Estropicios Políticos del Covid-19 y Su Brazo Ejecutor a Nivel Mundial 

NIDIA MARIN

El Coronavirus, en su faceta de afectación política, nos está dejando rebeliones y gobiernos derrocados en el mundo. Así como lo dice la Organización Mundial de la Salud: “desde los manglares de Bengala Occidental hasta el vasto archipiélago que conforma Indonesia, y desde la bulliciosa ciudad portuaria de Guayaquil, Ecuador, hasta las costas tropicales del sur de Togo, los riesgos sistémicos de la pandemia de Covid-19 han quedado expuestos en términos humanos muy crudos”.

Sí, y no solamente es el incremento de la pobreza, sino la irritación social consecuente, frente a las actitudes y vicios de los gobiernos. Lo mismo en Europa, en Asia, en África y desde luego en el Continente Americano. 

Efectivamente, millones de personas que ya tenían dificultades económicas para llegar al fin de mes y a menudo trabajaban en la economía informal del sector agrícola y que sobrevivían por debajo del umbral de pobreza, tuvieron que hacer frente a una serie de nuevos riesgos que no podrían haber previsto: falta de empleo, endeudamiento, violencia civil y doméstica, descarrilamiento de la educación de los hijos y menores oportunidades.

Lo peor, dicen los expertos, está ocurriendo en aquellos países donde las ambiciones políticas se desbordan o en los que predominan los gobiernos calificados de populistas, mismos que no atan y por el contrario desatan la ira de los ciudadanos en general.

Y de la mano con las nuevas variantes, tácitamente camina la desaprobación para sus mandatarios. Es el caso en 2022 de los de América Latina. Están en el suelo conforme a encuestas, lo mismo López Obrador, en México (45% de desaprobación) que Boric, en Chile (41%); Bolsonaro, en Brasil (53%); Alberto Fernández, en Argentina (60%); y Pedro Castillo, en Perú (71%). Ese rechazo está acompañado de la inestabilidad en los gobiernos, incluido el mexicano, aunque en el caso nuestro tiene como plus las venganzas y agresiones desde Palacio Nacional en contra de todos los sectores de la población incluida, recientemente, la Iglesia Católica.

El populismo está hoy en el filo de la navaja. Varios ya fueron derrocados o están a punto de serlo. Por ejemplo, en enero pasado estrenó el año el golpe de Estado por parte del ejército, en África, precisamente en Burkina Faso al derrocar al presidente, Roch Kaboré, de la misma manera que sucedió en Sudán con el mandatario Abdallah Hamdok.

En otros continentes no llegan a golpes de estado, pero sí hay dimisiones, como en Europa, donde el que ha sido ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson, dimitió tras la renuncia de 57 integrantes del gobierno, lo mismo del Consejo de Ministros que secretarios de Estado, secretarios parlamentarios, enviados de comercio y tres vicepresidentes del Partido Conservador.

El más reciente conflicto se dio en el Continente Asiático. Sí, en Sri Lanka, donde el primer ministro Wickremesinghe no pudo con el paquete y hubo de dimitir tras el ingreso a la residencia oficial de miles de manifestantes. 

Y son varios gobiernos de corte populista los que están a la orilla del precipicio, tras sus dislates y malos proyectos para mejorar los deteriorados renglones de las economías y la salud. Sí están cayendo como fruta podrida del árbol de sus sueños: un país.

A estas alturas, por cierto, nadie puede decir que las tiene todas consigo. De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas, por ejemplo, el número de personas que padecen hambre en el mundo aumentó hasta alcanzar los 828 millones de personas en 2021, lo que supone un aumento de unos 46 millones desde 2020 y de 150 millones desde el brote de la pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19).

Además, aproximadamente, 2,300 millones de personas en el mundo se encontraban en situación de inseguridad alimentaria moderada o grave en 2021, esto es, 350 millones de personas más que antes del brote de la pandemia. Cerca de 924 millones de personas (el 11,7 % de la población mundial) afrontaron niveles graves de inseguridad alimentaria, lo que supone un aumento de 207 millones en un intervalo de dos años.

Y lógicamente, la brecha de género en relación con la inseguridad alimentaria siguió aumentando en 2021: el 31,9 % de las mujeres del mundo padecía inseguridad alimentaria moderada o grave, en comparación con el 27,6 % de los hombres, una brecha de más de 4 puntos, en comparación con los 3 puntos porcentuales registrados en 2020.

Es el incierto futuro para el mundo. 

Mientras, es imposible derrotar al Covid. Arriban nuevas variantes que van dejando derrocamientos de gobiernos, guerras, como la de Ucrania donde señala las Naciones Unidas “están implicados dos de los mayores productores mundiales de cereales básicos, semillas oleaginosas y fertilizantes”, por lo cual se están perturbando las cadenas de suministro internacionales y provocando un aumento de los precios de los cereales, los fertilizantes y la energía, así como de los alimentos terapéuticos listos para el consumo destinados al tratamiento de la malnutrición grave infantil. 

Y tal situación ocurre en un momento en el que las cadenas de suministro ya se están viendo perjudicadas por los cada vez más frecuentes fenómenos climáticos extremos, especialmente en los países de bajos ingresos, y tiene consecuencias que pueden llegar a ser muy preocupantes para la seguridad alimentaria y la nutrición a nivel mundial.

En esas estamos, pues. Con un panorama negro frente a nuestros ojos, un gobierno inútil tras bambalinas y la ira golpeando parejo. 

 

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