Una Carta a Mamá

Ocean Vuong, En la Tierra somos fugazmente grandiosos. Editorial Anagrama, Barcelona, España, 2020. 232 páginas

DAVID MARKLIMO

Hay actos que parecen un sinsentido, como este de un hijo escribiéndole una larga carta a su madre, que no sabe leer. ¿Entonces? Pronto nos damos cuenta que este ejercicio, más que una forma de comunicación, es un examen de conciencia, un repaso a los elementos clave que han ido conformando su identidad: un emigrante, una familia de vietnamitas que huyeron de su país rumbo a Estados Unidos. Un joven que explica como descubre y asume su homosexualidad en una familia que, por momentos, parece ir a la deriva, sobre una balsa.

Este, a grandes rasgos, es el argumento de la hermosa novela de Ocean Vuong, En la Tierra somos fugazmente grandiosos.  El protagonista nos transmite la relación difícil con su madre; una relación llena de amores, pero también de castigos llegando a la gran dicotomia de madre y mosntruo. Esta dicotomia trae recuerdos terribles, pero también recuerda las veces en las que eran felices, en las que hacían cosas juntos y reían y se divertían, aunque eran pocas. Por suerte, la infancia no fue completamente triste y solitaria pues el protagonista contaba con el amor y apoyo de su abuela, alguien que le servía de escudo emocional. Una abuela que huyó a los diecisiete años de un hombre con quien habían concertado matrimonio y que demostraba, ahora también, su fortaleza y su valentía. Es la figura de la abuela, la que nos permite entrar a la guerra de Vietnam y al desarraigo, pues Vuong se encarna en su protagonista para que tomemos consciencia de los problemas que puede tener un niño pobre nacido en Vietnam, en un arrozal a las afueras de Saigón, y narra con ello las difíciles relaciones entre vietnamitas y estadounidenses. De esta manera, el autor nutre el retrato de recuerdos desordenados, de infancia en Vietnam y de la sensación siempre existente de peligro y desamparo. Nos habla del desarraigo emocional de quien huye buscando una vida, buscándose a sí mismo, trasladándonos la incertidumbre y la dificultad de encajar en un nuevo sitio.

El protagonista nos narra su adolescencia en Hartford, Connecticut, sitio a todas luces infernal. Sufrió acoso escolar por su doble marginalidad –como inmigrante y como homosexual– y descubrió siendo un adolescente el amor y la sexualidad con su compañero Trevor… A partir de esta aparición en la vida del protagonista todo se ilumina porque se introduce el despertar a todos niveles.  El ritmo y el tono de voz se hacen más precisos, más cohesionados y firme, más continuo, más emotivo. Es en estos fragmentos donde se nos deja ver la herida y la ternura en el protagonista, quien transmite el dolor y el amor entremezclados entre la vida real y la vivida.  Todo el potencial de una vida, de una visión del mundo ésta en esas palabras.

Estamos ante un libro bellísimo y veraz, inspirado en las vivencias íntimas del autor, que combina momentos de extrema crudeza con otros de una belleza sutil y elusiva. Vivimos buscando, explorando y escudriñando el mundo para ver en él la belleza, y nos percatamos que la mirada es un acto singular, puesto que es precisamente eso lo que nos llena de color la existencia. Es una novela sobre la mirada, no hay duda. El acto de mirar, de observar, se convierte en una precisa y potente herramienta de evocación, descubrimiento y exploración para asumir el trauma de la adolescencia a la vida adulta. Madurez, le llaman.

 

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