*Discursos del Pasado que Irritaron al Elector
*Se Perdió el Cambio Hacia el “Justo Medio”
*Geometrismo Político no Ayuda al Presidente
Ezequiel Gaytán
Uno de los temas más debatidos desde la antigüedad es el de las virtudes humanas, más allá de las teologales. Los griegos conceptualizaron, grosso modo, que la virtud es la actitud de actuar de acuerdo con ciertos principios, de alguna manera abstractos y aprendidos, tales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza. Además de que los concebían como fundamentales en la vida ética de los seres humanos y la sociedad. Aún más, es clara la
influencia griega en el pensamiento cristiano, consecuentemente los católicos desarrollaron las virtudes cardinales, léase templanza, prudencia, fortaleza y justicia. De ahí que la idea aristotélica del “justo medio” es uno de los argumentos vitales en la filosofía de la ciencia al concebir a la razón como un principio de acción alejado de extremismos de pasiones y fanatismos.
En política, sobre todo en las democracias modernas, la idea del justo medio o término medio sigue teniendo vigencia. Empero, es una idea relativa debido a que los extremos de derecha e izquierda se mueven y afectan el concepto de lo céntrico. Tenemos el caso de expresidente norteamericano Donald Trump, quien en su
precandidatura interna radicalizó al Partido Republicano y forzó a los otros contendientes de la derecha
actuaran en consecuencia. Aún más, eso afectó también al Partido Democrático y la polarización de
posturas condujo a que la candidata Hillary Clinton perdiera el centro y, a partir del fundamentalismo norteamericano, más otros factores internos de la vida política de esa nación llevaron al triunfo al
grotesco Trump.
En el caso mexicano también podemos encontrar el tema de candidatos con posturas extremas, pero aquí el
fundamentalismo tiene rechazo social. El hoy presidente de la República Mexicana fue candidato en 2006, 2012 y 2018. Durante las dos primeras campañas tuvo un discurso dogmático, confrontó a sus adversarios e incluso en su inicial campaña, en un acto al que yo califico de arrogancia política, no acudió al primer debate.
Su actitud prepotente, de confrontación y de abuso de confianza lo llevaron a la derrota.
Posteriormente, durante su segunda campaña electoral y su arenga pendenciera, apegada a una idea de izquierda anquilosada lo volvieron a llevar a la derrota.
Fue hasta su tercera contienda que moderó su discurso, buscó tejer alianzas con sectores de la sociedad a los cuales despreció en sus disputas anteriores, se acercó a la centroizquierda y aceptó en su equipo de campaña
a expanistas como Gabriela Cuevas y Germán Martínez Cázares.
Esas actitudes le agraciaron empatía social y hoy es el titular del poder Ejecutivo. Queda claro que un discurso de corte centrista, aunque sólo sea de dientes hacia afuera, convence y es atractivo debido a que despliega un
abanico de virtudes con las cuales la sociedad se identifica.
De lo anterior queda claro que en el contexto de la vida actual en México se ha movido la idea política del centro. La polarización, un tanto absurda de fifís y chairos, cimentada en el maniqueísta discurso presidencial del proyecto transformador ayuda muy poco.
El geometrismo político que tanto gusta al actual gobierno es significativo en términos explicativos generalistas, pero impreciso en la acción cotidiana de gobierno. De ahí que desdibuja las virtudes del justo medio. Aún
más, las virtudes y cualidades que Nicolás Maquiavelo describe en El Príncipe son paradigmas válidos
en la política. Lo importante es saber ser Príncipe en el siglo XXI y no estancarse en el Renacimiento
Florentino o en la idea del centralismo planificador de los programas quinquenales de la extinta Unión Soviética.
El presidente López Obrador demostró en su campaña de 2018 ser mitad zorro, como aconseja
Maquiavelo, pero ahora que es gobernante quiere ser león de tiempo completo y así no funciona el
virtuosismo político.
El justo medio, como forma de hacer política, responde a coyunturas históricas y a la visión del futuro.
Por eso no todos los políticos son estadistas. En su momento Juárez tuvo que comportarse con firmeza,
pero no necio. Lo mismo podemos decir de Carranza, quien supo ser perseverante, pero no ofuscado. En
otras palabras, ambos personajes supieron ser virtuosos. El problema surge cuando un gobernante confunde
ser popular con ser virtuoso, pues allí demuestra su carencia de virtudes.
Las abuelas aconsejaban que “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”, con lo cual nos orientaban a asumir una actitud en la vida con las amistades y en el ámbito de nuestro desarrollo personal, del oficio o
profesión. Por eso un gobernante que no tiene idea del justo medio como virtud, está condenado a un juicio
histórico negativo.