SILVESTRE VILLEGAS REVUELTAS
Entre los años de 1820 y 1870 los diversos gobiernos del país intentaron infructuosamente convencer a particulares para que, muy de acuerdo con el liberalismo económico decimonónico, invirtieran sus capitales para la construcción de vías carreteras, modernización de los puertos mexicanos o construyeran ferrocarriles que fueron sinónimo de modernidad y prosperidad económica/social en el discurso desarrollista del siglo XIX, lo mismo en Europa y Estados Unidos que para el subcontinente latinoamericano. La inestabilidad política sufrida por los muy diversos gobiernos mexicanos en aquellos cincuenta años, la guerra interna como las intervenciones extranjeras y la falta de millonarios capitales e incapacidad tecnológica evitaron que, de un inicio fueran los mexicanos quienes se adueñasen de tales proyectos y paulatinamente todos fueran quedando en manos extranjeras: particularmente inversionistas de los Estados Unidos, Inglaterra, Francia y España, en ese orden de importancia económica.
Independientemente de la modernización porfiriana (1880-1910), el reverso de la moneda decimonónica sucedió a partir de 1921, y ha durado los siguientes cien años que corresponden a la historia contemporánea del país. Gradualmente en la república fueron apareciendo polos de desarrollo industrial, se construyó una red de carreteras que conectó prácticamente a toda la república, igual pasó con los aeropuertos, hospitales, sistema escolar público y privado. México se industrializó de manera desigual, pero ha sido el sector de los servicios el que domina el panorama nacional. Sigue pendiente el desarrollo de tecnología mexicana en muchas ramas, porque, aunque se producen cientos de miles de automóviles, éstos son de tecnología europea, oriental y de los Estados Unidos. Se han dado pasos interesantes en la producción de patentes por parte de científicos mexicanos, de la iniciativa privada del país y los unos como los otros han buscado el respaldo de los gobiernos mexicanos. Ello tiene sentido porque la inversiones -de distinto tipo- pueden convertirse en infraestructura que resulta esencial para la modernización de México.
Hace nueve días se inauguró el aeropuerto Felipe Ángeles que recrea en su edificio terminal al aeropuerto de Barajas-Madrid en su terminal cuatro: ello por su enorme sala rectangular, por la disposición del área de recepción de equipaje, por la techumbre laminada, por las vías de acceso vehicular y por los trabajos adyacentes a la terminal que se siguen realizando en cuanto al tren suburbano que lo conectará con la ciudad. Los que hemos viajado mucho, que conocemos aeropuertos alrededor del mundo y nos gusta el tema de la aviación, sabemos que los principales proyectos aeroportuarios son de largo aliento, pues se van ampliando según las necesidades como las terminales 4 y 5 del londinense Heathrow. Pero la discusión temática en el presente artículo se refiere a que una inversión, en este caso pública del Estado Mexicano, seguramente se convertirá en un polo que ya, y ahora, ve la construcción de naves industriales privadas, de estaciones de líneas de ferrocarril de carga, y también, por qué no en el área circunvecina al aeropuerto, de un puesto de tlayudas, sopes y garnachas para los trabajadores que no pueden darse el gusto (sic) de comer en Italianni’s…como sucede en las esquinas de las calles que componen el corporativo Santa Fe o a la salida de Perisur o cualquier otro centro comercial. ¡¡Pendejos…como si vivieran en Finlandia!!
Las obras de infraestructura pueden ser de distinto tipo y volvemos al tema de los ferrocarriles y las vías férreas. Si queremos ser un país modernísimo, los futuros gobiernos de la república deberán construir o invitar a inversionistas privados a hacerlo en el tema de la interconectividad ferrocarrilera. Efectivamente, no puede haber inversión en este rubro si unos pelafustanes cierran un día sí y otro también las vías que salen del puerto de Lázaro Cárdenas, pero que pudiera ser cualquiera otra línea en el país. Hace falta que paulatinamente se vaya electrificando toda la red, y en caso contrario, como sucede en miles de kilómetros en los Estados Unidos, que los convoyes de ferrocarriles a diésel, los cuales fundamentalmente son trenes de carga, estén en perfecto estado de mantenimiento lo que incluye a las vías, los patios de carga y los sueldos que se le pagan a los trabajadores. El aumento de la red ferrocarrilera aligeraría la carga que hoy tienen las carreteras mexicanas, con ello se disminuirían los accidentes que además de las pérdidas humanas abaratarían los seguros contratados y, posiblemente, repito posiblemente, en este país de Huitzilopochtli deberían bajar los precios de muchos artículos debido a eficientes medios de transporte y comunicación.
Finalmente, en lo que respecta al tema de la inversión para que el país crezca, ello no se reduce a asuntos de comunicación y servicios sino también al esencial aspecto humano: de los habitantes que viven en la república. Sin duda el panorama que resulta de la pandemia Covid le ha pegado a la sociedad mexicana, ello plantea problemas que si bien no son insolubles tampoco son fáciles de ser resueltos con prontitud, porque sus fallas vienen de décadas atrás. Brindar un esquema de salud público eficiente y mejorado -muchas críticas al gobierno actual- se han dirigido a la falta de medicinas, falta de tratamientos especializados y como resultado afecciones más críticas y defunciones que han irritado en extremo a la población. Por otro lado, la inseguridad. ¿Cómo invertir para transformar un país violento en otro de pacífica convivencia? Ello comienza con el buen uso del entramado de leyes que norman el universo de actividades que componen nuestra existencia diaria. Por ejemplo, ya está legislado que las vías primarias de comunicación no pueden ser bloqueadas, sin embargo, a los gobiernos mexicanos de ayer y hoy les ha temblado la mano para imponer lo que la ley establece. Claro, ellos subrayan, y con cierta razón, que los opositores de ayer y hoy buscan afanosamente mártires pues con ello dañarían permanentemente la reputación del régimen; yo señalo, no tiene por qué llegarse a la ultima ratio. Si existe información de que van a bloquear una carretera debe evitarse que se instalen: los bloqueos encarecen los productos, dañan la salud de los transportistas y conductores particulares. Pero, debe escucharse la razón de la protesta.