RAÚL MONDRAGÓN VON BERTRAB
“Our tragedy today is a general and universal physical fear so long sustained by now that we can even bear it. There are no longer problems of the spirit. There is only the question: When will I be blown up?”
[Nuestra tragedia hoy en día es un miedo físico general y universal sostenido por tanto tiempo que apenas podemos soportarlo. No existen más los problemas del espíritu. Hay solo una cuestión: ¿Cuándo explotará la bomba?]
–William Faulkner, discurso de aceptación del Premio Nobel 1949, Estocolmo, Suecia, 10 de diciembre de 1950.
Como le ha pasado a pocas generaciones en la incipiente historia humana en este agonizante planeta, de pronto el mundo que conocíamos no es el mismo. Volcado por una pandemia cuyo origen sigue siendo un misterio y que ha sido usada y abusada por regímenes abierta o veladamente autoritarios, para cooptar libertades y garantías individuales, el mundo reimagina, reinventa mientras sobrevive al impacto del meteorito de la inactividad económica y los confinamientos forzosos alla Shanghai, atestigua la guerra fratricida entre pueblos eslavos confrontados por las ideas de un pasado añorado y un futuro más occidental, e ignora por ahora la inminente amenaza climática, bomba de tiempo cuya cuenta regresiva comenzó hace mucho tiempo perdido.
William Faulkner, maestro de todos los grandes del boom literario latinoamericano, desde Borges y El Gabo hasta Paz y Fuentes, le habló al mundo entre la posguerra y la Guerra Fría, cuando dos potencias hegemónicas se repartían el mundo. El escenario geopolítico hoy día es similar, si bien los factores de poder y sus frentes de conflicto y armamento son múltiples y más complejos y letales que en aquellos días. Estamos muy lejos del idealismo que dio origen a la Organización de las Naciones Unidas.
La tragedia en Ucrania, independientemente de las áreas grises de toda guerra, es abominable, aborrecible, inhumana, como lo son las tragedias diarias en Nuevo León, donde se han registrado 21 feminicidios, pero han desaparecido 284 mujeres en 2022, en Chiapas, como la de los acarreados del partido oficial, en Oaxaca, en Michoacán, en Zacatecas y en tantos lugares ingobernables de nuestro país.
No podemos por supuesto ser ajenos a la desgracia que se vive en Europa, pero la realidad local es apremiante. La violencia se incrementa día a día en el marco de récords históricos en las cifras de homicidios y otros delitos gravísimos. La impunidad reina. El desgobierno impera. Los problemas son de fondo, no de forma politiquera. Esta historia bananera nunca tiene un buen desenlace.
A manera de consejo a los jóvenes escritores de su tiempo, Faulkner también dijo, en ese célebre discurso en Suecia, que la más innoble, la más despreciable de todas las cosas es tener miedo. A ellos entonces y a nosotros ahora, pedía no dejar espacio para nada sino para las viejas certezas y verdades del corazón, las antiguas verdades universales sin las que una historia es efímera y está condenada -amor y honor y pena y orgullo y compasión y sacrificio.
Desafortunadamente, hay razones de peso para que el miedo prive. Las hay en lo internacional, pues las repercusiones del conflicto que ya involucra al corazón de Europa son desconocidas pero son ya y serán más gravosas en lo social, en lo energético, en lo alimentario. Hay razones en lo nacional, donde los guardaespaldas de un peligroso régimen que quiere perpetuar ignorancia y pobreza clientelares, sacrificando en pos del beneficio propio y personal el potencial de generaciones de una nación con geografía estratégica y remando en balsas de tribus ideológicas salvajes contra la modernidad transatlántica -y transpacífica-; sus escoltas son dos grupos, unos muy verdes, ya no solo cebados con privilegios sino con asignaciones directas, y otros muy oscuros, con carta blanca para actuar a sus anchas, que deformados por su necesidad de emplear el terror como arma disuasiva, no conocen de los valores universales que aún regían la interacción humana en toda arena en tiempos de Faulkner. Ambos y el rumbo al garete de la nación mexicana, deberían provocar miedo. Y mucho.
