Negociar, la única salida para terminar la crisis de Ucrania-Rusia: ONU

El secretario general de las Naciones Unidas António Guterres alerta que a Ucrania la están «diezmando ante los ojos del mundo», y que la única opción razonable es «un cese inmediato de hostilidades, y negociaciones serias basadas en los principios de la Carta de la ONU y el derecho internacional».

Aunque ya hubo conversaciones entre Ucrania y Rusia, la cobertura periodística destaca que no han logrado avances. Pero no nos equivoquemos: la única salida es un acuerdo negociado. Incluso en situaciones que parecen intratables, con actores intransigentes, el poder de la razón puede prevalecer. El diálogo puede hacer posible lo imposible. Esto lo sé por experiencia personal, declaró la máxima autoridad de la Organización de Naciones Unidas.

En mi primer mandato como presidente de Costa Rica a fines de los ochenta, también se pensaba que la situación en Centroamérica era intratable. Las guerras civiles en Guatemala, El Salvador y Nicaragua habían producido derramamiento de sangre y padecimientos a un punto horroroso. Lograr acuerdos de paz integrales parecía ilusorio (al menos, en opinión de los autodenominados realistas). Sin embargo, conseguimos reunir a las partes, y lo imposible sucedió: las guerras terminaron.

Algo similar puede suceder todavía en Ucrania. La invasión rusa es una flagrante violación del derecho internacional y de la Carta de la ONU, pero eso no elimina la posibilidad de llegar a un acuerdo que garantice paz y seguridad para Rusia y para Ucrania.

Consideremos las alternativas. La comunidad internacional ha respondido a la invasión con sanciones y armamentos, pero nadie cree que eso baste para poner fin al sufrimiento de Ucrania. Armas y municiones pueden ayudar a los valientes defensores de Ucrania a vencer a los tanques y aviones rusos, pero también pueden prolongar la guerra y aumentar la cifra de muertos y heridos. Y aunque algunos tal vez vean en la prolongación del conflicto una estrategia para desgastar a las fuerzas rusas y presionar al gobierno del presidente Vladímir Putin, eso también supondría un enorme costo humano, incluso si funcionara según los planes.

Habría muchas más muertes a ambos lados, y la creciente conmoción interna en Rusia alentaría más represión y pérdida de libertades y derechos civiles fundamentales. Cuanto más se prolongue el conflicto y más se ensanche la divisoria entre Rusia y las democracias del mundo, más difícil será obtener cooperación internacional en cuestiones como el cambio climático, la recuperación pospandemia, la estabilidad financiera, el Estado de Derecho y (quizá, lo más importante) la seguridad nuclear.

La prolongación de la guerra aumenta el riesgo de un holocausto nuclear. Ante semejante posibilidad, las demás consideraciones geopolíticas, regionales y nacionales se empequeñecen. George F. Kennan, el diplomático del siglo XX que formuló la política estadounidense de contención para la Guerra Fría, lo expresó muy bien:

«La disposición a usar armas nucleares contra otros seres humanos (contra personas que no conocemos, a las que nunca hemos visto, y cuya culpa o inocencia no nos compete establecer), poniendo en peligro al hacerlo la estructura natural que sirve de fundamento a la civilización entera, como si la seguridad y los intereses percibidos de nuestra generación fueran más importantes que todo lo que ha tenido o pueda tener lugar en la civilización, no es más que arrogancia, blasfemia, indignidad (una indignidad de dimensiones monstruosas) ante los ojos de Dios».

En la crisis actual, necesitamos que todas las partes relevantes se comprometan, como mínimo, a no iniciar un uso de armas nucleares ni amenazar con usarlas. Y el único modo de lograrlo es a través del diálogo y la negociación.

En su discurso inaugural en 1961, el presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy declaró: «No negociemos jamás por miedo, pero no tengamos miedo jamás de negociar». Y luego puso en práctica esas palabras. Tras la crisis de los misiles cubanos en 1962 (un encuentro cercano con el apocalipsis) llegaron negociaciones que llevaron al Tratado de No Proliferación Nuclear, basado en la promesa del desarme nuclear. Hoy, 191 países (entre ellos Rusia, Estados Unidos y todos los miembros de la OTAN) son firmantes del tratado.

Ya nos pusimos de acuerdo una vez para repudiar la temeridad nuclear; podemos volver a hacerlo. La reciente resolución de la Asamblea General de la ONU en relación con Ucrania «insta a la inmediata resolución pacífica del conflicto entre la Federación de Rusia y Ucrania mediante el diálogo político, las negociaciones, la mediación y otros medios pacíficos». Estas palabras expresan el deseo de personas en todo el mundo.

Por supuesto que negociar un acuerdo integral no será fácil. Celebrar reuniones esporádicas para airear agravios políticos no ayuda. Lo que se necesita ahora es un alto el fuego y un diálogo serio en el máximo nivel. Debemos encomiar todos los esfuerzos que se hagan en esa dirección, recordando que la alternativa es un aumento incesante de las hostilidades. Por eso muchos otros ganadores del Premio Nobel de la Paz me han acompañado en un pedido a los gobiernos de Ucrania, Rusia, Estados Unidos, la Unión Europea, el Reino Unido y otros países para iniciar conversaciones diplomáticas de alto nivel en forma inmediata.

Quienes participen en las negociaciones (incluso los funcionarios de máximo nivel) deben tener presente que no podrán obtener todo lo que quieran. Deben estar dispuestos a comprender los intereses y puntos de vista de la otra parte. Ucrania debe recibir garantías de soberanía, seguridad y democracia. Rusia debe recibir garantías de que se respetan y tienen en cuenta sus intereses de seguridad. Y ambas partes deben estar dispuestas a ser flexibles y hacer concesiones.

Si se cumplen estas condiciones, las negociaciones pueden generar avances hacia la paz. De hecho, es el único modo de obtener una solución duradera. Aunque esta posibilidad hoy parezca lejana, no debemos perder las esperanzas. Como escribió el poeta costarricense Isaac Felipe Azofeifa:

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