¿Fueron o no Actos de Terrorismo?

SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS

De acuerdo a las leyes mexicanas, acciones violentas que dañen la propiedad y vida de los habitantes en la república podrán ser consideradas como actos de terrorismo. En la legislación internacional, el terrorismo y su violento accionar tiene como fundamento cuestiones ideológicas que engloban el radicalismo religioso y cuya materialización se ceba en la ciudadanía, como el reciente atentado en los Estados Unidos contra el escritor Salman Rushdie, el asesinato de los caricaturistas franceses de la revista Charlie Hebdo, el atropellamiento masivo de paseantes en las ramblas de Barcelona, etcétera. Bajo las dos anteriores acepciones del terrorismo, vale la pena reflexionar que, respecto a la circunstancia mexicana y a nuestras leyes, tan terrorista puede ser el daño a la propiedad privada o pública perpetrada por grupúsculos disolventes -no anarquistas- los cuales se escudan detrás del feminismo más exacerbado, que la quema de Oxxos por parte de sicarios del crimen organizado. Sin embargo, hay una diferencia fundamental: a las primeras se les cobija con una tolerancia vergonzosa debido a un tema de justicia en sus derechos humanos, absolutamente legítimo, y los segundos simplemente actúan y son considerados por el público y el andamiaje jurídico como criminales, de una actividad ilícita condenada por las leyes mexicanas e internacionales: el narcotráfico.

Pero hay otras lecturas sobre el terrorismo y la violencia que se abate sobre la república. No debe obviarse que el terrorismo tuvo su fundamentación teórica y materialización violenta en la Europa del siglo XIX frente al inmovilismo de la Restauración, o bien una desesperación respecto a las paulatinas reformas legislativas que muy lentamente iban mejorando las condiciones de vida de obreros, campesinos y empleados en Inglaterra, Francia o Rusia. La lucha social decimonónica que los conservadores simplemente la etiquetaron de “espíritu revolucionario” produjo -esquemáticamente- dos caminos: la ruta revolucionaria minuciosamente concebida por etapas, tácticas, liderazgos e instituciones como el fundamental rol que debería ejercer el partido político, todo ello perfectamente explicado en el pensamiento marxiano. Y una segunda vía que se conoció como el anarquismo, el cual buscaba eliminar al Estado que por definición era represor y cuya táctica fueron los atentados terroristas; éstos terminaron por cebarse en la vida de príncipes, reyes, zares, primeros ministros, empresarios, líderes religiosos, académicos, amén de otros individuos que eran considerados como culpables de las condiciones deplorables en que se debatía la diaria existencia de la humanidad –así de amplio era el enemigo que debía ser eliminado, y así de grande era la meta por alcanzar. Fueron teóricos del anarquismo pensadores como Joseph Proudhom, Mijail Bakhunin, Piotr Kropotkin o Emma Goldmann, pionera del anarquismo en temas del feminismo. Vale la pena subrayar que el anarquismo fue una corriente que a principios del siglo XX mexicano tuvo muchos adeptos, los más conocidos fueron los Hermanos Magón quienes transitaron del tardo liberalismo radical al anarquismo, el cual había tenido su primera expresión mexicana en el pueblo de Chalco, hacia los años de 1870. Algunos han aventurado que el anarquismo fue en los 1900, la corriente revolucionaria más aceptada por las guerrillas urbanas y rurales, por encima del marxismo ortodoxo cuidado de manera miope por el Partido Comunista Mexicano.

Existe otra vertiente del terrorismo que ha sido la ejercida por gobiernos en ciertos momentos históricos y en la actualidad. La lista sería muy larga pero mencionaremos solamente tres: los estados totalitarios como la Alemania nazi  llevó a cabo acciones terroristas contra todos sus opositores políticos, contra ciertos segmentos de su población como la comunidad judía y ya en la Segunda Guerra Mundial, determinadas campañas militares que se acompañaban de organizaciones de vigilancia política practicaron tácticas terroristas, lo mismo  podría decirse de la Unión Soviética bajo José Stalin. La segunda es el pleito político/militar que durante sesenta años enfrentó al gobierno británico, al Ejército Republicano Irlandés (IRA), a los cuerpos paramilitares unionistas y a la ciudadanía católica o protestante en Irlanda del Norte. Los independentistas pusieron bombas en cafeterías, hoteles, pubs, restaurantes y lugares públicos donde se reunían unionistas o miembros de las fuerzas armadas británicas. Estos dos últimos respondían de la misma forma, pero con el agravante de que las fuerzas de Londres tenían expresamente o de manera tácita, el visto bueno de sus autoridades para cometer actos de tinte terrorista que los hacía iguales a quienes combatían. Muchos inocentes murieron en los dos bandos y los resentimientos, aunque apaciguados permanecen, a pesar de los Acuerdos de Viernes Santo (1999).

El tercer ejemplo de terrorismo donde se combatieron por igual miembros de las fuerzas armadas de estados soberanos, “revolucionarios” en su caleidoscópico  abanico de guerrillas y el gobierno de los Estados Unidos, fue y es la realidad del siglo XX latinoamericano, para no hablar del Medio Oriente. Cualquier estudioso hispanoamericano o estadounidense es capaz de escribir artículos y libros completos donde se analiza y se describe el terrorismo que involucró a las tres partes en pugna. Guerrilleros en Uruguay, Colombia, Perú, Nicaragua, Argentina y un largo etcétera pusieron bombas y asesinaron a personajes de la política, militares, empresarios; del otro lado ejércitos nacionales, instructores estadounidenses y policías nacionales reprimieron en forma brutal a los distintos tipos de guerrilla. Bajo la concepción y andamiaje jurídico que engloba a los Derechos Humanos, ambas partes ejercitaron actos de terrorismo pero los gobiernos nacionales, simplemente por su poder, determinadas políticas de combate fueron y han sido consideradas como terrorismo de estado. 

Por último pero no por ello menos importante, cuando en la gritería de los medios de comunicación mexicanos se vocifera, porque poco se analiza, acerca de si las acciones violentas de los narcotraficantes mexicanos pueden o no ser considerados como actos de terrorismo, debemos recordarle a los estimados lectores que, aparte del régimen encabezado por López Obrador, los pasados gobiernos mexicanos llámese de Calderón, Salinas o López Portillo, se han opuesto a calificar de terroristas -en el sentido pleno del término- a la violencia de los grupos criminales. Porque ello los ubica en otro nivel que en automático es asumido por el gobierno de los Estados Unidos, y, por medio de sus leyes, las cuales pueden ser de carácter extraterritorial, los faculta para combatir al terrorismo en países extranjeros. Ello es una línea roja para los presidentes mexicanos.                       

 

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