Las Paradojas de la Identidad

José Errasti y Marino Pérez Álvarez. Nadie nace en un cuerpo equivocado: éxito y miseria de la identidad de género. Editorial Deusto (España), 2022. 560 páginas.

“Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano” 

John Stuart Mill

DAVID MARKLIMO

Después de medio siglo, el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha anulado el derecho constitucional de las estadounidenses a abortar. La sentencia en el caso Dobbs v. Jackson Women’s Health Organization –dictada el 24 de junio de 2022– tiene grandes consecuencias, entre ellas la de poner sobre la mesa del debate público las decisiones sobre el propio cuerpo.

En medio de ese debate, José Errasti y Marino Pérez Álvarez acaban de publicar el libro Nadie nace en un cuerpo equivocado: éxito y miseria de la identidad de género. No es tanto sobre el derecho a decidir de las mujeres, pero si sobre el cómo nos definimos sexualmente y cómo incide el género. Digamos que es un libro contra la llamada teoría queer, que sostiene que la diferenciación entre hombre y mujer carece de sentido, es lo que se llama un constructivo social, una convención artificial o al menos irrelevante. El sexo masculino y femenino no son más que los extremos de un continuo, una especie de amplio abanico de posibilidades entre las que uno puede libremente elegir, de ahí la muy actual etiqueta de no binario. En definitiva, el sexo debe dejar de fijar nuestra atención en favor del género, es decir, la opción subjetiva del individuo por alguna de las que componen aquel repertorio de posibilidades. Es decir, uno es hombre o mujer no en función de su fisionomía, sino en razón de lo que sienta.

No cabe duda de que estamos ante un libro en extremo polémico, aunque se agradece el lenguaje respetuoso, simple, cargado a veces de ironía. En Nadie nace en un cuerpo equivocado se empieza por refutar la ideología queer en primer lugar desde el punto de vista biológico y anatómico. Al nacer, el sexo no se asigna a partir de la nada, como aseguran sus defensores, sino que simplemente se constata y, salvo casos muy extraños y bien delimitados por la ciencia, cerca del 100% de esas constataciones resultan ser exactas, porque en el ser humano no hay más que dos alternativas físicas, establecidas según su funcionalidad reproductiva. Que en el mundo que conocemos sexo y reproducción hayan quedado en buena parte disociados no quiere decir que esa identificación haya dejado de existir. Alegan los autores que, al margen de otras consideraciones, la identidad de género tiene una esencia claramente reaccionaria, porque la idea de pertenecer a un género distinto del que define la anatomía no puede tener otro origen que la comparación con los estereotipos sociales, casi siempre rancios, de lo masculino o lo femenino. También alegan que el hecho de que estas ideas se introduzcan en el ámbito educativo y en definitiva en la cabeza de niños y adolescentes que pueden tener multitud de motivos para no encontrarse cómodos con su cuerpo, su personalidad o su rol en el colectivo.

Quizá la parte más interesante es el debate sobre la filosofía de la identidad, donde los autores intentan rebatir sin éxito Judith Butler y hacen alusión a la intransigencia del movimiento queer. Según su punto de vista, las reivindicaciones sociales y el discurso de Justicia Social no dejan el mínimo espacio para un debate racional. Siguiendo estas líneas de pensamiento, está claro que lo que se presenta como un intento de debate sobre la identidad puede estar encubriendo la legitimación educativa, jurídica y social de los estereotipos sexuales más conservadores. Los autores olvidan que la identidad es una construcción personal, donde no interviene la política ni ninguna autoridad. Intentar encasillar la identidad de una persona a lo que es socialmente aceptado es incongruente con la tolerancia, el liberalismo y los derechos de cada quien a vivir a su vida. Indudablemente, el fallo de la Corte norteamericana, es un balón de oxígeno a posturas que creíamos superadas hace tantísimo tiempo.  Y es también un claro recordatorio que el mundo, a veces, puede girar hacia atrás.

 

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