El Oso Ruso

Mark Galeotti. Tenemos que hablar de Putin: Por qué Occidente se equivoca con el presidente ruso, Ed. Capitán Swing, Madrid, 2019. 128 páginas


DAVID MARKLIMO

Vladímir Vladímirovich Putin, mejor conocido como Vladimir Putin. El sólo nombre provoca un sin fin de juicios, aprecio y de desprecios. Actualmente es presidente de Rusia, cargo que ocupa desde 2012, y anteriormente desde 2000 hasta 2008. También ha sido primer ministro de 1999 a 2000, y nuevamente de 2008 a 2012. La invasión a Ucrania lo ha puesto en el ojo del huracán, como símbolo del mal y autocrata por excelencia, una especie de oso enojado y violento. Pero, ¿qué tan cierta es esta imagen? Es lo que se pregunta el libro Tenemos que hablar de Putin: Por qué Occidente se equivoca con el presidente ruso, de Mark Galeotti.

A pesar de los millones de palabras que se han escrito sobre la Rusia de Putin, Occidente sigue sin comprender realmente a uno de los políticos más poderosos del mundo, cuya influencia se extiende por todo el planeta. Hay unos datos muy interesantes sobre su personalidad, que bien valen la pena discutir a detalle. Putin no es un advenedizo en el sistema político. Su abuelo, Spiridón Putin, fue cocinero personal de Vladímir Lenin y Iósif Stalin, tipos que no solían contratar a cualquiera. Su abuela materna fue asesinada por los alemanes en el Óblast de Tver en 1941, y sus tíos maternos desaparecieron en el frente oriental durante la Segunda Guerra Mundial. El padre sirvió en un batallón del servicio secreto (el célebre NKVD). La familia, pues, pertenecía a eso que se conoció como nomenklatura.

Otro dato importante es su afición al judo. Y aquí vale la pena comparar ese deporte con el ajedrez.  En cuanto a política se refiere Putin no tiene un plan establecido que esté ejecutando escrupulosamente (la estrategia de un jugador de ajedrez, vamos), sino más bien la de un aficionado al yudo, sabiendo leer la realidad que le rodea y adaptándose en cada momento a ella para sacar el máximo rendimiento de la situación.

En Psicología existe lo que se llama autoconcepto, que es la imagen que tenemos de nosotros mismos; frente a eso está la percepción de los demás sobre nuestra persona. Esto no es extraño para las Relaciones Internacionales, aunque de forma mucho más exponencial. Así, el autoconcepto podría ser la percepción y proyección de Putin hacia el mundo occidental es otra. Viene la pregunta, ¿puede Putin llegar a creerse esas imágenes que de él han arrojado y en base a eso va modificando sus acciones y adaptándose al nuevo rol que los demás le hemos otorgado? Sin duda, lo sucedido en Ucrania recientemente nos puede dar pistas sobre ello.

En Tenemos que hablar de Putin se muestra cómo se ha forjado la personalidad del político, el porqué de sus decisiones y todas sus acciones que dirigen o le dirigen hacia un país diferente. Puede que Rusia sea una tierra muy distinta a la nuestra, un lugar excéntrico y magnético, y sus habitantes sean fuertes, toscos, inquebrantables, conscientes de su historia patria: quizá porque las difíciles condiciones geográficas del país o quizá por sus inmensos recursos naturales… a saber. Pero lo que Mark Galeotti nos deja claro, es que a pesar de la imagen que tenemos de Putin, el líder ruso no es un macho alfa y Rusia no es ni mucho menos el Estado de México, esa tierra hostil y tremebunda.

De estas páginas se desprende un hecho inquietante. Probablemente en Rusia se dé un fenómeno de permanencia en la clase dirigente, similar a lo que aquí llamaríamos Caudillismo. En Rusia, hay un componente de miedo a que el sucesor acabe con el legado del líder y por eso los dirigentes continúan en el poder durante tanto tiempo. Al mismo tiempo son conscientes de que nadie es eterno y de que el sistema necesita un sucesor. Es una cuestión de estabilidad política y supervivencia. La propia historia de Rusia tiene antecedentes de lo que podría pasar. Hay quienes hacen un el símil entre Putin y Brézhnev, gobiernos largos que empiezan con crecimiento y acaban con estancamiento y recesión, desembocando en una guerra: Ucrania y Afganistán respectivamente. Veremos si los errores de la época soviética se repiten.

 

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