Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
A partir del primero de enero de 2020 entró en vigor la legislación con la prohibición de la comercialización, distribución y entrega de bolsas de plástico en cualquier establecimiento de la Ciudad de México.
La pandemia sanitaria retrasó relativamente la medida oficial. En los supermercados dejaron de entregar bolsas con asa en las que se colocaban los productos que, a su vez, se introducían en pequeñas bolsas de plástico transparente. Hubo discusión de cómo llevar a casa mariscos, carnes, pescados, etcétera, si el empaque tampoco se entregaba.
A final del día, se aprobó que los productos a granel se pudieran echar en las bolsitas de plástico de un solo uso y luego a la basura.
Para incorporar todo lo adquirido se “inventaron” unas bolsas biodegradables que, por cierto, han sido el negocio de la década.
Hay cadenas de autoservicio en donde ni siquiera ponen a disposición de los consumidores las bolsitas y otros las ofrecen para ser usadas una sola ocasión, cuando la legislación exige que sean para varias ocasiones y biodegradables.
A diferencia de las cadenas comerciales, en los mercados sobre ruedas se mantiene la costumbre de coloca los kilos de papa, jitomate, tomate, chiles poblanos, calazas, chayotes, zanahorias y aguacates en bolsas plásticas con asa.
Los vendedores de productos lácteos, esos que se colocan en camionetas -el que descubrió la forma de dar el servicio debe estar contando los millones al por mayor- y que conocemos como “los oaxacos”, también entregan los quesos, el chorizo, la crema en bolsas plásticas.
No hay justificación para ello, pero se mantiene la tradición.
Hay otra acción que no cambia: las bolsa negras o blancas para basura. Se siguen vendiendo en el súper, en las tiendas dedicadas al hule y plástico y en ferrerías. Llama la atención que su venta no esté prohibida. Además, en centenares, millares, millones de comercios las bolsas de plástico o hule, como quiera llamarles, se utilizan para colocar los 18 huevos que pesa un kilo. El jamón se entrega, lo mismo en las estaciones de salchichonería que en las misceláneas, se rebana sobre un papel ahulado y se entrega en bolsa plástica.
Se entiende y bien que productos plásticos de un solo uso se convierten en una amenaza para el medio ambiente y la salud de los habitantes de cualquier país del mundo.
Sin embargo, al desaparecer las bolsas de ixtle, las tejidas primero a mano y después en máquinas y las canastas, que las señoras acostumbraban cargar en el antebrazo doblado desde el codo, el plástico ocupó el lugar.
El problema, probablemente, sea de conciencia de los consumidores. Pero, no es solo su responsabilidad. Debe encontrarse el mecanismo que permita comprar y depositar el producto en algún recipiente que sea biodegradable o bien de uso múltiple y para varias ocasiones.
Nadie, hombre o mujer, acude al súper o al tianguis con bolsas que reciban los pollos crudos, los higaditos, las alas y los muslos. La carne que se oferta en los mercados sobre ruedas no está empaquetada y, en muchas ocasiones, no se sabe si proviene de rastros TIF o clandestinos.
La Profeco es muy eficiente con las cadenas comerciales y las misceláneas, más no así con los mercados sobre ruedas.
Bolsas de un solo uso, error.
Bolsas para varios usos y biodegradables, el acierto.
¿Por qué no las fabrican?
Al final las pagará el consumidor.
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