Sobre Ucrania y Rusia

Carlos Taibo. Rusia frente a Ucrania: Imperios, pueblos, energía. Editorial Catarata. Madrid, 176 páginas

DAVID MARKLIMO

Es difícil entender lo que sucede en el espacio post-soviético, sí. Pero también lo es la forma en que Occidente se ha aproximado a dicha complejidad.  No resulta creíble la narrativa que diversos medios están generando de lo que allí sucede. Al mirar los datos, por ejemplo, militares, nos damos cuenta que es imaginable que Rusia sea una potencia meramente regional. Simple, con observar el mapa uno debe desterrar esa idea: tiene fronteras con la UE,  ciertos países del Oriente Próximo son su patio trasero, la frontera con China es un territorio donde están desplegados una parte de arsenales atómicos y nucleares, hay una serie de contenciosos con Japón y -en la última frontera-  lidia con EEUU a través del estrecho de Bering. No hay ahí una potencia regional, claramente. Sus movimientos tienen por fuerza que tener efectos sobre el panorama entero del planeta y negar es condición de potencia global es querer engañar a la realidad.

Ahora bien, eso no impide ser capaz de observar al régimen ruso y su papel en la crisis, que se convierte en una parte importante del análisis del libro Rusia frente a Ucrania: Imperios, pueblos, energía, del profesor Carlos Taibo. Este libro, publicado originalmente en 2014, pero puesto al día ahora en enero del 2022, dedica mucho espacio a las relaciones de Ucrania y Rusia.  En primer lugar, pese a que se crea que las relaciones están marcadas por la energía, el factor fundamental es la agricultura. Ambas naciones son consideradas el granero del mundo, pues son los principales productores de trigo. En el recuerdo, está la gran hambruna estalinista sobre Ucrania, que quería convertirla en una zona industrial. De ahí se podrían entender las presiones rusas para que Ucrania no entre en la Unión Europea, pues implicaría acuerdos sobre la subida de precios y sobre la oferta-demanda. La historia demuestra que las llamadas crisis alimentarias no lo son tanto por la escasez como por los precios. En Ucrania, además, confluyen elementos que llevan largo tiempo gestándose por parte de EEUU y de Rusia: en el recuerdo está el escudo antimisiles con el que EEUU quiere rodear a Rusia. El resto, principalmente el gas y el desarrollo de la democracia, son las armas que cada cual ha esgrimido para defender sus intereses. Y todo ello enmarcado en un contexto geopolítico mucho más amplio (Oriente medio, Asia-Pacífico) en el que el control de los recursos y sus corredores es esencial para los principales actores: los EEUU, la UE y, también de China.

La actuación rusa en Ucrania –Taibo hace referencia a la anexión de Crimea-, vista desde el punto de vista histórico, tampoco es nueva. Se nos recuerda que la llamada “guerra híbrida” inicio en los años 90, durante la primera Guerra de Chechenia, cuando el Kremlin se dio cuenta que la perspectiva chechena de la guerra tuvo mucho mayor repercusión en los medios occidentales que la versión rusa. En aquellos años se realizó una extensa reflexión en Rusia sobre el uso de la propaganda y la ciberguerra, llevando al desarrollo de una doctrina estratégica al respecto. Esta misma doctrina sería usada en Georgia y en Siria.

Finalmente, hay que comprender algo que ya se ha dicho en otros foros: la caída de la Unión Soviética fue un desastre geopolítico. Y eso, aunque es fácil decirlo, es difícil de explicarlo. Las fronteras internas de la URSS variaron con relativa frecuencia y, en su momento, eso no importaba dado que todos los pueblos eran soviéticos. En el momento del derrumbe, entonces, las fronteras no correspondían con el enclave de la población. Así, el pueblo ruso, quedó disperso en un sin fin de estados que históricamente nunca habían existido y que habían ido integrándose (ya sea por conquista o por expansión) al Imperio Ruso. Algo de eso hay en Ucrania, a la que, por ejemplo, Kruschev integró la península de Crimea, que había sido parte de Rusia desde la guerra con el Imperio Otomano. Es un conflicto, pues, donde las diferencias no las marcan ahora ideologías aparentemente irreconciliables, sino lógicas imperiales bien conocidas.

Los acontecimientos recientes en Ucrania ratifican, por otra parte, un diagnóstico cada vez más extendido: tendremos que acostumbrarnos a lidiar con conflictos sucios -y que creíamos ya congelados en el tiempo- en relación con los cuales será cada vez más difícil mostrar una franca adhesión a la posición de alguno de los contendientes sin tener un conocimiento profundo de la Historia. 

 

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