ALFREDO MEJÍA MONTOYA
México ha entrado en un punto de inflexión en el que se debe sopesar que es lo que se quiere hacer y que es lo que realmente se puede hacer. Vivir en un eterno pragmatismo político es muy endeble a la realidad, al no estar sustentado en certeras políticas públicas que democráticamente beneficien a la población y, sobre todo, procuren bienestar a la misma a largo plazo. Las dádivas, las becas, los premios, los apoyos sociales con dinero público son la forma más perversa de maicear a los pobres y asegurarse de que jamás saldrán de ese status. Fuera de él ya no le convienen al régimen.
El escandaloso apoyo a esta clase social no es otra cosa que mantener viva una esperanza de voto en cada una de las elecciones posibles que haya, sean locales, federales, revocación de mandato o simples consultas a mano alzada, eso, eso, no es política pública ni democracia.
Múltiples analistas de pluma libre han pretendido enviar señales de que las acciones del presidente Andrés Manuel López Obrador no van en el rumbo correcto, que es necesario implementar políticas públicas razonables, sustentables, de acuerdo con la realidad económica, social y política del México.
La Autocracia está corrompiendo los más altos índices de ética y manejo de la política; López Obrador es un individuo que no le hace caso a nadie, no escucha las opiniones ajenas, y no mide las consecuencias de sus dichos en cada una de las matinales de la semana. El pueblo desea que se implementen medidas que lo saquen del marasmo de la mediocridad en la economía, en el empleo, en la falta de seguridad, en disminuir la corrupción, de que en palacio se reúnan el inquilino y sus invitados, los que dirigen cada una de las carteras administrativas del poder ejecutivo, no para hacer acto de presencia como simples floreros, sino para dar soluciones a todos los problemas que le aquejan al país y se ventilen en una realidad pragmática.
No es normal que, pese a que todos nos percatamos del rumbo al que López Obrador está llevando al país, ante el beneplácito de su Gabinete, que no le orienta, que no le contradice, que no propone hacer las cosas de otra forma, es darse cuenta que es entonces que están de acuerdo en la autocracia que ha empañado a México desde el 2018. No es justo, no todos piensan así, pero los representantes del pueblo, sentados en sus curules en el Congreso de la Unión, están impávidos, temerosos o maiceados para no hacer nada por sus representados, eso es otra mala señal.
Los que se animan a denunciar los abusos, la corrupción, el conflicto de intereses, la impunidad, la inacción en diversas políticas públicas que prevalecen en el régimen, son atacados despiadadamente desde la tribuna central de las matinales y López Obrador, sin ningún recato ofende, agrede, denigra y señala por su nombre a los que él considera oponentes, enemigos y adversarios al régimen, cuando lo único que hacen es denunciar que su grupo de elite no sigue los mismos principios que el pregona todos los días, el no a la corrupción, el no a la impunidad, al no conflicto de intereses, el no a la opulencia, etc.
Esto trae a colación los pensamientos de Nicolás Maquiavelo, porque parece que los malos siempre tienden a ganar, lo consiguen tal vez porque tienen una gran ventaja sobre los buenos: dispuestos a actuar con las peores ideas y con astucia para lograr su propósito. A diferencia, los buenos, que tienen una debilidad, que, según Maquiavelo, son los principios éticos, lo cual viene de la famosa frase el fin justifica los medios, aunque esta frase no fue literalmente dicha por Maquiavelo, ayudó a entender bien los consejos que da en su libro El Príncipe. Y el Inquilino de palacio los lleva a cabo como si a la letra los estuviera leyendo en el teleprónter, y siempre lo expresa en el mentir, distorsionar, engañar, manipular los hechos, amenazar a los oponentes, quitarles el poder a los ricos y dar a los pobres, usando palabras sugerentes y de efectos especiales, para permanecer en el poder y mantener la popularidad con sus seguidores. Él siente que si no lo hace los puede ir perdiendo con el tiempo, porque la beligerancia ha sido una táctica que usa desde siempre y eso lo llevó al poder. Beneficiar al país, no lo hemos visto, en más de 38 ½ meses, lo más que ha hecho, y muy bien, es el quebranto a la economía por sus políticas públicas, que de venir de un crecimiento del 2.5% anual promedio con los neoliberales, consigue en tres años, tres índices negativos, y ahora dice que, en el 2022, México crecerá al 5% como un mero pronóstico, apoyado en una esquizofrenia enfermiza.
No podemos permitir que López Obrador y el país sigan este rumbo, más bien sin rumbo, las unidades económicas están trabajando por inercia, no hay una política pública que las acompañe, que las apoye, y que unan esfuerzos con el ejecutivo con demanda agregada, para crear infraestructura que genere empleos, ingresos, impulso a las cadenas de valor y suministro y por ende al desarrollo y crecimiento, no hay, ¿porque? porque no quiere que se intervenga en su plan de no hacer nada y que los pobres sigan acaparando las estadísticas, ya que al apoyarlos con dinero público, considera que irremediablemente tendrá sus votos para el partido oficialista…
Siguiendo con aquellos pensamientos de Nicolás Maquiavelo, que no maquiavélicos de López Obrador, sería tanto como apropiarse de sus ideas, y no, dista mucho para ello. Él tiene un dilema para permanecer en el poder: su ego. Le exige sentirse amado y su involución lo predice a que sea temido; es de las personas que no pueden tener ambas cosas. Tiene una lucha interna, es difícil combinarlas, y entonces elige que es mucho más seguro ser temido que amado.
En su carrera política ha visto que los jefes de empresas, activistas, docentes, compañeros de lucha, políticos detentan el poder mediante la intimidación hacia sus inferiores y mandantes, que amenazan bajo pena de despido, retirada de beneficios, mediante fuerza física o violencia, opresión psicológica e ideológica. Y los buenos, con su sabiduría, bondad, serenidad, tarde o temprano son pasados para atrás o pisados eternamente, según Maquiavelo, y AMLO lo considera como una norma de conducta.
No es menos trascendente mencionar que la actitud del presidente Andrés Manuel López Obrador deviene de ligeros rasgos psicológicos que los ejerce a cada momento, como su tendencia a no tomar en cuenta la realidad como es, sino que, para él, la realidad es como se la imagina. Esto da pie a que sus decisiones no sean objetivas, arribando a una Esquizofrenia patológica, y esta subjetividad nos ha llevado a un desplome en la economía, al pésimo trato en la pandemia, a creer que la seguridad se resolverá con abrazos, etc.
Por otro lado, su personalidad raya con la Paranoia, con la que invariablemente él hace culpable a otro individuo de lo que sucede en el país y jamás asume su responsabilidad, ni permite que su gabinete asuma la propia, y mediante la táctica de divide y vencerás, acusa e insulta. Podríamos pensar que el hecho de manifestarse en sus matinales con pensamiento lerdo, lento y disminuido, como con un coeficiente intelectual de bajo nivel, que es una persona en estado de oligofrenia, caracterizada por no saber que no sabe, arribando filosóficamente a una ignorancia invencible culpable. Esto es, López Obrador no sabe, porque no le interesa saber, no le interesa entrar en contacto con la realidad, porque no quiere, porque no puede, él en el fondo se siente impotente para acceder a las principales fuentes del conocimiento, lo que daría motivo a un no mal intencionado dicho, lo que Natura no da, la UNAM no lo presta.
Hemos visto que a la delincuencia no la toca ni con el pétalo de una idea, a los anárquicos tampoco, a los que lanzan un tráiler en contra de la Guardia Nacional, en una clara tentativa de homicidio, menos. Eso se llama oclocracia: un gobierno que representa a lo peor de la sociedad, a la chusma, a los grupos del crimen organizado o no. Esa es la sensación que le da a algunos mexicanos.
Asimismo, eso nos lleva a la autocracia, disciplina que domina a la perfección, es decir, que no se puede dar cuenta de la realidad como la realidad es, y que toma una decisión basada en sus opiniones subjetivas, que carecen de pensamiento abstracto y que no hace lo que haría una persona inteligente, esto es, rodearse de otros más inteligentes que él para tener una verdadera democracia que favorezca el bien de la mayoría.
Al final del tiempo, podríamos concluir que, en política, un individuo debe ser bueno y ético o como López Obrador, que al vivir en su mundo esquizofrénico, paranoide, oligofrénico, que práctica la disartria y dislalia, y ejecuta sus acciones con oclocracia y autocracia, no puede llevar a un país a estadios de bienestar. Ese es, tal vez, su sueño y esperanza, pero dista mucho a la realidad que está dejando a su paso. Y sin duda pasará a la historia como la transformación de cuarta que dividió a la población, en lugar de unirla.
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