Por Nidia Marín
Y por segunda ocasión en este siglo XXI nos quedamos con las ganas. Sí, probablemente pocos mirarán como en Papantla, los totonacos vuelan; en Chihuahua, los Rarámuris o tarahumaras bailan “Los Pintos”; en Nayarit, los coras se “borran” con pintura y persiguen a Jesús; en Tzintzuntzan, los purépechas encapuchados y engrilletados son dolientes; en San Luis Potosí, los nahuas traen a sus “Diablos Viejos” que hacen zumbar sus látigos; en Morelos, escenifican “el reto” de “Los doce pares de Francia”; y en Taxco, los encruzados cargan su penitencia.
Así era la Semana Santa en México, con su dosis de sincretismo observado a plenitud cada año en las zonas indígenas, porque por aquellos lares cada quien tiene su versión de la muerte de Cristo.
Sí, junto a las danzas al sol y la purificación, “fariseos” y “judios”, reviven La Pasión. Mientras, en las zonas urbanas, La Dolorosa recorre las calles y muestra su pena.
Los otomíes de Texcatepec, Veracruz, por ejemplo, llevaban a cabo una procesión conocida como “Entierro de los huesos”, encabezada por la imagen de la Virgen de la Soledad. En Nuevo León, se efectuaba la danza “Los Chicaleros” organizada por “el diablo mayor”. Así, desde el Miércoles Santo por la tarde, hasta el Sábado de Gloria, no dejaban de bailar. ¿Ahora también? Probablemente no.
Y tampoco los Rarámuris (los de píes ligeros) harán evoluciones con la danza de “Los Pintos”, representado el bien y el mal, mientras el tambor resuena y la chirimía toca.
Los coras de Nayarit, anualmente se pintan rostro y cuerpo con los colores sagrados, negro, con olote quemado; blanco, con la ceniza de ese olote, o rojo, con otros elementos de la naturaleza, durante “La Judea”. Así se “borran” los “judíos” (o “borrados”) para perseguir al Cristo Sol. Son demonios nocturnos de la fertilidad, cubiertos con máscaras y que portan en la diestra sables de madera. Hasta el Viernes Santo logran capturarlo y le dan muerte, pero el Sábado de Gloria resucita y los demonios regresan al río del cual habían salido.
Y qué decir de Papantla, y en general en las zonas totonacas, no solamente vuelan los hombres-pájaro, sino que se baila la danza de Moros y Cristianos, los Negritos, los Tocotines, Tambulares, Tejoneros, Pastores y Huehues.
Todo esto nos lo ha quitado un virus…esperemos que temporalmente.
También lo que hacían en San Luis Potosí donde bailan “Los Huehues” o “Diablos Viejos”, asustan con sus máscaras de madera y hacen zumbar sus látigos mientras suena el violín, la guitarra, una jarana, el arpa, el nabel, la flauta y un tambor pequeño. Falsetes se escuchan en los Hupanagos y en las coplas.
Y entre los nahuas de Cuapan, Puebla, el “mayordomo” del pueblo y el “mayordomo” del Calvario, organizadores de los festejos, ofrecen los ritos a Dios y a la divinidad del trabajo, además de que piden un buen ciclo agrícola y salud.
Todo esto se lo llevó, tal vez temporalmente el Covid-19.
En Oaxaca, eran ¿o son? decenas de ceremonias las que se llevan a cabo en la temporada de Semana Santa. Por ejemplo, La Samaritana, a la que se le dedica el cuarto Viernes de Cuaresma, es una fecha en la cual en diversos lugares, oficinas públicas, escuelas y demás, se regalan aguas frescas y se baila.
Más allá, en Jamiltepec, los mixtecos colocan un ídolo precolombino en el centro de la plaza, al iniciar las celebraciones de Semana Santa, mientras que, en Pinotepa Nacional, “los judíos” (un grupo de jóvenes) pintan su cuerpo de blanco, portan arcos y flechas decorados, que lanzan al aire y entonan antiguos conjuros en su lengua mixteca. El Viernes Santo, los pobladores, realizan una procesión, en la cual los fieles cubren su cuerpo con mortajas y cargan una inmensa cruz sobre sus espaldas. Las ceremonias terminan con una fiesta el Domingo de Resurrección.
Michoacán era ¿es? otro mosaico de ceremonias y ritos. Les llaman Judeas, Vía Crucis o “pasos”, aunque en lo general sean la escenificación de La Pasión, con el prendimiento de Cristo, el juicio, la sentencia, el Vía Crucis y la crucifixión. En Tzintzunzan, soldados y “espías”, recorren a caballo los poblados en busca de Jesús y los penitentes, engrilletados en los pies, encapuchados y semidesnudos, caminan lentamente.
En Pátzcuaro, durante la Procesión del Silencio, hay un desfile de Cristos e imágenes, tanto de caña como de madera. Los portan los feligreses. Son de los siglos XVI al XIX.
Y el Domingo de Resurrección, por ejemplo, en Tarímbaro, se queman Judas y los bailes de “toritos” hacen la delicia de los asistentes.
En México (y en el mundo) se vive una Semana Santa atípica. Desconocemos si los Encruzados recorrerán Taxco, tradición que cumple 423 años, desde que en 1598 fue autorizada la procesión del Cristo del Santo Entierro. Tal vez los ropones negros y los montones de varas espinudas amarradas, cuyo peso es de más de 50 kilos, se quedarán resguardadas para el 2022.
Es posible que hoy en aquel pueblo sureño, tampoco se lleve a cabo la Procesión de las Ánimas y mañana miércoles no se convierta la Parroquia de Santa Prisca en el Monte de los Olivos.
En la Ciudad de México las ceremonias de la Semana Mayor se cancelaron o se realizarán prácticamente en privado, como la de Iztapalapa, aunque en Cuajimalpa por ejemplo, no habrá la corretiza de Judas Iscariote. ¿O sí?
Es el maldito virus el que nos castigó en México y en todo el orbe. Vale preguntarse ¿qué tantas cosas hicimos mal?