De Fondo
Miguel Tirado Rasso
Algo que poco se comenta,
porque ya estamos acostumbrados,
tras más de dos décadas de procesos
electorales, fluidos, pacíficos, sin altercados
y con alternancias.
No hubo sorpresas en la jornada electoral del domingo pasado, al menos hasta el momento, porque los perdidosos en estados como Aguascalientes, Durango y Tamaulipas, amenazaron con impugnar los resultados. Sin embargo, las diferencias en votos, entre ganadores y derrotados, no son muy cerradas, por lo que podemos suponer que no habrá alteraciones en los resultados, en el caso de que se llegue a los tribunales.
Decimos que no hubo sorpresas, porque los resultados coinciden con los datos manejados en múltiples encuestas publicadas con anterioridad a la fecha de las elecciones. Bueno, quizás habría que señalar dos casos en los que los números no estaban muy claros. En Durango se hablaba de una pequeña ventaja de la alianza Vamos por México sobre Morena y sus aliados, lo que permitía suponer que la balanza se podría inclinar hacia cualquier lado. Al final, resultó que la Alianza se llevó la gubernatura por casi 15 puntos.
El otro caso es el de Tamaulipas, en el que las mediciones mostraban una buena diferencia a favor del candidato de Morena, que al final se redujo, aunque el triunfo se lo llevó con casi 8 puntos de diferencia. Casi nadie dudaba de que la candidata al estado de Aguascalientes ganaría la elección, a excepción del dirigente de Morena, Mario Delgado, que, muy animado, hablaba de que su partido se llevaría el carro completo. Seis de seis, afirmaba. La candidata de Quintana Roo y los candidatos de Hidalgo y Oaxaca desde siempre mostraron una considerable ventaja en las encuestas que, al final, se confirmó. Con diferencias de más de 40 puntos, la primera y más de 30, los segundos. Su triunfo fue indiscutible y esperado.
Con estos resultados el mapa político electoral ha sufrido un cambio radical en esta 4T. Hasta antes de la jornada electoral de 2018, el PRI era el partido con mayor número de gubernaturas bajo sus colores, con 14, seguido por el PAN con 11, el PRD con 5, el PVEM con una y un gobierno independiente. Morena no existía en la geografía gubernamental del país.
Tras cuatro años de la 4T, Morena gobierna en 21 estados (en uno aliada con PSD, Morelos). Acción Nacional se queda con 5 estados; el tricolor con 3; Movimiento Ciudadano con 2, y el PVEM con uno. El crecimiento de Morena ha sido inversamente proporcional con el decrecimiento del otrora partidazo, el PRI. Sobre esto habría que decir que el partido en el gobierno ha logrado su desarrollo a costa de dos partidos, principalmente. Primero desfondó al PRD, al, prácticamente, desmantelar su estructura militante y atraerse cuadros destacados, lo que explica, entre otras muchas razones, la triste situación actual del Sol Azteca.
Pero también el PRI ha sufrido los embates de Morena, en ese sentido. El tricolor le ha proveído, no voluntariamente, por supuesto, de cuadros para cubrir vacantes de nivel en procesos electorales. Así, no extraña ver que varios candidatos de Morena a cargos de elección popular, antes de incorporarse a este partido, habían desarrollado su carrera política en el PRI. Solo por citar ejemplos muy recientes tenemos los casos de los candidatos ganadores a las gubernaturas de Hidalgo y Tamaulipas, Julio Menchaca y Américo Villarreal, respectivamente. El primero, se incorporó a Morena en 2017, tras renunciar al PRI después de 30 años de militancia. El segundo militó en el tricolor hasta 2017, cuando, también, se unió a Morena. Es el caso, asimismo, de la gobernadora de Tlaxcala, Lorena Cuéllar, y del de Nayarit, Miguel Ángel Navarro.
Como es ya costumbre, no bien concluida la jornada electoral, los dirigentes de los partidos tradicionales alardearon triunfos que sabían que no tenían. La triste realidad los llevó a poner los pies en la tierra. Existe un problema psicológico entre nuestros políticos que les impide reconocer sus derrotas. Y, ante la evidencia de los números, se salen por la tangente alegando irregularidades, por lo que, afirman, impugnarán los resultados. Nada de aceptar el triunfo de sus contendientes.
La participación ciudadana fue de no presumir. De menos de 50 por ciento en 5 de las seis elecciones. El abstencionismo más alto, sobre el 60 por ciento en Quintana Roo y Oaxaca, curiosamente en dos de los estados en donde el triunfo de Morena fue por mayor margen, 40 puntos y 36, respectivamente. En Hidalgo el triunfo de este partido fue también contundente, con más de 30 puntos sobre el segundo lugar.
Algo que poco se comenta, porque ya estamos acostumbrados, tras más de dos décadas de procesos electorales, fluidos, pacíficos, sin altercados y con alternancias. La excelente y puntual organización de la autoridad electoral, el INE, con la instalación de casi el 100 por ciento de casillas, la participación de un ejército de ciudadanos responsables de la operación de las casillas, seleccionados y capacitados, y un flujo de información oportuna y veraz que permitió conocer resultados muy próximos a los números finales, a la hora comprometida. Con esto, el INE volvió a demostrar su capacidad, eficiencia y profesionalismo.