Punto de Vista
Por Jesús Michel Narváez
Se irritó y sigue enmuinado.
Entrega en charola de plata los elementos para que, desde el Viejo Continente, reclamen la protección de periodistas.
La respuesta es: No son crímenes de Estado.
No lo acusan de eso.
Quizá entender que es impulsor de los asesinatos, lo que equivale a ser autor intelectual, lo haría reflexionar y dejar de colocarlos en la mira para que el disparo de en el blanco.
Aunque lleve la banda cruzando su pecho, no es dueño de vidas y menos mentes, de cerebros.
Utilizar la infraestructura del Poder presidencial para ahondar diferencias, denostar, acusar sin pruebas, llamarlos adversarios por ser críticos, es un despropósito.
Exigir transparencia en sus bienes, salarios, amistades, tendría efectos coercitivos.
Y, como dice el refrán, el buen juez por su casa empieza, debería hacer públicos los ingresos personales por concepto de regalías de sus libros -que nadie lee, pero sus seguidores compran-, porque nunca ha tenido una cuenta de cheques, no usa tarjetas de crédito, trae 200 pesos en su cartera y no hay registro de que en algún momento haya pagado un céntimo de impuestos.
En menos de un mes recibió dos llamados de atención que, por supuesto, lo tienen irritado: el del secretario de Estados de la Unión Americana y el del Parlamento Europeo.
Ambos en el mismo sentido.
Y la respuesta furibunda: injerencistas, colonialistas, conservadores, mentes de conquistadores.
Las llamadas fueron atentas, corteses, correctas.
Las respuestas quedaron lejos de provenir de un Jefe de Estado.
Durante todo el tiempo que lleva en la Presidencia de la República, se ha quejado de todo.
Por supuesto, del pasado. De las herencias que le dejaron. De la inmensa corrupción, que generaliza en todos los ámbitos sin presentar pruebas.
Dice tener la piel curtida, pero al primer escrito en contra de sus decisiones gubernamentales, estalla en ira.
Una actitud incontrolable. Cuando habla cada mañana no lleva escrito nada. Todo lo saca de su coraje con los otros y no precisamente los datos. Afirma, casi jura, no ser vengativo. La realidad lo desmiente.
Y con los periodistas es exigente. Los famosos, dice, deben informar quien los financia, qué compromisos tienen, qué empresas farmacéuticas vendían las medicinas. Están enojados porque les cortamos su canal de riqueza.
Eso dice. Nunca lo ha demostrado.
Pero insiste en colocar a los periodistas en la mira y, sin orden específica, hay quienes obedecen y actúan.
Esperar a que no se llame sorprendido si uno de los famosos comunicadores sufre un atentado contra su vida. Mantener el odio, desprecio, aborrecimiento por ellos y demostrarlo cada mañana, lo hace responsable de lo que les pueda pasar.
Debido a ello seguirán llegando las resoluciones, los mensajes, los tuitazos. No deben molestarlo, deben hacerlo reflexionar y cambiar de actitud. La ira provoca infartos y lo sabe bien.
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