Adiós a Juárez y Llega Hidalgo

Punto de Vista

Por Jesús Michel Narváez

Durante casi tres años, Benito Juárez ocupo el sitio privilegiado en las sinrazones presidenciales. De pronto, el Día de la Independencia, dejó de existir para dar la bienvenida a Miguel Hidalgo y Costilla. No se trata de compararlos. El primero es y será per saecula saeculorum el iniciador de la PRIMERA transformación en el territorio conocido después de la Conquista como Reino de la Nueva España. Juárez separó al Estado y la Iglesia y sus leyes de Reforma generaron los cimientos del marco jurídico que, en muchos aspectos, aún rigen la vida nacional.

Decir que todos los ideales de Hidalgo se concretaron en la Revolución Mexicana es borrar de un plumazo la defensa nacional que hiciera Juárez con su gobierno itinerante. Es desconocer que Vicente Guerrero no se rindió sino entendió que sin Iturbide sería imposible consumar la Independencia.

Más allá de la narrativa modificadora de la historia -habrá que quemar todos los códices y los apuntes de Bernal Díaz del Castillo para lograr el despropósito-, no existen registros que confirmen la presencia de un mandatario extranjero pronunciando un discurso a las afueras de Palacio Nacional en una conmemoración del Día de la Independencia. Tampoco que el presidente de México en turno lo haya hecho. No existe una fotografía en la que se observe al Presidente en un templete afuera del Palacio Nacional.

Los datos disponibles muestran siempre al Jefe del Estado Mexicano en el balcón central presidiendo la parada militar. Por regla general, acompañado por los secretarios de Marina y Guerra y posteriormente de la Defensa y Marina. Se invitaba al presidente de la Suprema Corte de Justicia y al presidente del Congreso que, a su vez, es el presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados.

Utilizar las fechas simbólicas de los mexicanos para hacer politiquería, no se había dado desde que se iniciaron los festejos con Vicente Guerrero el 27 de septiembre de 1821, y se realizó como reconocimiento de la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, comandado por Agustín de Iturbide al frente de cerca de 20 mil jinetes.

No hubo discursos.

Utilizar el festejo mayor de una nación, es decir, la conmemoración de la fecha en que se inició el proceso independentista, para lanzar mensajes en los que el presidente mexicano prácticamente se comparó con Hidalgo y con Jesucristo, raya en la ceguera por la ambición.

Pareciera que el señor López quisiera ser crucificado en una cruz que no cargará y que tampoco se instalará en el Monte de los Olivos. De ser cierta la interpretación la lectura de su discurso -largo y tedioso además de adoctrinador-, estaríamos frente a una persona que, como decían en Cabo Cañaveral, “ya lo perdimos”.

De otra parte, hay rumores, no informes oficiales, de que el señor López adquirió una deuda con Fidel Castro recién competía por la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal. Podría no ser una versión descabellada. Ignorar que el despegue de la carrera política del hoy presidente fue el impulso que le brindó Cuauhtémoc Cárdenas, no es ocioso. Su padre, el general, tenía empatía con la izquierda de aquellos tiempos y la conservó hasta morir. Sus relaciones con quienes encabezaban gobiernos calificados en su momento de comunistas, era conocida ampliamente.

¿Qué tan grande es o era la deuda con el régimen de Fidel Castro y después con Raúl y ahora con Díaz Canel que mancilló un festejo que es solo de los mexicanos?

Como lo dijo Castro: la historia me absolverá y que, cambiando palabras, pero con el mismo significa, López dice que la historia y el pueblo lo juzgarán cuando se retire de la política y se evalúe su trabajo. Porque a los dirigentes no se les juzga durante su función sino posteriormente. La soberbia a toda su capacidad.

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