Decía Pedro Almodóvar que ser director de cine en España es como ser torero en Japón. El dicho también aplica para México. Sobre todo cuando eres un director joven con muchas ideas pero pocas monedas. Y si esas ideas tienen que ver con deporte o, peor aún, con atletismo, la cosa se pone más complicada. Casi imposible.
Ese “casi” tiene nombre: Jorge Porras. Y domicilio: Agua Prieta. Allí se crió él, en las áridas tierras sonorenses que colindan con Arizona, donde miles de mexicanos se juegan la vida para cruzar el desierto en busca del sueño americano. Jorge tenía su propio sueño: hacer la primera película sobre atletismo en México. Hombre fronterizo al fin, lo entendió pronto: había que trabajar al margen, y contra todo, para hacerlo realidad.
Tras más de seis años de un intenso camino no exento de descalabros, pero sobre todo de haber tocado puertas cerradas con candado, Jorge Porras estrena El gran salto, un documental que tiene como protagonistas a otros seres fronterizos con los que creció en Agua Prieta: los hermanos Luis, Jorge, Adrián y Edgar Rivera, quienes forman parte de una de las estirpes más destacadas del atletismo mexicano.
Edgar es la apuesta del atletismo nacional en Tokio 2020, anoche arrancó su participación en sus segundos Juegos Olímpicos.
Actualmente está entre los 35 mejores del mundo en esta disciplina, que nunca ha sido la más popular en México. Aunque ha dado varias medallas al país, el atletismo, en general, no es un deporte que llene estadios o provoque aglomeraciones.
Los hermanos Rivera han sido testigos de la vieja costumbre de las políticas deportivas del país, donde los deportistas no acceden a una beca hasta que ganan una medalla. En otros países como Estados Unidos, Japón o Reino Unido —que siempre acaban en los primeros lugares de los medalleros— lo normal es otorgar apoyos desde que el atleta inicia su carrera.
“Uno no lo hace por dinero, pero es difícil (enfrentar la falta de apoyos). Al final, uno se hace a la idea de seguir así. En México no se te apoya hasta que llegas (a obtener una medalla), es complicado”, admite Edgar, quien forma parte de una nueva generación de deportistas de alto rendimiento que ya no quieren depender de los recursos públicos para llegar a las grandes competencias.
“En mi mente nunca ha estado la idea de depender de los apoyos para lograr mis objetivos”, asegura. “Si se puede conseguir un beneficio, qué padre, pero si no, no importa: ese nunca fue mi objetivo”.
Es aquí donde Jorge Porras encuentra una relación nociva entre el cine y el deporte en México: “Desde que empezamos esta película encontré muchas similitudes. Cuando un deportista busca apoyos para sobresalir, le pasa lo mismo que a un cineasta: si no obtienes resultados, no hay apoyos. Si un deportista no da una buena marca, no hay patrocinios; si un cineasta no ha hecho una película, nadie te hace caso. De algún modo, hacer una primera película es muy similar al proceso que enfrenta un atleta para conseguir fondos y oportunidades”.
Edgar Rivera es consciente de esta situación, sabe que el alto rendimiento tiene un fin y que el deporte no será su medio de subsistencia para siempre. Por eso decidió estudiar ingeniería industrial en la Universidad de Arizona y, luego, una maestría en sistemas de calidad y productividad en el Tec de Monterrey, que hoy es uno de los patrocinadores de su carrera y de El gran salto.
Los hermanos Rivera siempre se han distinguido por combinar el deporte y la educación, una ecuación que no era muy común en México hasta hace una década.
“Cuando estaba buscando ideas para hacer mi primera película, Luis (el mayor de los Rivera) se encontraba en un punto muy alto: era campeón mundial universitario, tercer lugar en el Mundial de Atletismo, Premio Nacional del Deporte y competidor olímpico. Además, estaba terminando su doctorado y preparándose para ser el primer mexicano con ese grado de estudios en ir a unos Juegos Olímpicos. Pensé que tenía que documentar esta historia para cambiar el paradigma de la educación y el deporte en México”, concluye Porras, quien dedica su documental a todos los deportistas y los cineastas que han claudicado de sus sueños.