En América Latina existe “una sociedad más politizada que nunca, de una manera que no es positiva y amenaza con romperla, junto a la comunicación entre los ciudadanos y cualquier sentido de colaboración, sin los cuales es muy difícil que un colectivo avance”, dice el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, en entrevista realizada días antes del inicio del paro nacional en su país.
En su novela más reciente, Volver la vista atrás, editada por Alfaguara, narra la vida del cineasta real Sergio Cabrera: “Lo que fue para un niño de ocho años hacer un papel en una obra de teatro de Brecht; para un adolescente de entre 13 y 15 años llegar a la China comunista y hacerse guardia rojo, y para un joven adulto de 19 o 20 años pasar un tiempo en la selva colombiana con la guerrilla maoísta”.
El también periodista y traductor menciona que el gran relato revolucionario marcó a toda una generación en Latinoamérica, y sigue presente en nuestras realidades políticas. Esa fue una de las razones más potentes para escribir la novela, “sobre todo ahora que en mí país estamos teniendo una gran conversación, después de los acuerdos de paz, en torno a lo que pasó en 50 años”.
Agrega que le resulta fascinante “la manera en que estos grandes relatos que salían del marxismo marcaron a una generación en Latinoamérica. Es algo que nos cruza como continente, desde México hasta Argentina. Está muy vivo ese relato, muy vivas sus consecuencias.
“Es una conversación que se ha producido después de los acuerdos de paz, que yo he defendido siempre a pesar de sus problemas, y que han creado unas instituciones cuya misión es recordar lo que le pasó a toda una generación y al país en el medio siglo más reciente, para tratar de encontrar una especie de verdad.”
Vásquez (Bogotá, 1973) destaca que su libro “fue entre muchas otras cosas un intento por iluminar una parte del conflicto colombiano, que no se conocía, y vincularlo con grandes movimientos sociales y políticos del siglo XX, que muchas veces olvidamos o no reconocemos. Vemos nuestro conflicto como algo aislado y sólo perteneciente al país, y nos olvidamos hasta qué punto está imbricado en narrativas mucho más grandes, que cambian de continentes y de generación”.
La razón para escribir la novela era, sostiene el autor, “contar una historia de verdad, que para Sergio fue terriblemente dura, porque se trata de memorias y recuerdos dolorosos que él y su hermana Marianela –que son los protagonistas vivos, porque ya su padre y su madre murieron– habían pasado la vida tratando de olvidar”.
El narrador destaca que “buena parte del reto fue encontrar el lenguaje correcto para desaparecer del libro que estaba contando y dejar que la historia de Sergio se contara sola. Quería meterme en la piel de Sergio Cabrera, las emociones, en la moralidad y, desde ahí, contar su mundo, no sólo su visión, sus ideas, sus emociones, sino también su transformación a lo largo del tiempo.
“No inventé ningún suceso. Las cosas que Sergio me contó que le ocurrieron están en el libro. Imaginé la vida interior. El ejercicio de la imaginación se trató de interpretar lo que me había contado. Eché mano del lenguaje de la novela para contar la realidad emocional, interna, invisible, del personaje, mientras le ocurrían estas cosas.”
El novelista relata que le resulta fascinante “la manera en que una decisión, que tomamos con la ilusión de que es sólo por nosotros y por nuestras razones, y en el momento presente, puede haber nacido mucho antes, incluso de que naciéramos. Esto lo vi en el caso de Sergio, cuando en 1969 decidió entrar a la guerrilla colombiana.
“No lo decidió él solo y sólo ahí. Esa decisión empezó a fraguarse mucho antes, con sus años en China, pero también con la percepción que su padre tenía de la revolución cubana, con el momento en que su padre de 15 años pasó hambre en República Dominicana, y cuando un tío abuelo, un aviador militar importante, se opuso a Franco durante la guerra civil española.
Menciona que “la polarización y la ruptura de la comunicación de los ciudadanos es consecuencia del impacto que han tenido las redes sociales en los ciudadanos. Éstas han construido, por primera vez en la historia de la humanidad, una capacidad para vivir en un relato falso, lo que motivó, por ejemplo, el asalto al Capitolio en Washington el pasado 6 de enero.
“Eso tiene que generar preguntas sobre lo que nuestras maneras de contar el mundo pueden hacer, y sobre qué lugar tienen el periodismo y hasta la ficción en una sociedad que puede vivir dentro de un relato mentiroso sin darse cuenta.”
Juan Gabriel Vásquez concluye que “la literatura de imaginación, como la entiendo, defiende modelos, valores y una idea del ser humano opuesta de lo que proponen las redes sociales, que es profundamente narcisista. La que plantea la literatura es altruista: que nos interesemos por el otro. A veces pareciera que es una diferencia irreconciliable. No lo sé, y espero que no lo sea”.