La tenista japonesa Naomi Osaka, que a sus 23 años, es tanto una gran deportista como un referente, fue la encargada de encender el pebetero olímpico en el Estadio Olímpico de Tokio en la ceremonia de inauguración de los Juegos de la capital japonesa que tuvo lugar este viernes.
Osaka subió la escalinata que se abrió ante ella en la estructura que alzaba el pebetero, de forma esférica y diseñado por Oki Sato, que se inspiró en el sol para darle forma.
La estructura esférica se abrió para emular la forma de una flor y fue entonces cuando la deportista pasó la llama de la antorcha que portaba para dar por concluida una ceremonia de cuatro horas.
La tenista recibió la llama de un grupo de seis estudiantes procedentes de las prefecturas de Iwate, Miyagi y Fukushima, las más castigadas por el desastre natural y nuclear de marzo de 2011 y cuya reconstrucción era originalmente el tema central de los Juegos.
La tenista japonesa, número dos de la clasificación mundial, tuvo el honor de protagonizar el momento más inesperado de la ceremonia inaugural después de haber sido en las últimas siete semanas carne de titular por motivos más oscuros.
Ganadora de cuatro torneos de Grand Slam, el último de ellos en febrero en Australia, Osaka se plantó en mayo en Roland Garros y anunció que no daría ruedas de prensa. Aludió a cuestiones de salud mental, pero le llovieron palos de igual manera. El torneo la multó y ella optó por retirarse. Llegaron más palos y ciertas acusaciones de comportarse como una diva y de querer escapar del control de la prensa, pese a ser una profesional del tenis y ganar mucho dinero.
Osaka renunció también a Wimbledon y se apartó de los focos hasta que reapareció dos semanas antes de los Juegos y escribió un comunicado que era un alegato: «No pasa nada por no estar bien». Finalmente despejó las dudas sobre su participación en los Juegos, «después de unas semanas para recargar pilas y pasar tiempo con los seres queridos».