Quiénes son y qué sienten
las plantas carnívoras,
Alicia Schrödinger.
Editorial Siruela,
Madrid, 2020
Por David Marklimo
Un cuento es una manera de mirar, de enfocar y entender el mundo. Es un instante, una fotografía, pero también una declaración de intenciones. Quizá el mejor cuentista de siempre sea Augusto Monterroso, magistral en el cuento breve. El oficio de cuentista es similar al de equilibrista (entiéndase ese personaje de los circos que camina sobre una cuerda haciendo malabares), puesto que o se hace muy bien, o acabas en el suelo. En los cuentos, se trabaja sobre muy poco espacio y todo debe estar medido y dosificado con exactitud para que funcione: un argumento que atrape desde la primera línea, un desarrollo que no pierda vigor y conduzca hacia el final deseado, un desenlace poderoso, no necesariamente pirotécnico, que cierre el círculo narrativo.
En Quiénes son y qué sienten las plantas carnívoras, de la vienesa Alicia Schrödinger, vemos una narración comprimida, un simple pasaje, que deja al lector estupefacto, inmerso en una atmósfera de que la no desea salir, o aturdido por una experiencia especial. Es lo que a autora ha definido como cuentos de humor infrarrojo. El humor infrarrojo está preparado para descender al infierno con la misma naturalidad con la que se sube en un globo aerostático. No es un humor para todos los gustos, eso hay que decirlo. El infrarrojo no es un color, en todo caso sería un más allá del color, y las personas que se acercan a él lo hacen también de manera tentativa, se ponen casi de perfil. Un lado a la luz y otro a la sombra.
Esta dicotomía de lo infrarrojo nos habla de que, en términos muy generales, hay dos formas de reír: la que produce el repentino conocimiento y, por contra, cuando descubrimos nuestra completa ignorancia. Como decía Horacio: ¿qué impide a quien ríe decir la verdad? Al célebre poeta romano, habría que responderle: sólo si el humor es capaz de contrarrestar el dolor con el anestésico adecuado se puede impedir. Roberto Bolaño contaba cómo uno de sus más queridos amigos, que había sido torturado por la policía durante la dictadura militar, narraba su tortura en clave de humor. En ese sentido, el humor negro, negrísimo, tiene una misión catártica, es como una goma de gran elasticidad. Otra cosa es que algo breve nos pueda arrancar una carcajada, en un momento dado. Pero lo cómico va más allá de la carcajada y encuentra muchos formatos para desplegarse.
En este libro, en cuarenta y una piezas breves, como una perdiz, se abordan de manera insólita los temas más dispares: desde los sentimientos de las plantas carnívoras que dan título al propio volumen hasta el feminismo, el cambio climático, el mesmerismo, la vida monástica, la antropología o la música contemporánea. Es material corto, más propio del breviario, surrealista, con mala baba, con mucho humor, filosofía, ciencia, viajes, familias, Historia reinventada…
Quizá el momento más interesante del libro lo encontramos cuando la autora se libra del difícil corsé que marca el formato cuentístico y se extiende algo más en Cuatro momentos cruciales en la vida de una mujer. Realmente un ejercicio de tiro al blanco sobre los dramas de ser mujer en el siglo XXI. Pero estos cuarenta y un cuentos son realmente divertidos en su mayoría y funcionan como lectura ligera para refrescar un poco la cabeza. Grata sorpresa, pues, aunque habrá quien diga que lo que hay aquí son ejercicios que no alcanzan a edificar una narración más compleja, un contenedor de ocurrencias más o menos afortunadas, expresadas con mayor o menor habilidad. Lógicamente, algunos de los cuentos tienen un nivel algo mayor, pero en general tienen ese tono negro, bienintencionado, pulcro y amable, tal vez con una chispa de crítica asomando de vez en cuando, que te hace valorar el conjunto de forma más generosa.