Jaque Mate: Entre la Necesidad y el Amor a la Reina, Rey, Torres, Alfiles, Caballos y Peones

*¿Y Cuál Prefiere: Mate con Dama, Mate con dos Torres o

Mate con Torre?

*Hay un Lugar… Donde los Cerebros Trabajan Para Vencer al Contrincante

*Es la Querida “Plaza de la Solidaridad”, Plena de Recuerdos Bellos y Tristes 

*Sí, Cerca del “Sueño de una Tarde Dominical en la Alameda Central”, de Diego Rivera

SUSANA VEGA LÓPEZ

(Primera de dos partes)

Allí estuvo, en la época colonial, el Convento de San Diego; a finales del siglo XIX se estableció la redacción del periódico “El Imparcial”; en las primeras décadas del siglo XX, el hotel Regis y años más tarde, la tienda departamental Salinas y Rocha. Pero después del terremoto de 1985 se convierte en la Plaza de la Solidaridad.

En la parte posterior de esta plaza se encuentra el Museo Mural Diego Rivera, a donde se trasladó la obra que le da nombre: “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, un fresco de 35 toneladas que originalmente estuvo en el hotel Del Prado; una obra que realizó, por encargo, en 1947 y que luego, un año después del terremoto del 85, en 1986, se ubicó en el predio que servía como estacionamiento del hotel Regis, en las calles de Balderas y Colón.

Esta plaza pública se encuentra al lado de la Alameda Central; allí atraviesan las calles de doctor Mora e Hidalgo por donde transitan el Metrobús, transportes turísticos y automotores en general. 

Sobre una loza de concreto se yergue un monumento, que consiste en tres manos que sostienen una asta bandera; se trata de un homenaje a víctimas y rescatistas de aquel sismo, donde está inscrita la leyenda: “Septiembre 19 de 1985”.

El lugar es muy visitado por turistas que recorren a pie esta plaza pública. Cuenta con vendimias y diversas actividades: juegos de mesa para ajedrez, dominó y barajas. Los fines de semana es punto de encuentro de bailadores, músicos, patinadores, skates (tabla de patinar), ciclistas y más.

Pero, sobre todo, llama la atención un grupo que se reúne todos los días para jugar ajedrez, un pasatiempo que en sus inicios fue de ricos, de nobles, de profesores y que ahora es un deporte; una competencia de intelectos.

Ellos juegan durante minutos, horas, días, semanas… No se cansan. Armando Miranda Cárdenas se pasa día y noche en esta plaza pública. Aunque tiene familia, le gusta vivir solo. De 10 de la mañana a 10 de la noche promueve que la gente se interese por aprender y se ejercite en el ajedrez.

Entrevistado por Misión Política, habla de su vida, de sus andanzas por el mundo, de su historia de vida, de sus viajes que ahora le permiten atender a turistas que asisten a esa plaza a ver, a jugar, a comprar tableros de ajedrez.

Ante la difícil situación que vive y ante las presiones de la lideresa del lugar, de la policía, pide tolerancia. Tolerancia para promover y mantener vigente este deporte-ciencia que mucho sirve al desarrollo personal y profesional de las personas.

Con lenguaje educado, con conocimientos, el ingeniero en sistemas computacionales habla acerca de que vivió más de cinco años en Estados Unidos, y que también tuvo la oportunidad de residir en la URSS.

Recuerda que durante los 70’s México tenía jugadores de talla internacional y que por falta de motivación la gente ha bajado de ese nivel. “Sólo se juega por diversión… casi no hay personas que se preocupen por elevar su nivel”.

Considera que, no obstante que la gente asiste cotidianamente a jugar, si alguno de ellos se animara a competir de manera internacional difícilmente llegaría a los primeros 50 lugares. Se necesita que las personas se interesen por aprender, por asistir a clases, por lograr metas.

Aquí, don Armando presta tableros y piezas de ajedrez; algunos jugadores enseñan y se organizan en retas con el fin de que la gente empiece a agarrar gusto por este juego de lógica, de ciencia. Nunca faltan los curiosos que observan y que en ocasiones son invitados a jugar.

Las mesas que existen se colocaron por lo que fuera la delegación Cuauhtémoc. Entonces había dos o tres personas que rentaban los tableros. Desde hace poco, cuando dejó uno de los que alquilaba el equipo, don Armando se apoderó de dos mesas.

Entonces comenzaron las diferencias porque él no renta, sino que solicita una cooperación voluntaria toda vez que las piezas que se utilizan, que se rompen o se llevan los jugadores, él las tiene que reponer “pues no me las regalan; la cooperación es para mantener el ajedrez y el lugar en buen estado. Las mesas las limpio todos los días”.

Ahora, en las lluvias, se tomó la libertad -fue una decisión propia- nadie le dijo, de comprar cuatro sombrillas para ponerlas en el área de juego pues la gente no dejaba de jugar incluso bajo la lluvia, pero la líder del lugar “me hizo todo un show. Tomó fotos y me dijo que quién me había dado permiso de poner las sombrillas y que me iba a reportar”.

Ante estas advertencias, explica don Armando, le dijo: “Oiga señora, está lloviendo y queremos seguir jugando. Es una manera de protegernos. No creo que tengamos que pedir permiso al gobierno para taparnos de la lluvia cuando queremos jugar ajedrez en una plaza, en un parque, en un espacio público”.

Dice que la señora lo ve como una persona que le quita su supremacía como líder, “pero yo no soy líder de nadie, simplemente estoy aquí por dos razones: tratar de promover el ajedrez a niveles de competitividad nacional y, la segunda es tratar de sobrevivir de forma honesta… el poco dinero que saco de aquí me da para comer, para pagar una renta, para vestirme… Es amor al ajedrez, pero también necesidad.”

A este lugar donde llega gente y turistas de todo el mundo Don Armando es ya una persona clave. Considera que tiene cierta ventaja porque habla -refiere- perfectamente inglés, y también se defiende con los idiomas alemán, francés e italiano, por lo que se puede comunicar con el turista internacional.

De las cinco mesas que hay, una está reservada para el dominó, “dos mesas son, hasta cierto punto, propiedad de Andy, quien las rentaba desde antes que yo llegara. Invitaba a los turistas a jugar. Los seguidores de Andy sintieron, de alguna manera, que yo les llevaba ventaja porque ellos sólo hablan español…”

Con el índice de una mano señala otras dos mesas. “Apenas las compré, son de plástico plegable para poner más tableros y ya me dijeron que no las puedo poner, que la Alcaldía me las iba a quitar. Pero yo no hago venta de nada, yo sólo promuevo”, dice.

Desde hace tres meses que llegó a la Plaza de la Solidaridad, don Armando ha vivido a la intemperie; duerme en ese lugar. Al principio, afirmó, en algún sitio, a la vista de quien pasara; después le regalaron una casita de campaña; “no me duró mucho el gusto pues la policía turística me lo impidió”, por lo que tuvo la necesidad de esconderse entre las jardineras.

Originario de la ciudad de Oaxaca, desde pequeño se aventuró a viajar. Estuvo en Estados Unidos, Alemania, España, Italia. “En total he visitado 120 ciudades del mundo, por lo que he aprendido de otras culturas de donde tomo lo bueno, y lo malo lo ignoro”. Dice que después de 38 años de estar fuera de su país encuentra un México diferente, “ya no es el que conocí”, asegura.

“Lo único que quiero es que haya oportunidad para todos sin importar los idiomas que hables o la preparación que tengas; si se terminó una carrera o no (es ingeniero en sistemas computacionales); que tengamos la oportunidad de hacer algo, de trabajar decentemente y sobrevivir, tener una manera digna de llevarte comida a la boca, de cubrir los gastos básicos”.

“He tenido muchos problemas por dormir en el parque. Sé que no debe ser, pero somos como 50 personas que lo hacemos. ¿Por qué no les dicen a los demás?”, ha preguntado a los policías quienes le reiteran que “ya se les dijo”. “Si me quieren quitar del parque, que nos quiten a todos, que sea legal y parejo”, consideró.

“Fueron varias veces que insistieron en quitarme pero no podía mover todas mis cosas”. Me siento bien; “de ser una persona que llegó a la ciudad con chanclas, ya estoy bien; ya tengo zapatos, ropa. Todos lo podemos lograr a base de trabajo honrado”.

Hace unos días comenzó a vender dulces y cigarros. “Es una entrada extra, motivo de más envidias. Ya me compran a mí, antes que a los ambulantes y es sólo por ayudarme, y aunque los vendo un poco más caros porque los compro en la tienda a precio público y sólo le subo uno o dos pesos, me prefieren”.

(Continuará)

 

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