores que rápidamente se dirigió al Santuario de Atotonilco para que La Guadalupana abanderara las huestes libertarias y en un santiamén la revuelta cundió por todo El Bajío. El grito de Dolores clamaba por terminar con el “Mal gobierno”, quería como rey a Fernando VII (que tan mal les pagaría a españoles como americanos), vindicaba a la Virgen de Guadalupe; con el paso del tiempo y ya muertos Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez y otros comandantes, la guerra dio paso a una revolución social que se plasmó en el ideario de Morelos que abiertamente subrayó la independencia de la “América Septentrional” léase México, la abolición de la esclavitud, la necesidad de eliminar fueros (del clero, ejército y burocracia) e imponer una legislación común a todos los ciudadanos. La Constitución de Apatzingán, que no llegó a regir porque la mayoría del virreinato seguía en poder de los realistas, fue el primer documento constitucional mexicano del que abrevaron las siguientes constituciones de los siglos XIX y XX, obviamente con modificaciones propias de la circunstancia histórica. El triunfo en la guerra de Independencia empoderó a los mexicanos frente a los peninsulares en el ejercicio de gobierno; pero a lo largo de los siguientes doscientos años la lucha ha sido por modificar en las mentalidades, en los negocios, en la educación, en la tolerancia, en la economía y en las relaciones familiares, toda una herencia de malas prácticas por haber sido colonia -aunque jurídicamente éramos un reino integrante de la corona española. Finalmente vale la pena ponderar que los errores cometidos en los últimos cien años son exclusivamente responsabilidad nuestra y que los españoles poco tienen que ver con nuestros problemas, aunque sigue habiendo arroces prietos como las corruptelas de Iberdrola que los propios españoles hoy sufren en sus facturas por el consumo de electricidad. Privatización allá y acá, que de ninguna manera es el paraíso del libre mercado en la generación de energías que oscuros intereses han vendido al público mexicano.