Los Males del Mundo y los Prejuicios

FEDERICO BONASSO*

¡Combatamos los males del mundo con prejuicios!

Adoro la expresión de perplejidad de la gente cuando contestas algo que no esperaban. Algo que “no es propio” de ese tú que moldearon en sus mentes. Sus lenguas se detienen y los ojos parecen murmurar: “pero ¿cómo, si tú…?” A veces hasta puede escucharse el «plop» que produce el prejuicio al caer en el aljibe de la mente.

Dentro del reino de sus practicantes hay un amplio abanico: desde el prejuicioso inocente hasta el sofisticado. Acabando en el cínico. Alguien que se habría curado de muchos prejuicios pero enfermando de mala leche. En general, el que sucumbe al prejuicio es un narcisista.

Asombra verificar que ni el paso del tiempo, ni la academia (y su entrenamiento dialógico), ni el cosmopolitismo salvan a muchos de ser prejuiciosos; de mirar al mundo desde los lentes del propio fundamentalismo (mejor o peor disfrazado); de ocultar filias y fobias tras una sensatez impostada; de chuparse el dedo a la hora de desafiar la propia identidad, pero ponerse muy agudo si se trata de desarticular la identidad ajena. 

 

Ambrose Bierce llamaba al prejuicio “esa opinión vagabunda sin medios visibles de sostén”.

 

El prejuicio es la vitamina del dogmatismo, de la xenofobia, de la agresión; esos males que las sociedades humanas, por más siglos que siguen pasando, se niegan a erradicar. Hoy prolifera con indolencia, alimentando los crímenes del mundo. El prejuicio es el padre de todos los sofismas. Y sin embargo sigue allí. De pie. Y más saludable que nunca.

 

Nadie está libre en última instancia de sus propios prejuicios. Pero de ahí a alimentarlos para poder tener una identidad. En fin. Acaso estos párrafos no sean más que un enorme prejuicio contra un mundo que no deja de fastidiarme. Pero conozco mucha gente que hace un esfuerzo por derrotar sus prejuicios. Y procura domarlos a la hora de exponer su pensamiento o de polemizar. Es una tarea que requiere cierta grandeza. No son mayoría. O quizás sucede que parecen menos por su propia naturaleza. Son los que forman el club de la decencia intelectual. Allí están; es cuestión de identificarlos dentro del griterío. Hablar con ellas y ellos, o leerlos, restablece la esperanza.

 

*Federico Bonasso es escritor y músico. Su último disco es La Subversión. Su novela Diario negro de Buenos Aires.

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