Por Jesús Michel Narváez
Con independencia de qué tiene razón y su persona es el mejor ejemplo de que la UNAM “perdió su esencia y la formación de cuadros” aunque por sus estudios llegó a sentarse en la Silla del Águila, es preocupante que ahora enfoque sus baterías en contra de la institución, lo que conlleva un enorme riesgo de desestabilización política.
Si no lo ha advertido el presidente de México, los estudiantes universitarios sí saben marchar y tienen el poder de convocatoria que no tiene él.
Agredirlos y poner en duda de que en la UNAM se generan los mejores abogados, médicos, arquitectos, ingenieros etcétera -los mejores economistas y contadores son del IPN- y que ha sido la cuna de el 99 por ciento de los presidentes que ha tenido el país -incluido él, cuyas actitudes hacen dudar, en efecto, de que se prepare a los mejores para las causas sociales, públicas y políticas- no llevará agua a su molino y sí el repudio de cuando menos de la población que ya se tituló o está cursando la carrera.
Si supone que, de su universidad patito, primero Juarista y ahora de Bienestar, saldrán los prototipos de profesionales que requiere el país, según su corta visión y que serán los que ocupen los cargos públicos en cuanto obtengan su certificado que los acredite como alumnos de “excelencia” y por tanto serán los guías del cercano futuro, está equivocado.
A su llegada a la Presidencia de la República, descalificó a los alumnos del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) a los que llamó “itamitas” por ser quienes más cargos públicos y empresariales de alto nivel ocupaban; a los de la Iberoamericana, por formar claramente parte de la sociedad de fifís y a los de la Anáhuac por ser iguales a los anteriores.
Ante la obviedad, resulta innecesario exponer su equivocación. Porque su soberbia lo lleva a creer, no pensar, que nadie está por encima de sus conocimientos, de su preparación, de su capacidad intelectual.
Para él, todos aquellos que con argumentos sólidos combaten sus ilógicas e ineficientes decisiones, son traidores a México. Y si tuviera oportunidad, a todos los encarcelaría para demostrar que solo él tiene la razón y por eso el “pueblo lo respalda”
Su afirmación de que la UNAM -y aunque no lo dijo de todas las instituciones de educación superior, las calificadas no las patito- de que en gobiernos anteriores se vivió un proceso de decadencia, por lo que actualmente se tiene que “remar contra corriente” para lograr la llamada cuarta transformación del país, revela que hay quienes piensan diferente y están dispuestos a defender sus convicciones. Y que lo único importante en su existencia terrenal es concretar su proyecto ¿desproyecto? político, no el bienestar y fortalecimiento de la Nación.
Decir que “fue mucho tiempo de atraso, de saqueo, además de manipulación, muchísimo tiempo, afectaron a dos generaciones. En las universidades públicas hasta la UNAM se volvió individualista, defensora de estos proyectos neoliberales, perdió su esencia, de formación de cuadros, de profesionales para servirle al pueblo”, sería una agresión a su representante permanente en la ONU, Juan Ramón de la Fuente, quien trabajó con el más neoliberal de los neoliberales: Ernesto Zedillo Ponce de León y, acatando la instrucción presidencial, recuperó la UNAM, que padecía una huelga de largos 9 meses.
Y después, durante 8 años fue rector. Impuso a su sucesor, José Narro Robles y al actual. De llegar a buen término su segundo mandato, Enrique Graue, de la Fuente habrá gobernado la institución por 24 años.
Una generación.
¿Lo relevará de su cargo por haber sido empleado por el adalid neoliberalista de México?
Quizá no sepa que Zedillo acuñó la palabra “globalifóbicos” para referirse a quienes se oponen activamente al fenómeno mundial de la globalización, corriente surgida del neoliberalismo. Y la utilizo en el Foro de Davos, sede de la crema y nata del neoliberalismo.
Como diría el clásico: es tiempo de no calentarse, granizo.
Ya conoce el resultado: se derrite.
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