De Juárez a López

Punto de Vista

Por Jesús Michel Narváez

Benito Juárez topó con la iglesia y la derribó. Las Leyes de Reforma se aplicaron y los clérigos, que ostentaban riquezas inconmensurables y poder político sin par, fueron rebasados por la legalidad y desde entonces hasta el gobierno de Plutarco Elías Calles -1924-1928- los obispos entendieron su papel y poco hicieron por regresar no a sus antiguas “propiedades” sino a sus andanzas en la política. Cuando el “jefe máximo” mostró su odio por la Iglesia católica, México se convulsionó con la guerra cristera que, según historiadores, costó 70 mil vidas. Todos los templos permanecieron cerrados. El Papa Pío XI avaló al episcopado mexicano en la suspensión de misas, bautizos, confirmaciones, matrimonios y confesiones. 

El resultado se conoce y bien. Pasaron 6 décadas antes de que, entre la Iglesia y el Gobierno, que no el Estado, registraran otro enfrentamiento. Ocurrió cuando el nuncio papel Girolamo Prigione, reconoció haberse reunió, en enero de 1994, con los hermanos Ramón y Benjamín Arellano Félix, jefes del cartel de Tijuana y señalados por las autoridades como los responsables del crimen del cardenal Juan Jesús Posadas, en mayo de 1993.

Las relaciones entre el Vaticano y el Gobierno de México se tensaron y hasta ahí. Prigione se escudó en el “secreto de confesión” para no revelar la información que le proporcionaron los poderosos criminales de ese tiempo. ¿Se enteró que alguno de ellos o sus sicarios disparó contra el cardenal Posadas por “equivocación” porque al que querían matar era el incipiente narcotraficante Guzmán Loera? Se llevó al secreto a la tumba y salvo que el Papa en turno, Juan Pablo I, lo supiera, nadie más confirmó la versión que se esparció como reguero de pólvora seca.

Algunos choques eventuales con Norberto Rivera Carrera -por cierto, el más notable con Andrés Manuel López en funcione de Jefe de Gobierno del Distrito Federal- y el cardenal Juan Sandoval Íñiguez hubo y hay roces menores.

Por lo demás, como se dice coloquialmente, las relaciones “ahí la llevan”.

Sin embargo, la buena o presuntamente buena relación, se rompió por el asesinato de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales y el padre Joaquín César Mora Salazar.

Rogelio Cabrera López, arzobispo de Monterrey presidente de la CEM y Ramón Castro Castro, obispo de Cuernavaca y secretario general del organismo episcopal, precisaron que “en medio de tanta muerte y crimen que se vive en el país, condenamos públicamente esta tragedia y exigimos una pronta investigación y seguridad para la comunidad y todos los sacerdotes del país”.

Cuestionaron la estrategia de seguridad y reclamaron acciones concretas para detener el baño de sangre que cubre el territorio nacional.

El mensaje claro y sin rodeos de los clérigos fueron secundados por la Orden Jesuitas de México que la llamada estrategia de abrazos y no balazos no ha funcionado y exigieron al gobierno del presidente López actuar con prontitud y cambiar la política de seguridad.

Al presidente le valieron los reclamos lo que se le unta al queso. Simplemente respondió: no voy a cambiar la estrategia, porque estamos atacando el problema de raíz y ya tenemos resultados.

(Nadie los conoce, excepto quienes leen los otros datos).

Algunos amigos que dominicalmente acuden a misa, me enviaron mensajes a través del WhatsApp para comentarme que el tiempo dedicado al evangelio fue utilizado por los párrocos para hablar del tema del asesinado de los sacerdotes. Me llegaron 7 mensajes y cada uno provenía de diferente parroquia.

¿Qué significa esto?

Que la Iglesia Católica hace sentir su peso real y que no está dispuesta a ceder un ápice en sus reclamos.

Es probable que el presidente escuche, algo no común en él, y por lo menos envíe el mensaje de que ha recibido las críticas y reclamos y que hará algo sobre el particular.

Sin duda se le puede aplicar lo escrito por Miguel de Cervantes Saavedra y puesto en boca de Don Quijote: Con la iglesia hemos topado.

El pasaje literario se ha convertido en una expresión coloquial. Se usa para expresar lo inconveniente de que en los asuntos propios se mezcle la Iglesia y la frustración causada por la intervención o la mera existencia de esa institución, o, por extensión del sentido, de cualquier autoridad que suponga un obstáculo insuperable para las intenciones de quien usa la frase.

A ver si la lee.

Y la entiende.

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