El Otrora “Día del Informe Presidencial”

SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS

La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establecía que el primero de septiembre, el Presidente de la República debía brindar al Poder Legislativo, en reunión de sus dos Cámaras, un informe del estado que guardaba la nación. 

En mis mocedades era día feriado, o sea y en mi caso, libre para no asistir a la escuela pero me acuerdo que los trabajadores del estado también lo tenían feriado y algunas empresas particulares también lo daban a sus trabajadores.

A mis primos mayores les oía decir -y seguramente repetían lo que decían sus progenitores- que el informe era “la danza de las mentiras”. Mi padre, que era funcionario, decía que era un recuento de “verdades a medias” y yo seguramente no comprendí en aquellos años la cabalidad del sentido. 

De los informes pronunciados por Díaz Ordaz no me acuerdo, aunque sí el automóvil descapotable que me gustaba mucho, creo era un Ford Lincoln, y que se utilizaba para el trayecto presidencial entre Palacio Nacional y el recinto legislativo que aunque muy cerca seguramente daba un rodeo de varias calles.

De los maratónicos informes de Echeverría -y aunque la transmisión oficial cuidaba la imagen de los funcionarios- los Secretarios de Estado, disciplinados en las formas del priísmo, empezaban a sufrir de las posaderas a pesar de los mullidos sillones parlamentarios; alguno que otro bostezo, alguna que otra cabeceada. Seguramente algunos llevaban pañal por aquello de la pipí.

Con seis años de diferencia, me acuerdo del informe de 1975 cuando a raíz del ajusticiamiento por “garrote vil” (sin albur) de cinco jóvenes pertenecientes a ETA, el presidente Echeverría ordenó el cese de las relaciones comerciales con la España franquista. El aplauso cameral fue estruendoso y en la casa se celebró dicha postura soberana que refrendaba la posición de México con la causa republicana, que era esencial en la historia e imaginario de mi familia materna. Y en 1982 cuando López Portillo en su último informe presidencial anunció la nacionalización bancaria, me acuerdo que mi padre se preocupó y llamó por teléfono.

Hasta aquí los tiempos en que el informe era un día de celebración cívica, no se señalaba que fuera el día del presidente, ni tampoco que éste fuera denostado por los Legisladores y mucho menos por la prensa. Había censura pero también respeto y un sentido común de que el Informe Presidencial no contenía verdades bíblicas.

En un breve lapso de tiempo y producto de las crisis económicas de 1976 y 1982, al gobierno de De la Madrid le tocó capotear un temporal horroroso, ello aunado a determinadas políticas -pactos de estabilidad económica- que acordados entre empresarios, sindicatos y gobierno federal evitaron las huelgas masivas como en Argentina pero hundieron el salario de los trabajadores mexicanos desde aquellos años ochenta hasta, y hay que admitirlo, la llegada del gobierno de López Obrador que abiertamente propuso a las partes integrantes de la relaciones laborales, una mejora sustancial en los montos del salario mínimo.

Durante el último informe de gobierno de De la Madrid en 1988, el ínclito Porfirio Muñoz Ledo cometió la audacia de interrumpir al presidente; la respuesta del priismo fue feroz, lo abuchearon, le mentaron la madre y Miguel Ángel Barberena lo pateó. Los panistas acusaban de fraude electoral y agitaban boletas, los diputados pertenecientes al Frente Democrático Nacional abandonaron la sesión de Congreso. De esta fecha y con el paso de los sexenios, el Informe Presidencial se fue desnaturalizando, en detrimento de la bonhomía republicana y del derecho constitucional que tiene el pueblo mexicano a que su Presidente le informe me manera directa, aunque fuesen mentiras, verdades a medias o datos positivos y correctos.

La clase política mexicana en los 33 años que van del anterior episodio a la actualidad, no ha sabido comportarse a la altura de un informe proporcionado por el Jefe del Ejecutivo. Tan agringados que estamos o queremos ser, pero nuestros diputados y senadores no copian lo que hacen los representantes populares estadounidenses cuando el presidente lee su Discurso de la Nación.

Semejante comportamiento de barbajanes provocó que el Presidente ya no fuera el día 1° de septiembre a la Cámara; mandara a un funcionario para que entregara el mamotreto y fueran los Secretarios de Estado quienes, en glosas por Secretaría, terminaran de informar a la Cámara. ¿¿Dónde quedó el espíritu del legislador constitucional que obligaba al Presidente a informar al pueblo??   Porque éste sí lo escuchó durante décadas.

Pero las cosas que percibimos que caen, pueden caer más, y ello ha sucedido con el Informe Presidencial a lo largo de los últimos tres sexenios. Fox leyó breviarios informativos a manera de Informe y lo hizo en el Auditorio Nacional como si fuera un espectáculo de Juan Gabriel. De Calderón ni me acuerdo, pero Peña Nieto aceptó que varios de sus informes se realizaran en el patio central de Palacio Nacional y las crónicas del sexenio hablan de un desfile de modas y pasarela de la oligarquía mexicana, a manera de la revista de sociales de España que trata las fiestas de la aristocracia europea.

En la actualidad y dados los problemas que transitan por la república, sería conveniente para diputados y senadores y útil para el pueblo mexicano, que el presidente López Obrador pudiera asistir al Congreso y leyera su informe, con todo el respeto de las fracciones parlamentarias. Desde que tengo memoria se decía en la televisión que no podía haber diálogo entre poderes porque no éramos un régimen parlamentario, pero hoy podría buscarse una salida que señalara: luego de lo leído por el Presidente en su Informe -no antes- podría llevarse a cabo una crítica racional y puntual de la manera en que los partidos políticos en las Cámaras ven al país. Ello sería el mejor servicio que nuestros representantes populares pudieran hacerle al soberano -pueblo mexicano- que es quien les otorga legitimidad.

 

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