Expropiaciones en puerta

Punto de Vista

Por Jesús Michel Narváez

Al anunciar la construcción del Tren Maya, el presidente, sus secretarios de Comunicaciones. Medio Ambiente y Desarrollo Territorial, informaron que no se afectaría el hábitat de decenas de especies, que no se destruirían zonas arqueológicas, que el beneficio sería para todos y que, quienes opinaban lo contrario, desconocían que las “vía están ahí… esta el derecho de vía… el Tren Maya seguirá la misma ruta”.

Tres años después de iniciada la obra, surgen los problemas, graves, por cierto, y ante la “habilidad inmobiliaria” de personajes incluso cercanas al gobierno federal, que adquirieron terrenos ejidales, gracias a la reforma constitucional al artículo 27 de Carlos Salinas de Gortari, que escrituró la tierra a favor de los campesinos y por la falta de un proyecto ejecutivo completo, ahora se requieren espacios para que el chuchuchucu cumpla los propósitos para el que se está construyendo.

Ante lo que el presidente llama voracidad de los empresarios inmobiliarios, por querer hacer el negocio de la década, les amenazó prácticamente con “me vendes a los precios de avalúo o te expropio”. No son palabras textuales, pero de eso se trata el mensaje.

Los tramos 4 y 5 del ferrocarril han sido modificados en su diseño, su paso, sus estructuras.

Y aunque el titular de la Sedatu, Román Meyer Falcón, afirma que no se ha cometido ningún ecocidio y desmiente la tala de 20 mil árboles selváticos, las fotografías y videos de la zona muestran su engaño.

Son cuando menos 60 metros de ancho los que han sido devastados… por quién sabe cuántos kilómetros de largo. No es una brecha. Es un espacio inmenso. El funcionario, orondamente, anunció que no fueron 20 mil árboles los talados y que, para compensar los cortados, se sembraban miles. La diferencia, lo dicen los expertos ambientalistas, estriba que los derrumbados formaban para de la selva y los recién plantados son maderables, frutales y hasta de ornamento. Claro que cambiará el hábitat y sus anteriores moradores morirían atropellados, como ocurrió ya con una docena de jaguares.

A tres años de distancia, se observa que el Tren Maya no sigue los trazos de las vías existentes o semiexistentes, sino que correrá por sitios en donde nunca se había posado una máquina excavadora que, con sus afilados dientes de acero, devora todo lo vivo y lo arroja del paraíso que hoy se destruye sin contemplación. Los ambientalistas aseguran que los tramos 4,5,6 y 7 no cuentan con los estudios y permisos de impacto ambiental, que desde Palacio Nacional se desmienten, aunque la realidad esté a la vista.

(Por eso el decretazo de que todas las obras del gobierno serán consideras de seguridad nacional que evita dos rubros fundamentales: se cierra por 25 años la transparencia en el gasto público y se aceleran los permisos sin que se realicen los estudios).

El presidente ya amenazó: expropiación.

Antes de este anuncio, en febrero pasado la Sedatu expropio 439 precios con una extensión de 5 millones 335 metros cuadrados. Y lo que falta.

Con la realidad frente a todos, las dudas prevalecen y se fortalecen las hipótesis de que jamás el Tren Maya contó con un Proyecto Ejecutivo Integral y que se ha venido construyendo conforme a los frenas que han impedido el avance de la obra.

Una obra que, a pesar de lo que se diga oficialmente desde las alturas de Tenochtitlan, no beneficiará a los pobladores originarios y sí, en mucho, a los inmobiliarios y a los constructores del Tren Maya.

Si alguien tiene otros datos, compártanlos. La mentira siempre será derrotada por la verdad. ¿O no?

 

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