Los Limites de la Lengua

Nuria Barrios. La impostora. Cuaderno de traducción de una escritora, Páginas de Espuma, Madrid, 2022, 161 páginas.

DAVID MARKLIMO

Prácticamente desde que se inventó el lenguaje escrito, el ser humano ha intentado comprender aquello que está escrito. Y a la par de las palabras y los tratados de paz surgieron los traductores, como una especie de primeros diplomáticos. La traducción se convirtió, así, en uno de los oficios más solicitados del mundo. A día de hoy, con la llegada de la globalización, las tecnologías de la información y la expansión de la literatura, la traducción sigue siendo un trabajo demandado, con potenciales infinitos de trabajo. Además, el de traductor es un trabajo que conlleva una imagen positiva, casi casi como ratón de biblioteca.

Más o menos contra esta imagen arremete La Impostora, un texto de Nuria Barrios que muestra los riesgos que encierra un texto traducido. Este libro descubre cómo nuestro orden político, cultural y religioso se basa en traducciones erróneas; cómo un oficio considerado casi doméstico está manchado por la sangre de quienes lo ejercen; cómo el prestigio de los escritores que se aventuran en este campo puede ser cuestionado; cómo, a pesar de su importante trabajo, las mujeres son también aquí invisibles.

Todo surgió, según cuenta Nuria, con su oficio como traductora de John Banville. Le encargan, pues, traducir el texto de su aceptación del premio Príncipe de Asturias; presente en el acto, Nuria escucha al mismo tiempo el original leído por Banville y su propia versión a través de la traducción simultánea: ¿es el mismo texto en dos lenguas diferentes, o son dos, el de Banville y el suyo? DE aquí surge, pues una interesante cuestión: la creatividad que se permite al traductor, o que las circunstancias le imponen, según. ¿Entonces? ¿No sería más correcto hablar de correctora de estilo, de guardiana esencial del mensaje de una u otra obra? Nuria, entonces, cae presa de eso que se conoce como el síndrome de la impostora, un hondo sentido existencial que pone en tela de juicio no sólo el trabajo sino la propia trayectoria laboral.

Hay que decir que cada lengua es también una forma de ver el mundo construida a lo largo de los siglos, llena de giros, metáforas incorporadas al lenguaje, polisemias y matices que resultan poco menos que imposibles de volcar en un código diferente. En definitiva, culturas distintas que alteran los significados hasta hacer inviable una correspondencia exacta. El traductor se enfrenta entonces no a un trabajo mecánico, sino a toda una interpretación del texto, una tarea que en algún momento Nuria Barrios define como imitación, quizá el termino más exacto.

Queda claro que no se trata solo de encontrar esas correspondencias. La paradoja es la siguiente: se le pide al traductor que obtenga lo que llamaríamos la imagen fiel, lo más parecido al original en todos los aspectos, no solo léxico o semántico. Pero se olvida que cada texto tiene una cadencia, un color, emite una voz particular, transmite sensaciones y ritmos, y todos esos rasgos de personalidad pueden perderse, aunque la traducción sea técnicamente correcta. Entonces en el traductor es el traidor, que ha impedido que la esencia del texto llegue finalmente al lector.

Es otro de los aspectos de la traducción, el de filtro, a veces barrera, entre el autor y el lector. Lo que leemos realmente no es lo escrito por el autor, sino por el traductor que, de manera parecida al pacto, damos por sentado que se corresponde con lo que concebido originalmente. Pero leemos una interpretación, una adaptación, y lo que de ella nos llegue determinará sin remedio la opinión que el libro nos merece. No es un asunto menor: ¿de verdad Hernán Cortés dijo todo lo que dijo a Moctezuma o esos personajes fueron, sólo, peones, en manos de Jerónimo de Aguilar y Malintzin?

Hay otros muchos asuntos sobre los que podríamos detenernos: la coexistencia y fricción entre los dos idiomas, la diferencia de interpretación de un texto no solo en función de la lengua, sino también de la época, encrucijadas que hay que resolver, por lo general en plazos apretados impuestos por el editor… pero el libro queda en la memoria por estos postulados, tan intrigantes, que sirven para abrir un debate que hasta la fecha no se ha dado con profundidad.

La Impostora recibió el XIII Premio Málaga de Ensayo.

 

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