Lo que es de Nadie es de Todos

Antonio Campillo, Tierra de nadie. Cómo pensar (en) la sociedad global. Herder, Barcelona, 2015, 119 págs

DAVID MARKLIMO

Este ensayo se plantea una doble pregunta: cómo pensar la sociedad global para conseguir que la Tierra siga siendo un hogar para todos y, de otro lado, cómo pensar en la sociedad global, es decir, de qué modo los cambios en el mundo globalizado afectan e interpelan a la propia actividad de pensar.

Tierra de nadie, del profesor Antonio Campillo (presidente de la Red española de Filosofía) es una obra digna y muy interesante, que pretende indagar en las descripciones de la globalización, las teorías éticas, el pensamiento que varios filósofos han desarrollado al hilo del asunto y los problemas prácticos del mundo global. Rezuma, por otra parte, una lectura astuta de la Metafísica aristotélica, pues ofrece una gradación del saber que se corresponde con distintos oficios y estamentos sociales.

Para analizar esta relación de ida y vuelta entre la globalización y la filosofía, Antonio Campillo toma como hilo conductor el concepto tierra de nadie, en sus diversos usos y sentidos: la tierra sin dueño, el terra nullius. Este marco conceptual, adoptado para indagar en la situación del pensamiento en la edad global, tiene un largo recorrido en la Historia. Originalmente, en el derecho romano, la tierra de nadie es aquella que no tiene dueño porque nadie la ha reclamado todavía, así como aquella que es arrebatada al enemigo, pero también es una de las cosas públicas que no pueden ser ocupadas por nadie en exclusiva ya que pertenecen al conjunto del pueblo romano, una acepción que estaría en la fuente de lo que hoy denominados “patrimonio común de la humanidad”. No es este uso, el que a partir de 1492 le dieron los estados europeos, sino uno muy distinto, colonial, seguramente derivado del hecho de que Roma fuera una potencia imperial. Así, ampliando el significado heredado del derecho romano, la terra nullius son los territorios arrebatados a los pueblos, la tierra disputada, las fronteras amuralladas, el patrimonio común de la humanidad. Con ello en mente, el autor propone que nuestro planeta sea reconocido como propiedad de nadie, pero patrimonio de todos.

Así, el libro adquiere verdadera sustancia filosófica se adentra en lo que vagamente podríamos llamar discurso social sobre del saber, Aquí ya hay un esmerado esfuerzo por pensar un lugar para la filosofía en el mundo global que vaya más allá de la conservación del legado recibido. En este sentido, Campillo argumentará que la precariedad a la que está abocada la filosofía contemporánea es, en realidad, su gran ventaja. Y es que, “precisamente porque ha sido expulsada de manera progresiva de todos los territorios que han ido apropiándose los distintos saberes expertos, precisamente porque se ha convertido en una apátrida sin papeles que sobrevive en tierra de nadie, justo porque sigue ejerciendo el oficio de pensar como una labor migrante, fronteriza, mestiza, híbrida, interdisciplinar e intercultural”. La filosofía hoy debe ser mediadora entre todo tipo de territorios incomunicados entre sí, tanto geográficos como culturales y científicos. Vemos, de esta forma, como la filosofía es una tierra de nadie, que, de un modo no especializado, persigue conectar entre sí la configuración del yo (éthos), la constitución del nosotros (pólis) y el conocimiento del mundo (kósmos). Más aún, se insiste en que la filosofía tiene una vocación cosmopoliética irrenunciable que permite conectar -como bien lo señala esta palabrita- entre sí la ciencia, la política y la ética, y porque todos los seres humanos pueden acceder a ella y ejercitarla libremente.

Si bien este ensayo fue escrito mucho tiempo antes de la pandemia de la Covid19, sus postulados son interesantes en cuanto a que nos lleva a pensar en aquello que nos identifica como especie. Por ello, es importante hacer un último apunte, si la filosofía es la tierra de nadie y patrimonio de todos, significa que también habría una razón de nadie o razón de todos, común a la especie. La duda es: ¿la necesitamos? ¿Necesitamos de verdad esa razón común? ¿Nos serviría para vivir en un mundo mejor? He ahí la gran, gran interrogante.

 

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